Así lo recuerdo, rodeado de una muchachera, a veces cantando acompañado de su eterno compañero,un viejo cuatro que tenía mil años y a veces contando y gesticulando los cuentos que se inventaba en el momento, y es que este señor era un genio de la creatividad, tenía una capacidad inmensa de hacer volar la imaginación con cualquier tema, sumergiéndonos irremediablemente dentro del cuento elegido para aquel día.
Siempre con una asombrosa tranquilidad y una paciencia infinita, después de terminar sus labores en el puerto donde trabajaba y luego de descansar un poco, nos llamaba a propios y extraños para que abordáramos el barco y lo acompañáramos en su imaginaria travesía de fantasía y color.
Añorábamos el final de la tarde, para sentarnos con paito Luis José y embelesarnos con los inventos de su fecunda mente, siempre con el consejo oportuno se tomaba tiempo para hablar con cada uno de sus carajitos, como nos llamaba amorosamente.
De procedencia humilde, era la bondad personificada, apenas sabía leer y escribir, pero eso no le importaba, ni le impedía nada, decía que así era feliz, porque el que mucho abarca poco aprieta y él se alimentaba con el cariño de su gente, con el amor de sus carajitos. Fue un hombre sincero, llano y franco que nunca le negó la mano al amigo y siempre estaba ahí para socorrer al vecino, palabras estas de sus innumerables amigos.
Todavía ayer con su cara surcada por un millón de arrugas, esa sonrisa que le iluminaba el rostro y el brillo pícaro en sus ojos declamaba una poesía de su propia creación, ya que no la podía cantar pues la artritis no le permitía tocar su cuatro.
Y una noche como el viejo árbol que sucumbe ante el rayo en la tormenta, sin aviso y sin molestar a nadie, se fue para siempre, lo encontraron acostado en su hamaca, con su cuatro abrazado y la eterna sonrisa que ni la muerte pudo borrarle. Un infarto fulminante acabo con su vida, más no con su recuerdo y su legado.
Fue un entierro como nunca antes visto, gentes de todas partes abarrotaron la calle del puerto y en medio de llantos lo acompañaron a su última morada y justo al momento de bajarlo a la fosa un barco que partía sonó su sirena, la cual se escuchó como un largo y lastimero gemido de dolor que le puso la piel de gallina a más de uno.
Hoy uno de tus carajitos te extraña y con una lagrima rebelde, te recuerda con amor, vuela alto, paito Luis José y alegra con tus ocurrencias el cielo.
Te amo abuelito…
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