**
U N A A T R A C T I V A V I L L A N A.
De verdad. ¿Cómo podía ser tan salvaje y conservar su clase aristócrata?
Su complexión felina le daba un porte esbelto que favorecía a su cuerpo, la forma de su rostro ovalado resaltaba el nuevo color de cabello que traía esa semana, Aren sabía perfectamente que detrás de esas pelucas se escondía una melena que debido a la poca producción de eumelanina era de un tono anaranjado, y que a causa de esa composición química, poseía una sensibilidad en su piel que se refleja en la aparición de sus efélides.
Anika hundió las uñas en la carne a la inglesa, todavía conservaba sus 55°C, la textura flácida y cruda le hizo agua la boca, levantó el rojizo pedazo de carne y olvidándose de las reglas de cortesía lo deglutió saboreándose sus dedos uno a uno, gimió de placer, no era como cuando solía cazar pero se
conformaba.
— Animal.
Como la depredadora que era, sin mover la cabeza, le dedico una mirada amenazadora a la persona de aquel comentario que lo dijo en voz alta.
— Te dije que te alejaras de mis pensamientos, Freya. –reprendió a su querida amiga.
— ¡QUE NO TE ESTOY LEYENDO LOS PENSAMIENTOS!
Anika sacudió su oído derecho con su dedo índice como si un mosquito hubiese pasado molestando su paz.
— No hace falta que grites, te recuerdo que tenemos una capacidad
auditiva perfecta.
Limpió el rastro de salsa de sus dedos en la servilleta de tela, observó como su amiga adoptaba una postura un poco acojonada que no contrastaba con su especie ni su personalidad. Freya Macovei pertenecía a la familia de los canidae, específicamente a la tribu de los Vulpini, para ser la última de su segunda generación seguía conservando un atractivo físico para el deleite visual de los demás, poseía habilidades mágicas que se incrementaban con la edad y la adquisición de conocimientos, era una zorra inteligente y astuta, pensó Anika y así era como ella la recordaba.
— ¿Cuántas veces te lo voy a repetir? Percibo las emociones de las otras personas, y claramente siento tu fervor por esa carne asquerosamente cruda.
— Antes te gustaba. –dejó caer el comentario mordaz en el aire.
Freya abrió sus labios sorprendida.
— Me enfermas.
— Bu. – Se burló ella.
Vio cómo su vieja amiga rodó sus ojos mientras cruzaba sus brazos, actitud que demostraba que no le gustaban aquellos juegos pesados.
— Vamos Freya, no te molestes conmigo –ronroneo-. Estamos pasando una bonita noche, así que cambia esa cara.Tozudamente le dio la razón a Anika, dio un largo suspiro dramático que las hizo reír a ambas y pico un trozo de su pastel de espinaca y queso.
— Y come –la acusó-. Que no has dado ni un bocado a la cena.
— Tú ya lo haces por mí. –se apresuró a engullir el pedazo de queso antes que se cayera.Anika Ardelean, conocida en los países nórdicos en el último siglo como una mujer salvaje, un animal difícil de domesticar o vulgarmente llamada gata cimarrona, le dio su mejor mirada sarcástica a su amiga de la infancia.
— Muy graciosa, si solo una de las viejas chismosas te escuchara dirá que no tienes…
— ¿Miedo de estar sentada en esta mesa con una salvaje? –la interrumpió.
Un golpe bajo, sus pupilas llegaron a ser casi una línea vertical que dejaban apreciar un perfecto color verde con destellos amarillo.
— Yo nunca te lastimaría. No sé por qué dices eso.
— Todos te catalogan así.
— Todos no saben la verdad. –dio un golpe que hizo temblar la mesa.
Una espesa neblina cayó sobre ellas congelando el momento, cuando Sir Axel Ardelean falleció, algo dentro de Anika, su esposa, murió. Sus comportamientos no eran aceptados por la Corte Suprema, siendo de la familia Felinae (algo nada extravagante como otras especies) era acosada por cada uno de los magistrados que buscaban su domesticación mediante la contratación de Hechiceros, habían sido ya varios intentos que se estaban
cansando de su actitud arrogante y rebelde que sabía perfectamente que tenía que ir con cuidado puesto que no era la primera vez que hacia desaparecer a un Hechicero para cuidar su integridad, no era como su nahual que poseía siete vidas.
— Debes de tener cuidado.
Freya rompió el hielo que se había construido sacándola de sus pensamientos más trémulos.
