Cierto día o hace unas pocas semanas llovió muy fuerte, algo extraño para la temporada en que estamos, la temporada de lluvia había pasado, pero todo el que vive en Caracas sabe qué verano o invierno le importa poco al clima, puede haber amaneceres espectaculares seguido de lluvias torrenciales todo en un abrir y cerrar de ojos.
Luego de una reunión algo extenuante, cansado me dirijo a casa nuevamente, toda una aventura el llegar a ella. Viendo el paisaje de un día totalmente gris y más gris por la jornada tan pesado que tuve, me detuve a escampar en una tiendita, veo los niños de un colegio cercano jugando bajo la lluvia, muchos recuerdos llegan a mi mente en ese instante, decido seguir mi ruta.
Mi mente estaba en otros mundos, en uno donde el estrés, las colas, las bocinas de los autos no existen, está en un lugar de silencio donde puede descansar y soñar en otras cosas. Pero algo llamo mi atención, al mirar sin ver en una esquina, y a pesar de no estar prestado totalmente atención, pude ver a un hombre, el cual se encontraba agachado mirando fijamente algo. La gente pasaba sin prestar la mayor atención aquel hombre, de tez morena, contextura gruesa y cabello que denotaba su edad.
La calle todo encharcada de agua y barro, logre cruzar la esquina que me separaba del evento que llamo mi atención y pude ver más de cerca lo que era, una escena lamentablemente triste, un perro o simple cachorro, estaba echado, acostado, tirado en la calle mientras aquel hombre lo veía, estaba empapado, sucio lleno de barro por todos lados que me hizo pensar que la corriente de agua que baja de una de las calles lo arrastro. Logro ver a las personas que pasan cerca, ninguna hace lo posible por acercarse, todas pasan de largo, siguen su vida, no se meten en otros asuntos, son como robots con trajes, alguno que otro niño dice – mami el perrito- y los padres solo le dicen – vámonos, no te pares-.
Lo detallo más de cerca y logro ver una herida profunda en el cuello, no parecía reciente, aquel perro estaba en sus últimos momentos, boqueando, exhalando su último aliento. Aquel hombre tomo aquel perro con la mayor delicadeza que pudo, lo miro con aquella mirada, esa mirada de dolor sin lágrimas, esas donde se está roto pero manteniéndose fuerte ante la circunstancia. Lo tomo y lo metió en un saquito y se lo llevo, quizás a enterrarlo como homenaje a un amigo fiel o lanzarlo en un basurero como terminan cientos de perros cada día.
Ciertas cosas que vemos hacen que nuestros días grises pasen a ser negros. Llegue a casa, más triste.