Y ella vivió así por el resto de su vida: siempre haciéndose a un lado, de esas personas que sólo percibes con la vista periférica, pero en cuanto volteas ya no están. Intentaba frenarse, en ocasiones llegó a tomar la mano de alguien para continuar su viaje, esos momentos fueron volátiles y la rutina sólo conseguía envenenarla de a poco, cuando empezaba a sentir el adormecimiento de sus extremidades corría sin mirar atrás.
Era ese hermoso horizonte que no se dejaba alcanzar.
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