Cerca de mi casa, al llegar la primavera, siempre había amapolas. Me acuerdo que de pequeña las sacaba de su capullo y apostaba con mis amigas sobre el color que aparecería. Dependiendo de la madurez de la misma salían blancas, rosas o rojas.
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Caray, eso nunca me he parado a comprobarlo. A mí me llamó mucho la atención, la belleza de todo un campo lleno de amapolas que me encontré una vez en un pueblo de Palencia, mientras visitaba su vieja iglesia románica. Me pareció un espectáculo sencillamente arrollador. La próxima vez haré ese experimento.