Mi suegro, anticuario de profesión, se había citado con un viejo cliente, Luis el forzudo. Le pusimos ese apodo porque era un hombre fornido, muy deportista, de unos 50 años, profesor de educación física en un instituto, practicaba la espeleología y montañismo, coleccionista de antigüedades y amante de la pintura.
Luis solía colaborar con la guardia civil en rescates de personas que quedaban atrapadas o perdidas en cuevas, por su gran conocimiento de ellas, principalmente de las ubicadas en la serranía de Ronda –Málaga-, las había explorado todas o casi todas y tenía una gran experiencia en ese campo.
Mi suegro solía acudir a él cuando las ventas escaseaban. Luis el forzudo siempre estaba ahí para salvarle de los números rojos, solo tenía que rebuscar entre el género, que acumulaba en la tienda de forma caótica, alguna figura, algún libro, alguna moneda o algún cuadro, quitarle el polvo, descolgar el teléfono y avisar a Paco de que tenía algo interesante para él.
Era día festivo, por eso acudimos a su casa en el campo. Una casa de nueva construcción, de 3 plantas, con espaciosas habitaciones y con numerosas vitrinas llenas de antigüedades y tesoros que había comprado o encontrado en sus incursiones en cuevas, con cuadros repartidos por todas las estancias, hasta en los baños, y un frondoso jardín con una piscina en el centro. Recuerdo un camino de albero por el que realizamos un pequeño itinerario donde Luis nos enseñó orgulloso su colección de aves exóticas que tenía en cautividad, la mayoría procedentes de Sudamérica, unas traídas de sus viajes y otras regaladas por amigos según nos comentó.
Nos sentamos en el porche de la casa, con vistas a la piscina y a un pequeño monte que, aunque un poco lejos, se encontraba a una distancia que permitía ver con detalle una casa en construcción donde, a pesar de ser un día festivo, había albañiles trabajando.
Mi suegro tomó el paquete que había traído consigo y se lo entregó, por la forma se adivinaba que aquello era un cuadro, estaba envuelto en papel de estraza de color marrón, rematado con un cordel de lino, del mismo color, anudado en el centro con un lazo.
Luis quitó el envoltorio y sujetándolo con las dos manos lo miró con detenimiento, mientras mi suegro le hablaba sin parar, algo nervioso, de la belleza y el buen trabajo que habían hecho en el lienzo, era un óleo de la Dama de Elche, con una firma desconocida y sin enmarcar, Luis sacó de su bolsillo, y le entregó, un fajo de billetes según el precio pactado. Dejó el cuadro en el suelo, apoyado en la pared, y nos sirvió unas cervezas.
Nos comentó lo bien que vivía, con la tranquilidad del campo, excepto por la obra de la casa que edificaban enfrente. Los albañiles trabajaban en ella día y noche, siempre le estaban observando, por eso había plantado unos árboles que al crecer taparían las vistas desde esa casa a la suya, incluso en alguna ocasión le había parecido ver a alguno de ellos con prismáticos observando a sus hijas, ya mayores, mientras se bañaban en la piscina.
Aquello fue todo, aunque insistió en que nos quedáramos a comer nos marchamos, teníamos planes para almorzar con la familia.
A la mañana siguiente, de camino al despacho donde trabajaba como contable, paré en el quiosco de prensa a comprar el diario y allí en la portada del periódico en primera plana estaba la fotografía de la Dama de Elche, el cuadro que el día anterior mi suegro vendió a Luis el forzudo, con un titular que decía:
“Detenido un peligroso narcotraficante que la Guardia Civil vigilaba desde hacía meses”.
“Esta mañana, en torno a las 2 de la madrugada, los agentes han procedido al asalto de la casa donde residía con su mujer y sus hijas, donde han sido detenidos. En el registro llevado a cabo se han incautado diversas armas de fuego como pistolas, escopetas y abundante munición. También se han encontrado 10 kilos de cocaína que estaban ocultos en bidones enterrados en el jardín de la vivienda, una gran cantidad de dinero en efectivo así como numerosas obras de arte procedentes de su actividad delictiva y que los especialistas están en estos momentos procediendo a su tasación”.
Unas horas antes yo estaba allí, rodeado de armas y droga, bebiendo cerveza con un narcotraficante preocupado por unos albañiles que miraban a sus hijas, vendiéndole un cuadro mientras la Guardia Civil nos vigilaba.
Llamé a mi suegro casi sin poder hablar, nos tranquilizamos mutuamente y nos quedamos esperando la visita de algún inspector de la Guardia Civil.
Interesante e inquietante historia de la Dama de elche.
Un saludo steemian.
Gran relato. Te leemos!