PEDIR PRESTADO A UN SANTO: FUGÁZ OSADÍA DE UN NIÑO CUANDO FUE MONAGUILLO
¿Quién desde sus iniciales años de existencia no ha correteado tras una saltarina pelota? Más, si se trata de un infante perteneciente al género masculino, residente en una popular comunidad y quien además de jugar metras, de policías y ladrones o treparse a un árbol para apropiarse sigilosamente de algún fruto de un patio vecino, no ha soñado con ser en un futuro inmediato un destacado y promisor pelotero.
Ocurría entonces, que para la época en la cual transcurría mi primera década de trajinar por este mundo de Dios, en un país sumergido en avatares por las limitadas precarias condiciones de acceso a los recursos básicos para una vida digna; es decir, éramos un pueblo pobre, aunque considero que comíamos bastante bien, quizás no en abundancia pero si suficiente.
Hoy, pienso y rememoro que después de casi 50 años de esos incipientes acontecimientos que sellaron una infancia feliz aunque muy distante de lujos y placeres, prevalece o se ha acentuado en la mayoría de los hogares venezolanos ese cuadro social de penurias, muy a pesar de los avances tecnológicos y de un moderno orden civilizatorio signado por la globalización y el “progreso”.
Pero retomando el tema de mi singular niñez, que es el propósito de este relato cuyo tema estimo es muy interesante y aleccionador para el calificado grupo que sigue, lee y valora estos escritos de los asiduos participantes en este certamen literario, les refiero que yo frecuentaba todas las tardes la iglesia de mi parroquia junto a un grupo de niños vecinos y compañeros de estudio a recibir la tradicional instrucción del catecismo por indicación de la ejemplar abuela quien asumió el noble y enaltecedor rol de madre, sembrando en mi persona un caudal de valores y principios morales y cristianos que orgullosamente abrigo aún en mi corazón.
Élla, después que yo cumplía con mis respectivas tareas escolares, me ordenaba rigurosamente asistir al compromiso eclesiástico y como era de esperarse, yo, al igual que mis amiguitos, acataba respetuosamente su requerimiento y me dirigía, día tras día, al templo erigido en honor al santo patrono del lugar: San Francisco de Asís, recinto en el cual inicié mi formación religiosa, llegando a desempeñar durante varios años el oficio de monaguillo del pueblo.
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Aunado a esto, previo a las lecciones catequísticas, casi todo el grupo de varones nos disponíamos a jugar pelota de goma en el patio contiguo a la referida iglesia, y en ocasiones antes de comenzar la misa retomábamos la faena recreativa de juego, muy común por cierto, en una nación donde el deporte “Rey” es precisamente el beisbol, por eso el entusiasmo y la pasión por los encuentros diarios en mis tardes pueblerinas de un añorado pasado de comienzo del primer lustro de los setenta.
Sucedía entonces que en ocasiones la pelota bateada caía en el techo de la “Casa de Dios” y se quedaba trabada entre las tejas, otras veces saltaba por encima de la pared del patio trasero y se internaba en un terreno o casa deshabitada y que se nos hacía a veces imposible recuperarla, y sucedía también que por el uso y el desgaste la pelota se dañaba y nos quedábamos sin el material primordial de competencia. Tremenda tristeza y frustración para unos niños ansiosos y afanados por demostrar sus destrezas y habilidades, sobre todo si como espectadores se encontraban las bellas compañeras del colegio o el propio catecismo…!!!
Para sortear el percance, uníamos esfuerzos “solidarios” y a duras penas (recuérdese que proveníamos de familias humildes) lográbamos reunir de medio en medio (0,25 cms.) o de real en real (0,50 cms.) hasta completar el bolívar o los dos bolívares que costaba una pelota para la época. Sin embargo, no siempre era posible lograr el cometido, esta desfavorable circunstancia nos condujo a cometer la travesura o “fechoría” que a continuación confieso ante ustedes:
Un día se me acercó el equipo de muchachos y me planteó la “salvadora” solución al conflicto en cuestión: “Mira Javier te venimos a proponer que como en algunas imágenes de los santos hay limosnas que la gente coloca y el padre de la parroquia no las ha recogido, vamos a tomarlas prestadas para comprar la pelota que necesitamos y en cuanto podamos se la pagamos entre todos”. Figúrense ustedes, venirme a sugerir precisamente a mí en mi condición de monaguillo y tener acceso a la iglesia a “ tomar prestado” ( un hurto pecaminoso pero con el “consentimiento” divino pues era para jugar y con el compromiso de retribuirlo oportunamente) para garantizar que continuara el juego al dia siguiente.
