Puedo escribir desde el amor, el dolor, el odio y la compasión.
Pero Vivo Bonito es mi ejercicio sagrado para no quedarme atrapada en el lado oscuro. Es mi ancla, mi faro, mi forma de recordarme que siempre hay una salida, incluso cuando no se ve.
Lo confieso: me es más fácil escribir desde el dolor.
He tenido musas, momentos, encuentros y despedidas. Alegrías también, celebraciones, regocijos. Pero son esas emociones suaves, felices, las que menos me empujan a escribir.
¿Por qué será que el dolor nos urge y la alegría nos basta?
En la alegría todo se junta.
En la tristeza, todo se dispersa.
Escribir es como una descarga eléctrica que me obliga al orden.
¿Acaso las emociones se alinean en fila, esperando turno para salir, una a una, por el cauce de la tinta?
A veces me las imagino como niños traviesos.
Saltan, gritan, compiten por llamar mi atención.
Y yo… yo soy la madre agotada. A veces estricta, otras despreocupada. Siempre afectada. Siempre tocada por ellas.
Cuando aprendí a decirme que no, a ponerme límites, a escucharme de verdad…
Ahí nació Vivo Bonito.
No como una negación del dolor, sino como una elección consciente de la belleza.
La belleza de estar viva.
De poder contar mi historia.
De volver a mí.
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