Montando el Árbol de Navidad
Los árboles de plástico siempre le parecieron cutres, pero en su casa no había ni dinero ni espacio para uno de verdad. Así que cada Navidad tocaba sacarlo de su caja, desplegar sus ramas y darle vida a base de bolas y espumillón. Del ritual se encargaba su madre, cuidadosamente marcado para sacarle el mayor partido al escaso decorado, aumentándolo cada año con alguna campañilla o paquetitos con lazo que ella misma hacía. Pero no brillaba.
Hasta el día que apareció su padre con un cordón sembrado de bombillas de colores para decorarlo. Todavía recuerda con nitidez cuando se encendió por primera vez. Sus ojos brillaron con la misma intensidad que cada una de aquellas piñas y lucecitas minúsculas, en un instante tan mágico como solo se puede vivir a los seis años.
Desde entonces se ha encargado de mantener esa chispa que dicen tiene la Navidad. Ahora es ella la que monta el árbol, y aunque le siguen gustando más los abetos naturales, bien visto es más sostenible, ecológico y barato el artificial que compró en el Carrefour el año que se casó.
Tras vencer la pereza de sacar todos los trastos y disponerlos ordenadamente en el suelo, comienza a construir una nueva Navidad ante los ojos perplejos de sus hijos, que son testigos del milagro de ponerle alma a algo inanimado y se suman a la fiesta de su decoración.
Ella ya alcanzó esa edad media de las madres y se siente orgullosa de la escena. A medida que va abriendo las ramas recuerda cada Nochebuena que no regresará, salvo a través de los recuerdos, aquellos tiempos en los que la felicidad se cocía a ritmo de villancicos y pandereta al calor de las historias de los abuelos. Y mientras las va disponiendo, también recoloca su vida, deseos y cuentas por saldar. Consciente de que solo tenemos el presente, un pasado inamovible y un futuro tan incierto como esperanzador.
Los pequeños han empezado con el "Ande ande ande la Marimorena".
-¡Sólo queda la estrella. Mamá, ponla tú que llegas!- gritan con emoción.
De puntillas hace equilibrios para coronar la obra y, por último, la enciende. En cinco eternos segundos de misterio se aleja, nadando en un silencio que termina con el primer parpadeo de luces multicolores.
-¡Oooooohhhhhhhh, qué bonito!- dicen a coro.
-Sí, ya es Navidad- contesta sonriendo con la mirada iluminada al borde de las lágrimas.
Texto y fotos de @gemamoreno
Cómo me has hecho revivir esos momentos mágicos