Un día de mierda.

in #spanish6 years ago

Un día de mierda.


Ramiro se levantaba todos los días a las 5 de la mañana y salía a pie de su casa a las 6 para llegar a la uni a las 8: la distancia era bien larga.

Todos los días compraba, en la cantina de su universidad, un pastelito de jamón y queso. Era una delicia, una de las pocas cosas económicas y disfrutables que quedaban aún en Venezuela. Ese día no fue la excepción: salió de su casa a las 6 y llegó a la uni a las 8, hambriento, y fue directo al pastelito. Ese día sería un día de mierda: el queso del pastelito estaba malo, vencido, podrido, maldito.

A Ramiro le pareció extraño el gusto del pastelito, ese día no sabía igual que otros días. Pero ya no tenía hambre, así que no le paró bolas a nada.

Entró al salón de clases, y empezaron las sorpresas.

-Ramiro Gutiérrez, pase adelante, frente a todos- habló alto el profesor, sonriendo con malicia. A Ramiro se le retorcía el estómago... "¿Nervios?", se preguntó mientras se colocaba frente a todos. -Desde que nos conocemos, Ramiro, has demostrado un endiablado talento en entorpecer mis clases. Precisamente por eso hoy quiero que des, a mí y al resto de la clase, un resumen de todo lo que hemos visto hasta hoy-.

Todos lo miraban, pero el rostro de Ramiro lucía tranquilo. Retorcijón en el estómago, contracción en el intestino y ganas de aflojar los músculos del ano: todo eso ocurría, ahí al frente del salón, pero Ramiro lograba contener sus gestos.

-En este momento no me siento capaz de dar un resumen, profesor- soltó luego de unos minutos, con voz firme.
-¿En este momento? No serías capz de hacerlo nunca-.
-Tómeselo como usted desee, profesor.-
-¿Cómo yo desee? Soy un profesor demasiado excepcional, demasiado bueno para ustedes. No merecen que les de cátedra, que una eminencia como yo esté aquí compartiendo oxígeno con ustedes, que una...-.
-Mierda- cortó Ramiro. Se le estaba aflojando el barro, había fiesta en su estómago. Soltó la palabra automáticamente.
-¿Acabas de llamarme así a mí, Ramiro? A dónde vas, niño imbécil...-. Ramiro cerró la puerta de sopetón y dejó hablando sólo al profesor de mierda.

Hizo un mapa en su cabeza y pensó: "¿Dónde coño se puede cagar aquí?". Recorrió la pequeña universidad buscando dónde poder soltar la grosería, pero sólo habían urinarios y ni loco entraba al baño de mujeres, "antes cagado que amanerado". El único baño con un inodoro en condiciones estaba al final de la universidad, al fondo de un largo pasillo.

Llegó hasta ahí, pensando por fin que había llegado a la luz. Movió la manija... y estaba cerrado.

Hizo todo el camino de vuelta hasta salir de la universidad. Se encontró a sus compañeros, que lo vitoreaban, aplaudían y felicitaban por su osadía. -El profesor enloqueció y nos dejó salir temprano, ¡eres un héroe!- ó -Estás demente, eres un loco de mierda- Todo eso escuchaba Ramiro.

-Oye, no sabía que podías ser así, taan osado-. Le dijo Sabrina, la rubia en la que pensaba todos los días, mientras se masturbaba.
-Me salió natural, soy un osado- Ramiro tenía una labia de mierda, aún más mientras se cagaba.
-Recuerdo que una vez me dijiste que yo te gustaba, ¿te gustaría venir conmigo a mi casa, como premio por habernos quitado de encima al pesado profesor?- Sabrina lo miraba a los ojos, con su cara más sucia.

En otro momento, esa mirada de Sabrina hubiese provocado una brutal erección y un tartamudeo nervioso en Ramiro, pero él casi no escuchaba, casi no se daba cuenta de nada, casi no asimilaba. En lo único que podía concentrarse era en no cagarse.

-No, amor. Me encantaría acompañarte pero hay un asunto de importancia que debo liberar... qué digo, solucionar- voz firme y clara, "bien, Ramiro", se dijo. Lamentaba un poco no poder cogérsela, pero tenía claras su prioridades.
-¿Me rechazas? Eso te hace incluso más lindo. Nos vemos mañana, entonces-.

Ramiro no consideró siquiera irse caminando a su casa. Pagó 300 soberanos a un taxi de mierda. Abrió la puerta con nerviosismo y torpeza, entró al baño y dejó que el río fluyera, que la fiesta terminara, que sus nalgas se abriesen. Después notó que no había papel, y que no había llenado las cubetas de agua para poder, por lo menos, fregarse el culo: así terminó el día de mierda de Ramiro. Ya no compraría más pastelitos.

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