Evangelio según san |
espués que fueron cumplidos los días de la purificación de María, según la ley de Moisés¹, lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, como está escrito en la ley del Señor: Que todo macho que abriere matriz, será² consagrado al Señor.
Y para dar la ofrenda³, conforme está mandado en la ley del Señor, un par de tórtolas, o dos palominos.
Y había a la sazón en Jerusalén un hombre llamado Simeón; y este hombre justo y temeroso de Dios, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo⁴ era en él. Y había recibido respuesta del Espíritu Santo, que él no vería la muerte, sin ver antes al Cristo del Señor5.
Y vino por espíritu6 al templo; y trayendo los padres al niño Jesús, para hacer según la costumbre de la ley por él, entonces él lo tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, y dijo: Ahora, Señor, despides a tu siervo según tu palabra, en paz7; porque han visto mis ojos tu salud8, la cual has aparejado ante la faz de todos los pueblos9. Lumbre10 para ser revelada a los gentiles, y para gloria de tu pueblo Israel.
Y su padre11 y madre estaban maravillados de aquellas cosas que de él se decían12.
Y los bendijo Simeón, y dijo a María, su madre: He aquí que éste es puesto para caída, y para levantamiento de muchos en Israel13, y para señal a la que se hará contradicción14; —¡y una espada traspasará el alma de ti misma15!—, para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones16.
¹ La misma razón que obligó al Señor a mostrarse en traje de pecador, sujetándose a la ley de la circuncisión, obligó también a María a que pareciese impura, y a sujetarse a la de la purificación; abatiendo con este raro ejemplo de humildad la soberbia de los que siendo pecadores, impuros y rebeldes, quieren ganarse el concepto de buenos, limpios, o irreprensibles. Las ceremonias que en esta ocasión se observaban, se pueden leer en Lev xii. 2, y en Éx xiii. 2-25.
² A la letra: Será llamado Santo al Señor.
³ Este era un cordero (Lev xii. 8). Mas las mujeres pobres ofrecían dos tórtolas o dos pichones. Lo que descubre la pobreza de la Virgen y de San José.
⁴ Habitando en él como en justo, y haciéndole conocer por una luz profética lo que ocultaba a todos los judíos tocante al nacimiento del Salvador. Los antiguos en general, y muchos modernos han creído que Simeón era sacerdote, fundados en que tomó a Jesús entre sus brazos, y concluyendo de aquí, que esto fue para presentarle y ofrecerle a Dios: y también porque después bendijo a José y a María. Otros quieren que fue el hijo de Hillel, patriarca de la nación de los judíos, y que sucedió a su padre en esta dignidad. Pero esta opinión es inverosímil. Otros finalmente tienen por más verosímil que fue un simple particular, dotado de las cualidades y virtudes con que aquí le distingue el Evangelista. Esto lo apoyan con la manera con que se explica San Lucas: Había, dice, en Jerusalén un hombre llamado Simeón; y parece que no hubiera hablado de esta suerte, si se hallase revestido de una de las primeras dignidades de la nación. La manera de contarlo parece también confirmarlo; pues con motivo de ser presentado el Señor en el templo, parece que el Señor movió el espíritu de este justo, para que fuese también al templo, y allí le cumpliese lo que le tenía prometido, al modo que se dice también (v. 38) que llegó también en la misma hora Ana profetisa. Al tomar a Jesucristo entre los brazos, fue transportado de alegría, y abrazándolo con el mayor afecto. En bendecir a José y a María, hizo lo mismo que había hecho Isabel con María, felicitando a entrambos por la gracia que Dios les había hecho, y bendiciendo al Señor.
5 Al ungido del Señor; esto es, al Hijo único de Dios hecho hombre por los hombres.
6 Esto es, por un interno movimiento del Espíritu Santo.
7 Como si dijera: Ahora no me queda ya qué ver ni qué esperar en este mundo: Ahora podéis ya desatar a vuestro siervo, y romper los lazos que le detienen aquí, para que libremente pueda ir a gozar de la paz y reposo de los justos.
8 El Salvador que tú nos has dado.
9 Profetiza Simeón el misterio de la vocación de los gentiles, que aun el mismo San Pedro no pudo entender ni en vida de Jesucristo, ni aun después de su Ascensión a los cielos, sino cuando bajó sobre él el Espíritu Santo, que le reveló y enseñó toda verdad, como lo acredita la visión que tuvo, y se refiere en Hch x. 11-12.
10 Esto es, como luz que debía alumbrar, etc.
11 Llama a San José padre de Cristo, porque en la opinión del pueblo era tenido por tal; y como no había llegado aun el tiempo de que se revelase a todos el misterio de la milagrosa Encarnación del Hijo de Dios en el casto seno de la Virgen, debía ponerse a cubierto su fama: fuera de que siendo José verdadero esposo de María, era más legítimamente padre de Cristo, que si le hubiera adoptado por su Hijo.
12 A San José y a María había sido revelada la sustancia de los grandes misterios de Jesucristo; mas el ver que se iban cumpliendo parte por parte, y el oír a Simeón profetizar de esta manera, no podía menos de despertar en sus corazones vivos sentimientos de admiración y agradecimiento hacia Dios.
13 El Señor no vino para destruir y arruinar a los hombres, sino para salvarlos; mas los fariseos, los sacerdotes y los doctores de la ley, que maliciosamente desecharían la verdad que les había de ser anunciada, morirían obstinados en mayores pecados; y al contrario los grandes pecadores, los publicanos y los más sencillos del pueblo, reconociendo humildemente a su Libertador y Salvador, resucitarían y serían justificados por su gracia.
14 Esta es una metáfora tomada de una señal o blanco a donde se asestan los tiros. Por ella se significan los ultrajes, persecuciones y envidias que padecería el Señor de parte de los judíos, desde el principio de su predicación, hasta que le acabasen de herir, como dice San Agustín, con la espada de su lengua, haciéndole morir en una cruz.
15 Estas palabras explican el martirio y dolor de María en la Pasión de su Hijo.
16 Las palabras que preceden inmediatamente, deben leerse como por paréntesis, y estas juntarse con las últimas del versículo precedente. El sentido es este: Para que esta contradicción, que, como dice San Pablo (Hb xii. 13), sufrió de parte de los pecadores, descubriese los diversos sentimientos y disposiciones que tenían acerca de Jesucristo, cuando lo viesen humillado y como aniquilado en su Pasión. San Agustín.