¿Es posible poner puertas al campo? ¿Podemos evitar desde las bases que nos hurten, desde arriba, una tecnología beneficiosa para todo el mundo y en todos los sentidos? ¿Y, sobre todo, cuando ya nos resulta evidente que se ha abierto la caja de Pandora y no hay forma de cerrarla?
No son preguntas que tengan una fácil contestación y habrá numerosas opiniones, todas bien argumentadas, en un sentido u otro. Así que nada mejor que un pequeño relato para que los potenciales lectores del mismo se forjen su propia opinión. Ahí va mi opinión al respecto:
Pero antes que nada, establezcamos un contexto para toda esta historia. Supongamos que todos nosotros fuéramos egipcios en el momento en el que se construyeron las grandes y majestuosas pirámides de Guiza. Supongamos, también, que somos peones de construcción y que nos motiva contribuir a esa obra y lo hacemos de forma altruista, porque queremos hacerlo, porque es una tradición y así lo hicieron nuestros padres y abuelos. Supongamos que somos ciudadanos libres y no meros esclavos del sistema de construcción diseñado por el Faraón de turno y sus élites… y es en este punto, con estas suposiciones asumidas –y con las licencias literarias/históricas que me tomo- donde comienza nuestro relato…
Desde hace días un rumor persistente recorría todas las áreas de trabajo imprescindibles para construcción de la pirámide de Keops. Lo que empezó como tenues y temerosos comentarios ahora se habían convertido en certezas y se habían extendido como un torrente de agua incontrolable por toda la comunidad. Cada vez era mayor el número de personas que relataban lo que sucedía en la pirámide vecina de Kefrén y cada vez los testimonios eran ya en primera persona, de testigos oculares de lo que sucedía a escasos metros. Todos los miembros de la comunidad tenían un familiar, un amigo o un vecino que decía haber estado ahí. Y haberlo visto con sus propios ojos.
Cuando el rumor se tornó en certeza generalizada, se hizo evidente a todo el mundo en Keops necesitaba de respuestas ciertas y claras. Y de ahí se empezó a extender también un sentimiento común, “¿pero esto que coño es...? ¿Será posible?”
Los primeros que fueron testigos afortunados de lo ocurrido en la pirámide gemela lo relataban, más o menos de la misma manera “es increíble, pero es cierto. Yo lo he visto. Ahí han inventado algo nuevo que llaman rueda y es un elemento circular que se desplaza sin mayor esfuerzo. Sobre todo si es cuesta abajo. ¡Anda sola!...” y continuaban con su exposición detallada… “Pues sobre cuatro de estas cosas que llaman ruedas, superponen un tabla y a ese conjunto lo llaman carreta y…”.
“¿Carreta? ¿Y eso para qué sirve?” eran de las preguntas más recurrentes entre los primeros escépticos a este lado de la meseta de Guiza. Así que, como si esperasen ansiosos la pregunta, los testigos oculares se deshacían en innumerables elogios y especificaciones más o menos técnicas. Ellos lo habían visto. Y funcionaba. Vaya si funcionaba… “es increíble. Increíble. Para subir las cuestas y pendientes, atan un buey a la carreta y esta se mueve sola, por la fuerza del animal… y sobre esa tabla, sobre la carreta, ¡puedes poner un montón de piedras!”
“¿Un montón de piedras?”. Sí, la nueva tecnología descubierta en la pirámide gemela permitía algo hasta entonces impensable. Ya no habría por qué cargar en la espalda piedras de 20 o 30 kilos y llevarlas desde la cantera hasta la pirámide en interminables caminatas. Ahora ya era posible llevar más piedras, en menos tiempo y de forma mucho más descansada. Todo eran ventajas. Y ventajas muy evidentes para cualquier observador neutral. De hecho, en Kefrén así lo estaban haciendo para regocijo de toda su comunidad.
Así que siendo ciudadanos libres, los peones de Keops decidieron elegir a un comité que lo llamaron “científico”. Los más renombrados, los hombres y mujeres más respetables de esta comunidad, irían a Kefrén a observar el invento y comprobar de primera mano todas esas virtudes extraordinarias que se le atribuían a la llamada “carreta”. Y dictaminarían al respecto. Así que una vez elegido y dispuesto ese comité científico, allá que partieron.
La vuelta de los emisarios creo una expectación como nunca antes había sido vista. De hecho, capataces de la cantera y encargados de obra –todos técnicos de mantenimiento- acudieron sin hacerse notar mucho a la cita. “¿Qué estaba pasando en la otra pirámide?”
El portavoz elegido se dirigió a un enorme público expectante sin mayor demora, nada más llegar a Keops. Hizo un alegato sincero y en medio de su interludio reconoció como la evidencia de lo visto y comprobado había vencido todas sus dudas. Era evidente que el nuevo invento, “la carreta”, era algo completamente revolucionario y disruptivo. Ahora ya no había porqué cargar con piedras en la espalda. Ahora tenían la posibilidad de construir esas carretas de forma gratuita, sin licencias o patentes de por medio, y de una forma mucho más optimizada “llevar las pétreas formas esculpidas que se nos exigen en la cantera hasta la gran pirámide”. Según sus primeras estimaciones, “muchas más piedras y en mucho menos tiempo llevaremos desde la cantera hasta la base la pirámide. Esto es un avance cultural sin precedentes”, sentenció ante una enardecida muchedumbre. Y en ese momento nació algo nuevo.
Ahora solo quedaba un asunto aparentemente intrascendente. Hablar con los capataces y demás técnicos de mantenimiento sobre el nuevo descubriendo y la forma en la que las autoridades de Keops iban a ir suministrando carretas a todo el mundo. En principio no había dudas… “Todos salimos ganando. Es un win-win de manual. Nosotros estaremos más descansados y además seremos capaces de llevar más piedras desde la cantera a la pirámide y en mucho menos tiempo. No hay forma posible de que alguien se oponga. Nos resulta impensable este escenario”. Y así decidieron ir a hablar con las autoridades al día siguiente para exigir “carretas”… y todos a una, como un solo hombre.
El resultado de esta negociación lo dejo ya a la interpretación del lector… pero hubo quién aventuró que las autoridades se opondrían a la innovación tecnológica de la “carreta”… Y si esto fuera así, decían los más contestarios, pues la solución es bien sencilla… va a llevar piedras de 30 kilos a la espalda su puta madre. Se acabó. No más piedras, no más pirámides, no más esclavitud a pesar de ser ciudadanos libres… Y entonces algún visionario calificó esta postura de una especie de “revolución surgida desde las bases y el sentido común”, aunque de su testimonio y proféticas palabras no encontremos ningún jeroglífico explicativo o traducido en el actual Egipto.
Moraleja pretendida: Cambien la palabra “carreta” y el contexto elegido para contar esta historia por “blockchain” en esta fascinante actualidad de la que somos contemporáneos y elija usted o identifíquese con la postura que hubiera adoptado en el relato. El autor del relato lo tiene muy claro.
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