Ay!,
María,
me dueles.
Me dueles en todos los sentidos,
en todos los niveles,
perdón por tanto, mi amor.
Todo el sentimiento bueno,
hermoso,
extrasensorial,
lo llevo puesto como capa cuando salgo a caminar solo.
Te he llevado a todos los sitios a donde he estado,
y mientras camino,
de vez en cuando miro hacia abajo para ver como se marcan tus pisadas al lado de las mías,
en la acera caliente,
en el piso de tierra,
en la baldosa mojada,
en una escalera de fuego.
Me había perdido, mi amor.
Se desafinó la brújula y me fui al punto inverso que me señalabas cada día.
Te escribo para decirte,
que luego de 3 meses del este exilio que he respirado, comido e inyectado;
reparé mi radar para dirigirme justo al medio de donde estés para buscarte.
Quiero ser lo que he pensado:
Tu ayuda,
tu soporte,
tu motivación para creer que entre un hombre y una mujer puede existir un amor que se haga balsa para escapar de este ambiente que nos llena de problemas y nos aparta la vista uno del otro.
Perderte me devolvió la fe,
aunque no se note.
Quiero aprovechar la electricidad que me recorre por el cuerpo para hacer de mi montículo una montaña encantada para que vivamos tú y yo rodeado de árboles frondosos que se rían cuando pisemos sus hojas secas,
con un unicornio que nos visite de vez en cuando,
con ranas que nos canten en coro,
con libélulas que nos den un buen día,
con abejas que nos compartan su miel,
con una familia de conejos que viva abajo de nuestra casa,
con peces del río que nos saluden con burbujas cuando pasemos,
vivir en armonía con los venados,
también con las lombrices.
Pienso en el mundo mejor para que estemos en paz,
para que podamos disfrutar con plenitud el sentimiento,
este sentimiento que cuando escribo por la tarde que se siente tan caliente,
y yo tengo días sin tocarte ni la nariz.