En el final del pasillo hay un antiguo reloj. Sí, de esos que en alguna otra oportunidad fueron una pieza importante. A mí me gusta mucho esta sensación que pone a brincar mi corazón, cada vez que la manecilla marca las dos y treinta de la madrugada.
Nuestras conversaciones (la mayoría del tiempo) son a oscuras. No me lo has dicho, pero sé que solo así puedes poner tu corazón en mis manos. Con la yema de los dedos, acaricio dulcemente tu vulnerabilidad, sencillez e inseguridad. Cada centímetro de piel desnuda. A veces me pierdo en tu voz, temerosa de todas las heridas que ha sufrido. Me hablas de tus miedos, no puedo evitarlo, un desgarrador silencio consume mis palabras. Te conozco tanto, empiezas a pensar que puedes aburrirme de aquel pasado que yo no formé parte. Yo solo discuto con la misma vida, por qué ha decidido maltratarte.
Una hora después, me preguntas si tengo sueño... ¡Cuando estoy a tu lado, yo sueño despierta! Y recibo una encantadora carcajada que termina de ahuyentar cualquier rastro de somnolencia. A partir de ahí, nuestras conversaciones se vuelven especiales. El resto del mundo se detiene. Ahora navegamos en un mar de propósitos. Ni siquiera sabemos lo que estamos diciendo, pero nos sentimos como si fuésemos a lograr cada uno de ellos.
Cinco y cuarenta, sin percatarnos los minutos avanzan. A este paso, se desvanece la tristeza y rebosan las risas entre suspiros.
Yo nunca he pensado cuál ha sido mi madrugada favorita, pero si me lo preguntas, te diría que cada una de ellas se siente infinita.
Feliz día, lectores.
Fuente de imagen 1 e imagen 2
Un bonito relato, bien hilvanado y muy a tono con el día de los enamorados.
¡Muchas gracias, @club12! :)