— ¿Por qué? –tomó la botella de vino y se sirvió un poco-. ¿Por qué me quieren eliminar del mapa? Como la buena catadora de vinos que era, sin apenas mover su copa, aspiro las sustancias más volátiles que se encontraban en la parte superior para luego hacerla girar horizontalmente deslizando el vino por sus paredes de cristal impregnándolas de su aromático olor. Delicioso, pensó Anika. E inmediatamente le llegaron recuerdos con su difunto esposo.
— Ya veo que no te importa tu integridad, no veo porque me preocupo por ti.
— No te atrevas a decirme que no tengo miedo de que uno de los colegas de tu maridito me mate y que quede a ojos de la prensa sensacionalista como un simple robo.
La voz de Anika se quebró, no se sabría decir si fue por el vino pero Freya vio resplandecer el miedo y la rabia del aura de Anika, aquellos distinguidos colores estaban haciendo mella en su amiga puesto que se volvían más vivos a medida que Anika sufría. Freya no sintió lastima por ella, al contrario, admiraba lo valiente que se había convertido y agradeció por conservar su amistad después de varios años ausente, recordaba cuando eran apenas unas adolescentes y Anika la defendía de todos, varias veces se metían en problemas por lo mismo con sus padres pero nadie entendía el valor que era sentir el apoyo de alguien que no tuviera miedo de ti y de tus poderes.
—Te quiero, Anika –confesó-. No quiero perder a mi amiga.
Freya deslizó su mano derecha sobre la mesa hasta alcanzar la de Anika dándole un fuerte apretón. Una solitaria lagrima se deslizo por su mejilla, un Familiar tiende a recibir muestras de afecto de su linaje y de su Hechicero, la repentina muerte de Aren dejó un vacío en su alma que la hizo alejarse de todos, convirtiéndola en una mujer solitaria y dolida olvidándose de lo que era sentir amor.
— Yo no sé…
Balbuceo pero no encontraba las palabras correctas. El frio le hizo castañear sus dientes.
— Quiero ayudarte.
Su visión se distorsiono, toda su atención se la ganó la persona que estaba removiéndose en su asiento a unos cuantos metros de ella, cada movimiento de aquel hombre le generaba un recelo que no era la primera vez que lo sentía cuando ese misterioso hombre estaba cerca. No era el simple hombre que trataba de aparentar que solo iba a disfrutar una cena en silencio.
— ¿Me quieres ayudar? –su atención volvió a recaer en su amiga sin dejar de vigilar al extraño sujeto-. Usa tus poderes y averigua que quiere ese hombre de mí.
— Anika, sabes que inmiscuirse en la mente de los demás no es…
— ¡Por favor!
La impaciencia alumbró el aura de Anika, era consciente de que Freya la miraba absorta por los repentinos cambios humorísticos de ella, era un completo arcoíris y no le afectaba ser un libro abierto con su amiga si de eso le servía conocer el propósito de ese hombre que llevaba días asechándola.
Los ojos de Freya se tornaron rojos como si le hubiesen tomado una foto con flash. Bendita seas entre todas las zorras, pensó Anika al ver a su amiga entrar en su hipnosis autosugestionada. Sin hacer ruido, cortó una rebanada de su Bratapfel. Delicieuse. La espera le causaba ansiedad, no podía apartar su mirada de Freya cuando contraía sus facciones, era un espectáculo verla usar su magia después de muchos siglos pero a la vez una tortura para su personalidad nada paciente y no saber que sucedía. Picaba otro trozo de manzana para entretenerse cuando sintió como la mesa levemente vibraba haciendo sonar la cubierta. Su instinto se disparó, echo un vistazo a todas las caras de los comensales esperando ver pánico y zozobra pero todos estaban muy despreocupados en sus sillas comiendo y bebiendo.
Oía como su copa de vino se mecía como una ola. Sus ensordecedoras risas, el chasquido de la loza con los cubiertos le produjeron un dolor de cabeza. Toda su atención volvió a su compañera.
Freya.
Un simple pestañeo la hizo regresar al presente, sus ojos volvieron adoptar su bonito color azul pero su mirada todavía estaba perdida en la dimensión. Anika cubrió sus manos con las suyas inconscientemente, estaban heladas, un pinchazo de culpabilidad le azotó su mente, apretó las manos de Freya para que regresara de su trance, para que reaccionara. Vio como Freya hacia amago de querer decir algo.
— He…
La mesa dejó de vibrar y con eso una gota de sangre se asomó de las fosas nasales de Freya.
— Hechicero, es un hechicero.
Y como por arte de magia, aquel hombre de vestimenta negra
desaprecio.
Nota: de esa persona anónima, que tiene mucho talento y quiero ver triunfar