Como podrán comprobar a lo largo de este y otros tantos posts, soy de esas personas a las que les interesa el consumo "responsable" y la búsqueda de otras formas de vivir y consumir más sostenibles y justas para el planeta y las personas que me rodean. Sin embargo, si algo me llama la atención, es la capacidad que tiene el sector de las “alternativas” para presentarse de una manera casi sectaria, hasta el punto de que muchas personas ni siquiera se atreven a entrar en él.
Es lo que sentí yo, por ejemplo, la primera vez que me topé con la gente de la Cooperativa Integral Catalana. Pese a sentirme muy cercana a la mayoría de sus principios, después de pocos minutos hablando con varios de sus integrantes me di cuenta de que ni mi temperamento ni mi forma de la ver la vida eran tan radicales como para que me aceptaran en un grupo tan selecto. Entonces, ¿qué pasa?, ¿no soy lo suficientemente buena como para hacer mi humilde contribución a este mundo que se vuelve un poco más loco cada día?, me pregunté.
Creo que no soy la única que se ha visto en este tipo de situaciones. Por eso, me gustó la aproximación que Andrea Deodato, responsable de Haciaotroconsumo.es, cuando me topé con ella por primera vez en Madrid. De ella aprendí la ausencia de criterios rígidos y de estándares imposibles de cumplir y solo al alcance de una minoría, lo poco necesario de esa lucha contra todos los elementos para poder lucir el distintivo de consumidor responsable –si es que acaso importa llevar la etiqueta colgando de la solapa-. Deodato me proponía entender el consumo consciente “no como un punto al que llegar, sino como un proceso continuo e individual”, personalizado. ¿Cómo de bien suena eso?
Y aquí viene la reflexión...
Si bien uno de los rasgos que caracterizan el modelo de consumo actual es la búsqueda de placer, ¿no sería más sencillo empezar por tomar decisiones que incidan en la satisfacción de esa necesidad? Si nos gusta la cerveza, ¿por qué no comenzar a ser más responsables bebiendo cerveza ecológica o de producción local? Si nos gusta cuidarnos, ¿por qué no buscar cosméticos o tratamientos más naturales que, aparte de mejorar nuestro aspecto, nos aportan salud?
Dicen los estudios que nos mueven a la acción nuestras emociones más fuertes, especialmente, la ira y la frustración. Así que ¿por qué no actuar sobre “nuestros dolores”, es decir, aquello que nos irrita? Si somos amantes de los animales, ¿por qué no puede empezar nuestra aportación responsable simplemente por dejar comprar productos que experimenten con ellos?
“Se trata de no pensar tanto en lo que hacen los otros, sino en lo que estamos haciendo nosotros a título individual”.
En muchas ocasiones, solo hace falta pararse a reflexionar -algo que hacemos poco- y conectar con uno mismo; saber qué es aquello que de verdad odiamos o adoramos. Es desde ahí desde donde pueden surgir acciones como moverse en bicicleta -que, además, es bueno para la salud- o, con un mínimo de destreza, aprender a reparar los electrodomésticos que se estropean en vez de tirarlos. Y eso ya es menos que nada.
Si sabemos elegir aquello que se adapta a nuestras inquietudes y pasiones, nos daremos cuenta de que el consumo responsable ni siquiera es tan caro como nos cuentan. Siempre hay opciones. Siempre hay alternativas.