Anécdotas de Desayunos
La Nueva Venezuela era mi sitio predilecto para desayunar en esas raras ocasiones que me provocaba comer en la calle. Era una panadería indomable, y aún en plena crisis, siempre tenían disponibles distintos desayunos que podía disfrutar tranquilamente: pasteles de hojaldre, croissants, empanadas criollas, cachitos, sándwiches, pizziolas, y todo en un ambiente sereno, lleno de paz, que me dejaba revisar las noticias, comer tranquilamente con un buen café, y así comenzar los días energizado. No solía ser tan concurrida -al menos no en horas de la mañana-, y esa era otra cosa que me agradaba poderosamente, y que contribuía con ese clima sereno que siempre me ofrecía.
Un día, mientras disfrutaba el sempiterno olor a café del sitio en la espera de ser atendido, hubo algo que me llamó poderosamente la atención. En la primera mesa frente a la puerta de cristal del lugar, estaba un señor sentado junto a un niño. Este señor, menudo y bastante delgado, vestía con una camisa aterciopelada y un pantalón de vestir, y apenas dejaba ver unas incipientes entradas en su cabellera, mismas que exhibía en menor medida el niño. El niño, bastante intranquilo y de pie sobre la silla, estaba vestido con el extrovertido e inocente uniforme de kinder, compartía sus facciones con el señor, unos pómulos pronunciados junto a un mentón escondido y una mirada taciturna, y tenía en sus codos algunos raspones propios de su niñez.
Hubo algo más de su mesa que me llamó poderosamente la atención: el señor tenía tres platos de comida, cada uno con algo diferente. El del niño -desde el cual lo alimentaba con extrema cautela y paciencia- era una empanada criolla. El suyo propio, un pastel de hojaldre. Y el tercer plato: dos sándwiches que estaban allí, aún humeantes. Todo esto estaba allí junto a un litro de jugo de naranja y dos vasos a medio llenar. Veía difícil que el propio señor pudiera comer tanto, ni hablar de niño que lucía satisfecho ya luego de media empanada, así que mantuve una mirada distraída pero atenta en ellos, buscando entender su situación.
Los minutos transcurrieron y allí estaba yo, sentado en una mesa, comenzando a disfrutar mi buen marrón de Carmen -¡cómo me conoce el café!-, y con la mirada puesta sobre ellos. Sus movimientos pausados, junto al cuidado con el que trataba al niño, me hicieron recordar de cierta manera a mi padre cuando era él quien me daba de comer, en aquella tierna y lejana infancia que había vivido hacía ya muchos años. Con mucha sutileza rodeaba al niño con su brazo izquierdo, mientras que con el brazo derecho sostenía la empanada que el niño mordía con cierto hastío.
Nunca dejó de mirar hacia afuera, por la puerta que estaba a escasos metros de su mesa. Apenas volteaba para poder comer y alimentar al niño, pero su vista periférica no dejaba de estar al pendiente de esa puerta jamás. Pude notar que estaban comiendo con extrema lentitud, y eso terminó de firmar mi teoría de que, en efecto, esperaban algo o alguien. Me tomé mi tiempo para comer, hasta que finalmente noté que el señor se dio por vencido: esgrimió un suspiro largo y cargado de tedio, llamó al mesonero y le pidió que pusiera su comida para llevar.
-¿Los sándwiches también, señor Johan? -preguntó el mesonero, con rostro saturnino.
-No. Tú sabes, la propina. -respondió en un rápido suspiro el señor.
El mesonero tomó los platos y los llevó a la cocina, incluyendo los dos sándwiches que tuvo cautela de apartar. Volvió al cabo de un par de minutos, con dos de bolsas de papel cargadas y media sonrisa en su rostro.
-Aquí tiene. Muchas gracias por los sándwiches, señor Johan. No se desanime, estoy seguro de que vendrá -dijo, a la par que se desvanecía la media sonrisa que trazaba en su rostro.
-Eso espero, Luis. Gracias a ti -respondió, con mirada desesperanzada.
El mesonero fue solicitado por otros clientes, y mientras se movía de allá para acá en su eterna danza de atención a extraños, el señor Johan se levantó, tomando el jugo y las bolsas de papel, y brindando especial atención al niño.
-Mami vendrá la próxima semana, ¿sí? -revisó su teléfono, se detuvo unos segundos allí y luego lo volvió a guardar-. Me acaba de decir que hoy no pudo venir a comer con nosotros porque anda ocupada con el trabajo. La semana que viene sí, me lo prometió, y que se queda con nosotros y todo.
-Bueno... -respondió el niño, con unos ojos renovados, pero de tristeza-. Extraño mucho a mami.
-Yo sé, yo sé. Yo también extraño a tu mami. Pero ahora tenemos que irnos. Levántate y vámonos -finalizó su frase con un beso en la frente del niño.
El niño se levantó con pesar, recibió la bolsa de papel que su padre le tendió, y se fueron por la misma puerta donde Johan mantuvo la vigilia durante todo el rato. Mi atención se posó ahora sobre Luis, el mesonero, y una charla que mantenía con la inefable y siempre llena de historias Carmen.
-Me da mucha vaina con ellos -dijo Luis-. Claro, me gustan los sándwiches y eso, pero, ¿por qué viene a esperar a la señora?
-Tú sabes bien el cuento -respondió Carmen, sin perder ni un segundo la atención sobre el café que preparaba-. Ya casi es el cabo de año.
-Yo sé, pero, coño, no deja de doler. Él sigue viniendo... -lamentó Luis.
-No podemos hacer nada más que seguirlo atendiendo. Un día de estos no vendrá más -dijo mientras le entregaba el café a Luis-, y ese día es el que nos va a doler.
-Pues sí. ¡Qué vaina!
Y Luis entregó el café. Carmen comenzó a preparar el otro café que tenía en cola. Las cajeras seguían cobrando con la obstinación habitual de un país que se rompe en pedazos... y yo terminé de comer. Eventualmente supe la historia completa de Brenda, la esposa de Johan, y si bien apenas alcancé a ver dos veces más a Johan antes de que Carmen me dijera que tenía ya un mes que no iba, el dolor fue el mismo que sintieron los muchachos de la panadería al saber que este hombre mantenía tan terca esperanza en algo que, sencillamente, no iba a suceder, se había dado por vencido.
¡Espero que les haya gustado! No se olviden de seguirme para leer más de mi poesía. También les recomiendo seguir a @cervantes y votarlo como witness, darle todo el apoyo que podamos para que ellos continúen con su increíble labor de apoyo a toda nuestra comunidad Steemer hispanohablante. ¡Un saludo a todos!
Hermosa pero triste anécdota. Son de esas que no quieres que terminen.
Me enganchó, está bien redactado, hay "cosillas" pero muy bien... Pobre hombre y pobre hijo, pero bueno, quizá el dejar de acudir a esperar a Brenda no indica más que asumió su nueva situación. El primer paso para seguir adelante!!!
Saludos
Ciertamente, las "cosillas" me hicieron bastante ruido en relecturas posteriores, pero bueno jaja, escribiendo y leyendo es que uno aprende.
Y sí, pero por su caracter y personalidad, es probable que asumir su nueva situación no haya sido precisamente positivo. Sólo él sabrá, al final. ¡Y saludos de vuelta!