Fíjate que, aunque parece difícil de creer debido a la leyenda negra, caer en las manos de la justicia de las villas era lo peor que les podía pasar. Porque siempre han existido las rencillas vecinales y las falsas acusaciones. De haber caído en manos de la Inquisición, lo más que les podía haber pasado era salir al auto de fe a abjurar de levi por delitos menores de superstición, un destierro de 4 o 6 años y, según el caso, unos azotes (muy diferente hubiese sido una acusación de herejía, ya fuese por protestante, criptojudío o morisco que seguía su religión tras bautizarse, ahí sí estaba en juego la propia vida).
Por esas fechas ya había tenido lugar el caso de las brujas de Zugarramurdi, juzgadas en Logroño (1610), donde sí se entregaron varias personas al brazo secular para su ejecución. Pero fue un caso demasiado escandaloso, sobre todo gracias a las pesquisas que hizo el inquisidor Salazar, que llegó a la conclusión que solo hubo brujas cuando se empezó a hablar de ellas y todo lo que habían confesado las presas eran invenciones. A partir de entonces, la Inquisición se cuidó mucho de volver a juzgar casos de brujería o de hechicería con esa dureza. Si te interesa el tema, Gustav Heningsen tiene buenos estudios sobre este abogado de las brujas.