Me reprocharon mi ausencia, el mismo día de tu ausencia eterna.
No me alejé de ti, sino de la frustración, del fastidio de ir, buscar, esperar, hacerme presente, cumplir con un requisito, dar noticias, comprobar ambas existencias. En fin, te avisaba tranquilidad, porque no había otro sentido.
Yo soy única. Tanto concebida como criada y formada.
No aspiren a que me comporte similar a otros, a nadie.
Desde mi conciencia debí cuidarme yo de mis propios dolores y emociones.
Dejar de esperar una respuesta, una llamada, una sorpresa.
Me faltó tu escudo protector, tu superheroísmo, y el alimento de tu sentido del humor.
Pasé muchas cosas que nadie de tu segunda prole ni siquiera imagina que pasan en este mundo... una mierda que tú tampoco te enteraste.
Mi dolor es grande, pero estaba escondido. Al parecer el peso de tu existencia lo mantenía oculto, porque bastó que tú fueses efímero para que emergiera tal cual, como hace un iceberg, desde la profundidad callada del mar, a la algarabía brillante, gélida e inocultable de la superficie.
No me duele la distancia, a eso ya le había encontrado sentido, sino por toda la vida que debimos ser, porque siempre fui más tuya y de ti que de nadie.