El armisticio del 11 de noviembre de 1918 marcó el final de la Primera Guerra Mundial y la desaparición del Imperio Alemán, el Austro-Húngaro, el Otomano y la Rusia zarista, que ni siquiera llegó a terminar la guerra. Con la posterior firma del Tratado de Versalles el 28 de junio de 1919, las potencias vencedoras impusieron a la derrotada Alemania cláusulas punitivas para su ejército, su economía y su territorio. Alemania tuvo que devolver Alsacia-Lorena a Francia; Bélgica recibió Eupen y Malmedy; Dinamarca la región del norte de Schleswig; Polonia se hizo con parte de Prusia Occidental y Silesia… En total, Alemania perdió el 13% de su territorio europeo (más de 69.930 km2), todas sus colonias y una décima parte de su población (unos 7 millones de personas). Los territorios alemanes anexionados por Polonia tras el Tratado de Versalles iban a ser protagonistas de un episodio de odio étnico y su posterior venganza.
Cuando Alemania invadió Polonia el 1 de septiembre de 1939, en los territorios de Prusia Occidental y Silesia, en los que lógicamente el número de habitantes de origen alemán tenía cierta relevancia, la guerra iba a adquirir tintes de conflicto civil. Concretamente, en la ciudad polaca de Bydgoszcz (Bromberg cuando pertenecía al Imperio Alemán) se iba a producir la llamada masacre del Domingo Sangriento.
Como ocurre en casi todos los episodios de la historia que tildamos de “masacres”, difieren las versiones de las partes implicadas. Según la versión polaca, ese domingo 3 de septiembre, mientras los soldados y civiles polacos huían de la ciudad, la minoría alemana, envalentonada por el rápido avance de las tropas alemanas -de hecho, en apenas un mes rindieron Varsovia- y ejerciendo de “quinta columna”, empuñó las armas y disparó por la espalda a los polacos. Aquel miserable episodio despertó las iras de los polacos e inició la persecución y ejecución de la población de origen alemán. Según la versión alemana, los alemanes de la población ya venían sufriendo desde hacía un tiempo el acoso de la mayoría polaca y, como venganza por la invasión de su país, masacraron a la población de origen alemán. La realidad, e independientemente de cómo se inició, es que cuando las tropas alemanas entraron en la ciudad se encontraron con una auténtica masacre: cadáveres por las calles, cuerpos mutilados a medio enterrar en fosas comunes, familias enteras ejecutadas en sus propias casas… se contabilizaron más de mil personas asesinadas en Bydgoszcz, en su mayoría de origen alemán -las cifras de los muertos de uno y otro lado varían según las fuentes consultadas sean alemanas o polacas-.
Como era de esperar, la Wermarcht iba a tomar represalias. Los soldados alemanes comenzaron a recorrer las calles y casas buscando a los culpables -“casualmente”, todos los judíos de la ciudad habían participado-. Se produjeron cientos de detenciones, y vistiendo de justicia lo que era una venganza, se organizaron procedimientos sumarísimos sin derecho a apelación que comenzaron a emitir sentencias de muerte. En una de esas ejecuciones, se puede apreciar cómo se enfrentan a la muerte seis condenados polacos antes de ser fusilados: angustia, desafío, estoicismo, resignación, miedo e incluso risa.
El término “Domingo Sangriento” fue creado y difundido por la propaganda nazi para justificar al mundo que la invasión de Polonia tenía que ver con la defensa de la población de origen alemán, y aquellos cadáveres de civiles alemanes eran la prueba del odio étnico polaco. Tal como se utilizó este hecho -incluso se llegó a publicar en 1940 el libro Dokumente Polnischer Grausamkeiten (Documentos sobre la crueldad polaca)- y conociendo las metódicos planes de Hitler y Goebbels, no sería descabellado pensar que los polacos cayeron en la trampa. La población de origen alemán de Bydgoszcz que se levantó contra sus vecinos lo habría hecho siguiendo los planes nazis para provocar a los polacos. Lógicamente, para Hitler aquellos Volksdeutsche (personas de origen alemán que vivían fuera de Alemania) no eran más que carnaza.
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