Más nunca — Hive

Relato mi duelo por la repentina partida de David.

HACE APENAS HORAS DIJE ADIÓS

a mi sobrino David Alejandro. Un juguetón incansable, un volcán de hermosa vida que sucumbió en un espantoso e incomprensible zarpazo de la muerte cuando solo tenía seis años. El nombre de Leucemia le pusieron a la bestia esa que se lo llevó.

Mi hermano Daniel dejó todo y se dedicó a criarle a él y a su hermanita mayor Adita Michell hace siete años atras. Daniel, es el último de cuatro hermanos. Al ser el último la tradición chilena de mi ala paterna le apodó el conchito por compararle cariñosamente con la última y quemada cochita de una olla.

Mi hermano Daniel con unos seis años junto a nuestro Tata. 1993. Foto: cortesía de Ada P.

Daniel tuvo dos hijos con Julia, su esposa: Ada Michell y David Alejandro. Ada nació un 16 de septiembre del año 2011 y justo un año y un día despues nació David, el 17 de septiembre de 2012. Fue también el menor de una dupla de hermanitos y por eso mi hermano apodó a David como su conchito.

Poco antes del nacimiento de Ada Michell abandonó una prometedora carrera en el área de la seguridad y resguardo, para dedicarse de lleno a cuidar a su primera hija y un año después tambien a su conchito David. Mi hermano se ha dedicado a la crianza de sus dos hijos de una forma tan amorosa y entregada que me he hecho su admirador.

Mi hermano Daniel en un desfile militar con traje selvático. Ciudad Bolívar, 2010. Foto: cortesía de Daniel P.

Todo lo que un hijo puede ser ser para un padre, todo lo que David pudo haber significado, de todas las infinitas conexiones que su latido y respiración tenian con el latido y respiración de mi hermano puedo tener una vaga pero vertiginosa noción.

Hoy llego a adivinar solo la punta de un oscuro iceberg de pena a través de mi propio dolor, de mi amor que

sufre aunque sea solo una pequeña parte de su profunda pena.

Yo aun no comprendo bien qué ha sucedido, no dejo de pensar en que mi chinito no conoció el mar, no vio los regalos que le trajo esta navidad, no se comió todo el chocolate que soñó, ni hizo el resto de todo lo que pudo. Y esa idea triste podría no cesar.

Daniel y David de dos años y algunos meses. Temblador, 2015.

No obstante agradecezco: gracias porque sí jugamos a los castillos de arena en el patio de la abuela, porque sí nos correteamos hasta que nos cansamos (o hasta que me cansé yo), porque sí hicimos títeres para ti y tú hiciste para nosotros, sí comimos las tortas y cosas ricas de la abuelita, agradecer por el regalo que fuiste y eres para todos,

agradecer porque nos hicimos felices.

Las ultimas veces que le visité, mientras jugábamos de pronto noté como su sudor me resultaba harto familiar e inmediatamente me retrotrajo a mi infancia y juegos con su padre, que era un travieso y eléctrico pillín como él. Amé sentir esa conexión y sentí por entero el lazo de sangre.

David con 5 añitos, en junio de este año. Dos meses después del diagnóstico. Foto: cortesía de Daniel P.

Perdí para siempre una tajada grande de mi corazón, aunque aun no sé medir que tan grande, aguardo con temor sentir entera la inmensa pena de su ausencia demorada.

Nunca más en esta vida mi amado sobrino. Espérame al cruzar el umbral.

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