Me desperté encerrado en una jaula cual animal; a mi lado estaba Livingstone aún inconsciente. Nos llevaba un carro de madera construido a mano. Era tirado por una fuerza desconocida, probablemente caballos, pero no se veía nada. Me incorporé y percibí unas riendas flotantes que unían dos entidades invisibles. Escuché también unas herraduras que repicaban la tierra al trote y pensé que la realidad de los caballos invisibles que había conjeturado cobraba fuerza. Imaginé además a un auriga oculto ante mis ojos pero de alguna forma existente; no pude comprobar, sin embargo, nada. Traté de idear una explicación plausible para todo aquello, pero por más que reflexionaba no le encontraba el sentido.
De pronto Livingstone despertó de su sueño intranquilo y me preguntó con desconcierto dónde estábamos y qué hacíamos encerrados; yo le contesté que no sabía. El panorama había cambiado. La sabana había dado paso a un paisaje palúdico de lo más misterioso. Había espesa vegetación emergiendo de tierra encharcada. Avistamos rinocerontes, elefantes, guepardos, cocodrilos, cebras y jabalíes. Aquella marisma parecía un oasis dentro del árido desierto y por un momento pensé que estaba soñando. Livingstone me dijo que parecía el delta del río Okavango, un reducto de vida en medio del Kalahari. No era un sueño a pesar de todo.
Fuimos conducidos por un camino cuya vegetación apenas filtraba la luz solar; cada vez había más oscuridad. Después de pasar unas horas en la penumbra, dimos, finalmente, a un claro en medio de la ciénaga. A lo lejos se erguía la grandeza de un palacio de cristal violeta que nos recordaba, con sus cúpulas bulbosas, al Kremlin de Moscú. Se apreciaba también el eco de una melodía que semejaba el poema sinfónico Scheherezade de Rimsky Korsakov. Ante el palacio se extendía la sagrada geometría de un jardín que nos traía reminiscencias de Versailles. Había estanques dispuestos en perfecta simetría en los que nadaban acuáticos seres invisibles — o al menos de ello dejaban constancia sus ondas. Seguimos avanzando hacia la puerta del palacio cuando de pronto divisamos, como congelados, unos cuantos cisnes negros en los estanques. Al poco reanudaron el movimiento y desaparecieron de nuestra vista.
De repente el carro se detuvo y contemplamos atónitos al auriga: estaba del todo petrificado y podíamos percibirlo con nuestros propios ojos. Era el bosquimano que nos habíamos encontrado arrodillado al principio de nuestro viaje. Ahí estaba, yerto con su casulla celeste y su tez negra. Era la primera vez que le mirábamos a los ojos; eran de un verde intenso que infundía el miedo en nuestras almas. Bajó del carro y desapareció de nuevo.
- hyperion
Hola excelente tu post te invito que conozcas el mio y me regales un voto, gracias un Abrazo Gigante desde Bogotá Colombia @ferchomusic
Hola, Fernando. Muchas gracias por tu comentario :)
Un abrazo desde España
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Este es un cuento interesante. Me meti en el roll jaja
Me alegro de que te esté gustando :)
buen post me gusto te seguire esperando tus post, te invito a ver los mios y si te gusta lo que hago votarme o seguirme espero tus post amigo
¡Gracias, Carlos!