Tremendo dilema: yo, enfiebrado por seguir en mi gratificante e irrenunciable rutina, pero al mismo tiempo reflexionaba :¿ dónde quedaban las arengas de mi madre para un correcto proceder, los valores inculcados en el hogar, la escuela y la propia iglesia? ¿. Y si el santo me castiga? ¿ Y si el sacerdote me descubre? Les digo de corazón; la decisión no era fácil, apropiarme de algo que no era de nosotros y aparte de eso en un recinto sagrado. Había rumores de que anteriores sacristanes hurtaban las hostias y se las comían a escondidas, pero yo de eso jamás pasó por mi mente. Es más, una señora mayor, de esas que asistían con regularidad a las celebraciones litúrgicas siempre repetía un arraigado dicho: “Juégate con el santo, pero no con la limosna” .Esta sentencia, a pesar de mi corta edad, me aturdía.
Confieso que dudé, pedí perdón pero me dije para mis adentros: Dios no se va a poner bravo conmigo, pues el es un ser misericordioso y además es para jugar, no es para nada malo y se lo vamos a devolver. Y en consecuencia, lo hicimos en varias oportunidades, por supuesto con temor y cierto remordimiento, pero satisfechos porque podíamos dar rienda suelta a nuestro sano deseo de jugar y divertirnos. Esto sucedió hasta casi culminar el sexto grado, después de esto me marché a Maracay, la capital de mi estado y nunca más jugué pelota a consta de las ofrendas monetarias que hacían las personas, especialmente, durante las misas dominicales y, que los osados sagaletones solicitábamos en carácter de financiamiento a las advocaciones de El niño Jesús, La Virgen del Carmen, y hasta el propio San Francisco de Asis regidor espiritual de mi poblado de antaño por quien tanto sueño que vuelva a ser como lo fue hace 40 o 50 años en sus gloriosas páginas de la historia de una noble y prodigiosa gente.
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Si me preguntan a estas alturas de la vida, si considero que lo revelado en esta anécdota que refiere el acontecer de una recordada travesura de mi infancia, como la de cualquier niño, con su mágico y providencial toque de “locura” propia de la edad, constituyó una maldad, un desacierto o un pecado del cual he debido arrepentirme, les respondo que no.. Ahora no recuerdo si pagamos t´´odas las deudas, si estamos en mora con el cielo, pero de lo que si estoy seguro es de que la mayoría de los muchachos del ayer, hoy cincuentones y sesentones, somos personas de bien, honestos, trabajadores, profesionales y buenos ciudadanos. Ya no jugamos pelota de goma, pero orientamos a nuestros hijos y nietos por el sendero de la luz y preservamos el don de la amistad.
Seguramente no somos unos perfectos practicantes del catolicismo, a lo mejor en nuestros rumbos tomados y destinos trazados no somos consecuentes asistentes a las iglesias, pero lo que si está claro en nuestro proceder y en nuestra ruta de vida es que, a pesar de esa aventura infantil, esa travesura que hoy revelamos como un “pecado venial”, no tiene mayor significación ante los ojos del Creador ni como factor de condena en el “Juicio Final”, pues lo que si ha sido realmente efectivo y considerable para su infinita bondad y misericordia es el aprendizaje y cumplimiento de su palabra y sus salvadores preceptos que en aquellos primeros años de nuestra vida heredamos de la recordada y santa madre que nos guió , de las clases de religión en aquella humilde pero acogedora iglesia , de nuestra formación académica y de las páginas del libro de la vida con el cual nos forjamos como ciudadanos cristianos, servidores y acreedores de la redención divina. Pues es verdaderamente cierto lo que nos dejó Jesús como mensaje de esperanza eterna: Yo soy el camino, la Verdad y la Vida. Para él, el honor y la gloria por siempre…!!!
Comparte con nosotros la aventura de esa "mayor travesura de tu infancia", diviértete recordando, escribiendo y compartiendo tu "hazaña "según las bases que se encuentran en el siguiente enlace:
https://steemit.com/spanish/@sayury/concurso-del-recuerdo-la-mayor-travesura-de-mi-infancia
Debes haber pasado mucho susto para realizar esa hazaña, no es fácil. Bendiciones @javieridealista
Amen amigo mio, asi es... No fue nada sencillo, pero lo hicimos con confianza en Dios a pesar del temor.
Me gustó mucho tu post @javieridealista, y las reflexiones, todo el "interlineado" valioso que aprovechaste para transmitir junto con tu inocente travesura de antaño. Gracias por compartir. Suerte en el concurso.
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