Un sueño le dijo su futuro había una vez a Michi. Que un día robaría y que a causa de él se vaciarían los bolsillos de la reina, que serían cien mil en lingotes de oro, y que nada hacía más ruido que el silencio de un ladrón de éxito. Michi Empezaría por el final porque así comienza la labor del ladrón, que se infiltra en un coloso de hormigón tapizado de hollín, y más tarde repta por los quicios de la infraestructura donde hacía noches practicó hoyos, royendo y echando zarpazos. Dentro de la bóveda miró de aquí para allá, la nariz crispándose como si fuera a estornudar, pero más bien buscaba el dulce aroma metálico del mineral. Apenas pudo con uno, no, dos, aunque un tercer lingote cupo en un bolsillo secreto del paletó, sucio de la faena y de vivir donde no había techo. Sonreía todo roñoso, ratonil, saltando de pizarra en pizarra, inventándose un escape sobre la arquitectura escalonada, una gárgola errante huyendo de la mirada de los curiosos.
Pero hincó mal un pie en un trozo de teja y ésta le hizo perder el equilibrio. Resbaló y cayó hacia el callejón, que para los de su clase supone el abismo, la perdición, el mar de la cotidianidad. Pero estaba a salvo, nadie lo hallaría allí, porque ya está muy repetido eso de aterrizar en una pila de heno, él más bien estaba dentro de una mezcladora de cemento. Esperó y esperó hasta que el cielo volvió a ponerse negro y las pisadas se hacían menos presentes. Salió y calado de mezcla húmeda aunque ya pasada de tiempo, por lo que dio varios pasos, y uno adicional, pero en cámara lenta, y ya no se movía tanto. Ya no se movía.
A la mañana siguiente fueron todos los lugareños partícipes de la manufactura del accidente, y más tarde la atención trajo de unos más que le sacaron varios heliotipos. Comentaban y hasta reían cosas que impresionaban, ¿quién era el arquitecto de tan brillante obra? Pero es que daba el aspecto de moverse, quería hacerte querer pensar que se movía, que podía incluso hacerlo como si no fuera una estatua y, sin embargo, era eso y eso mismo es imposible que lo haga una.
Estaba muy pesado, pero a la vez ligero, decía el que una vez pudo ponerle las manos encima, que lo llevó a la gran exposición, y allí estaba, en la casa de cristal junto a los trabajos de la industria expuesto como un artificio que da movimiento a la imaginación de quienes lo miran con sólo el rabillo del ojo. Y al final alguien terminó por pagar unas trescientas mil, pero no, alguien pujó trescientas cincuenta y más tarde pasó la estatua a formar parte de una subasta improvisada, quedándose con la reina, que aportó quinientas mil a la beneficencia. Y el ladrón Michi terminó cumpliendo su sueño, vaciando los bolsillos de la reina valiendo más que el oro de Jonathan Flint.
Pero hincó mal un pie en un trozo de teja y ésta le hizo perder el equilibrio. Resbaló y cayó hacia el callejón, que para los de su clase supone el abismo, la perdición, el mar de la cotidianidad. Pero estaba a salvo, nadie lo hallaría allí, porque ya está muy repetido eso de aterrizar en una pila de heno, él más bien estaba dentro de una mezcladora de cemento. Esperó y esperó hasta que el cielo volvió a ponerse negro y las pisadas se hacían menos presentes. Salió y calado de mezcla húmeda aunque ya pasada de tiempo, por lo que dio varios pasos, y uno adicional, pero en cámara lenta, y ya no se movía tanto. Ya no se movía.
A la mañana siguiente fueron todos los lugareños partícipes de la manufactura del accidente, y más tarde la atención trajo de unos más que le sacaron varios heliotipos. Comentaban y hasta reían cosas que impresionaban, ¿quién era el arquitecto de tan brillante obra? Pero es que daba el aspecto de moverse, quería hacerte querer pensar que se movía, que podía incluso hacerlo como si no fuera una estatua y, sin embargo, era eso y eso mismo es imposible que lo haga una.
Estaba muy pesado, pero a la vez ligero, decía el que una vez pudo ponerle las manos encima, que lo llevó a la gran exposición, y allí estaba, en la casa de cristal junto a los trabajos de la industria expuesto como un artificio que da movimiento a la imaginación de quienes lo miran con sólo el rabillo del ojo. Y al final alguien terminó por pagar unas trescientas mil, pero no, alguien pujó trescientas cincuenta y más tarde pasó la estatua a formar parte de una subasta improvisada, quedándose con la reina, que aportó quinientas mil a la beneficencia. Y el ladrón Michi terminó cumpliendo su sueño, vaciando los bolsillos de la reina valiendo más que el oro de Jonathan Flint.
Autor: mi persona, Gian Paolo Bonsignore
jajajajajaja de pana me ha gustado mucho ese final. Tenía fichada esta publicación desde hace rato. Muchas gracias por compartirlo hermano, me encantó.
Caramba x'D gracias a ti por pasarte por aquí.
Me mantuvo atrapada de principio a fin. Gusto leerte estare pendiente de tus publicaciones
Muchas gracias ^^