Ayer, 25 de febrero de 2025, la historia espiritual de Venezuela se iluminó aún más: nuestro querido Beato José Gregorio Hernández finalmente es Santo. Y, como si el cielo hubiera querido un compañero de luz en su nueva envestidura, el alma del Gran y Buen Padre Neo partió al descanso eterno.
Quien fuera hasta su último suspiro el Monseñor Ireneo Valbuena lo conocí por medio de mi tía Malvina (Mi tía Universal). En el seminario de Cumaná, junto con un grupo de personas que allí prestaban servicios a los seminaristas, se hicieron un grupo de amistad “las Cureras”.
Siendo yo una chamita recuerdo que solían reunirse a compartir en la casa de Malvinita y allí lo conocí. Un catire grande, carismático con dos gemas azules por ojos. Maracucho rajao, conversador, echador de cuentos y de un humor ineludible. No había más opción que sonreírle al verlo.
El cura Neo supo atender mis necesidades eclesiásticas con la urgencia que mi inmadurez pretendía. Siempre me escuchaba con compasión y sabiduría, nunca me lo hizo fácil, hasta que entendiera y pasara el filtro de su lección de fe. Él sabía que, en aquellos tiempos, aun yo no profundizaba en los misterios de Dios, pero yo tenía mi convicción de que yo tenía que cumplir con Dios, aun sin estar muy segura de por qué. Quizás, para no perder tanto cuando me tocara rendir cuentas en la entrada al paraíso.
Primero ofició mi boda eclesiástica con Antonio Alejandro, el papá de Antonito. De manera urgente, a pedido de mamá, por complacencia a Antonio y por temor a mi cambio de opinión, hablamos con el cura Neo. Quien, luego de una rigurosa lección y examen sobre el sacramento del matrimonio, nos casó en la Iglesia Santa Inés. Donde toda cumanesa se quiere casar.
La otra urgencia sacramental fue dos años después para el bautizo de Antonito.
Durante mi embarazo, Mamá aún trabajaba en la UDO, por lo que pasó sus vacaciones en agosto de 1995, metida en un cuarto frente a una máquina de coser, en la casa de mi abuela Manuela. Allí confeccionó junto con mi abuela la canastilla de su adorado primer nieto. Baticas, sabanas, edredón para la cuna y un faldellín para su bautizo.
Lo hizo calculando una talla para los seis meses, pero resulta que Antonio Eduardo ha sido sorpresa desde que nació ochomesino y con un percentil de crecimiento superior a la media… es decir, era grande, largo, ancho. No era obeso, no, era un bebesote. Por lo que, un día teniendo Antonito 2 meses, nos dimos cuenta de que el faldellín no le cerraba.
_ ¡Corre! ¡Llama a Neo! Hay que bautizarlo antes de que no le entre.
Y otra vez, el curita Neo escuchó nuestro pedido, muy a pesar del motivo materialista, él sabía de nuestro compromiso y fe, reflejado en la amorosa confección del faldellín de la abuela.
Aún recuerdo el momento, su voz, su presencia, la santidad de sus manos, bendiciéndonos, a mi hijo, a mi familia. Su comentario jocoso cuando, al ungir el aceite crismal, desnudamos el torso del bebé:
_ ¡Verdad que está maiceao! Y sonrió.
Gracias, Neo, gracias por abrir y asegurarnos el camino hacia Dios muy a pesar de nosotros mismos. Gracias por mostrarnos que ser cristianos es bueno, posible y humano.
Descansa en Paz, aunque de seguro tus fieles feligreses siempre contarán contigo en sus oraciones. Y que si San José Gregorio Hernández te llamó es porque hay algo que solo tú lograrás en el cielo.
Bendiciones!