Las aventuras del pequeño Lucas
La paloma insaciable
—Oye niño, aunque no hables con sus palabras sé que puedes hacer que te entiendan, he visto que con solo un sonidito tu mamá corre a hacer lo que le pidas—, dijo Edgar.
Lucas bajó la mirada tratando de buscar una excusa y le respondió:
—Es cierto, pero me entienden cosas sencillas, no van a comprender esa petición, no se decir ni una palabra de lo que acabas de pedir.
—Entonces no permitiré que ninguna ave visité tu jardín. Pensándolo bien, ningún animal que vuele, yo soy el que manda en los aires y puedo hacer que nadie venga a tu casa—, advirtió finalmente.
Lucas con preocupación y a punto de llorar, le suplicó:
—Está bien Edgar, pero dame unos días. Dame solo tres días para pedirle a Mamá que siembre un árbol de mangos en el jardín, pero no te vayas, ni tus amigos tampoco.
—Tres días niño, solo tres días, sino olvídate de las aves, nunca más veras otra volar por encima de tu casa—, amenazó Edgar.
Lucas se sentó en su caja de arena muy desanimado, no sabía cómo iba a decirle a Mamá que sembrara un árbol de mango en el jardín, tan sólo tenía dos años y no hablaba muy bien. Pensaba que lo único que lograría que le entendieran es que quería comer mangos o quería sentarse en un árbol.
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Lucas tiene un don.
Lucas era un niño especial. Tenía el don de hablar con los animales, los entendía perfectamente, y eran sus mejores amigos en el mundo. Descubrió que tenía esa habilidad con sus mascotas: Taz, Toretto y Joaquina, sus dos perros y una gata. Lo supo desde que pudo ver con claridad su rededor.
Su primera palabra audible fue: “Taz” y ahí lo descubrió. Un día gritaba: “Taz. Taz. Taz”. Y el pug de avanzada edad le respondió con desdén y fastidio: “¿Qué quieres humanito?”.
El asombro de Lucas fue mágico. Pudo entender claramente lo que su perro le decía. Reía, gritaba y carcajeaba de la emoción. Allí comenzó todo. Ese todo que hoy a sus dos años de edad tiene gravemente preocupado al pequeño Lucas.
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Para Lucas, los animales eran parte de lo que más amaba. Le gustaba todo de ellos: su libertad, forma de caminar y hasta de comer. Mamá más de una vez lo regañó por comer comida de perros y gatos.
Lo que más le encantaban eran las aves. Su libertad y la capacidad de volar tan alto le fascinaban. Podía pasar horas afuera de su casa viéndolas surcar los aires, hasta que un día conoció a esa grisácea paloma Edgar.
Ninguna ave se había atrevido a bajar y estar cerca de los humanos, pero Edgar no se resistió a un reguero de pan que estaba haciendo Lucas mientras comía, así que pisó su patio.
—Hola avecita, come todo el pan que quieras, si apeteces más, le pido a mamá—, le dijo con mucha emoción en sus brillantes ojos azules.
El ave iba a regurgitar su buche. Estaba muy sorprendida al darse cuenta que entendía todo lo que el pequeño de mejillas coloradas le decía.
—Hola amiguito. Sí, me gustaría más pan, pero si tiene migas de galleta sería aún mejor—, agregó la paloma.
Ese fue el inicio de su amistad. Edgar hacía que otras aves dejaran el temor y visitaran al alegre Lucas. Pero a cambio pedía una cuota de pan y fruta.
Me gustaría verlo en una animación, esperaré la otra parte.
Tal vez te guste pasar a ver mi libro
https://steemit.com/life/@asdrubal/les-presento-mi-libro-suenos-humedos-de-un-maldito-freak
Gracias. Hoy publicaré la próxima parte. Con gusto paso por tu cuenta.
Me encantó. Espero por el resto.
Estaré esperando la proxima parte para leerla con gusto. Un saludo.
Exceleeeeente
ya quiero que saques la continuacion :D
sigue asì
Saludos. Me ha resultado muy divertido y original. ¡Sigue así!