Hoy vi a Daniel, aunque no me conoce ya lo había visto anteriormente en el metro, va acompañado de su abuela como siempre, entra al tren hablando hasta por los codos, quejándose de la cantidad de personas que usan diariamente el metro, del clima, de las clases, creo que se quejó de todo. Una señora lo ve y cede su asiento, él le agradece y se sienta.
Al rato comienza hablar nuevamente, se voltea suavemente y le pregunta el nombre a una señora que estaba sentada a su lado, ella le contesta. Le realizó la misma pregunta a la niña que lleva la señora que presumo es su hija. Ella le murmuró el nombre pero solo se alcanzó a escuchar -tengo 11 años-. El sonríe y dice tenemos la misma edad.
De un bolso color naranja saco un libro, se quejó de las tareas que le mandan las maestras es la escuela y dice varias veces que estando de vacaciones aún tienen que hacer tareas, me mandan muchas tareas. La gente escucha y sonríe por la picardía en sus palabras. A abrir el libro empieza a leerlo en voz alta, era un cuento muy conocido. La gente que estaba alrededor le llamó la atención y lo miro extrañado.
Entre quejas y risas llegó a su destino, la estación Plaza Venezuela. Cerró delicadamente el libro el cual poseía todas las páginas en blanco y lo guardo en su bolso, su abuela lo toma de la mano y el saca su bastón para tantear el suelo.