Hay momentos que nos hacen reflexionar sobre nuestra manera de amar.
Hay amores que están implícitos –o eso creemos- en nuestra relación diaria y cercana con alguna persona. Como ese amor a nuestros padres, hermanos, primos, abuelos y amigos con los que convivimos diariamente. Nos centramos tanto en el día a día, en la costumbre de ver esas caras cada mañana, tarde o incluso solo en temporadas que olvidamos la importancia de dar un beso, un abrazo, de preguntar ¿Cómo estás? , de preocuparnos en verdad por demostrar más el cariño con acciones en vez de solo creer que la otra persona sabe lo evidente solo por el hecho de ser familia, amigos o parejas.
Basta encontrarse en una situación “comprometedora” para que tu cerebro empiece a reprocharte ¿Cuándo fue la última vez que lo abrazaste? ¿Cuándo fue la última vez que le diste un beso? ¿Cuándo fue la última vez que lo abrazaste?
En base a esto pregunto: ¿se han dado cuenta que para muchos los abuelos entran en ese reglón de “amor implícito”?
Por mi parte hoy en día solo disfruto de la presencia de mi abuelo materno (ya mis otros abuelos partieron de este plano). Hace unos meses atrás se los presente por este medio en un post dedicado a él voluntad-y-responsabilidad-vs-comodidad. Él vive en otro estado (Pariaguán – Edo. Anzoátegui) por lo que solo lo puedo visitar en temporadas, pero gracias al enlace con mamá no hay día que no se pan de él y no han faltado los abrazos infinitos, los “te quiero” repetidos y los besos en esas mejillas arrugaditas. Acompañarlo a hacer sus trabajos en el campo y seguir asombrándome de lo fuerte que es.
No hay que olvidar lo importante de hacer saber a nuestros seres queridos lo querido que realmente son. Hay que disfrutar a estos seres de amor que nos regaló la vida. Cuan felices son al ver a su descendencia feliz y siempre juntos.