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Evité pasar por los pueblos desviándome por los senderos más separados, cruzando los campos por los pasos de las fieras, bordeando por las laderas y sorteando precipicios inmensos después de Foncebadón y La Andiñuela.
Cuando me acercaba a los caminos más anchos oía gentes y arrieros; por eso, tuve que volver por senderos de cabras hasta que me desvié a Paradasolana para retroceder hacia Manjarín.
Iba a meterme por el camino de Labor de Rey, pero una jauría de incontables lobos que no acababa de pasar nunca, trotaba camino abajo y les tuve respeto. Era la primera vez que los lobos me amedrentaban. Ya no estaba yo para hacerme el valiente enfrentándome a una jauría de alimañas. Y decidí dar la vuelta. Paré en la fuente de Manjarín a reponer agua y a que bebiera Blanco. Allí también dos lobos bebían en la misma fuente. A estos me fue fácil espantarlos a pedradas. Eran enormes y, aunque al principio me enseñaron los caninos, marcharon asustados ante mis amenazas, tomando el mismo camino que los anteriores. Serían de la misma manada
La primera noche la pasé cerca de Argañoso, con un pastor solitario al que me fue fácil convencerlo de que yo era un emisario que llevaba y traía cartas entre nobles. Le enseñé el taco de pergaminos sin desatarlos, y, como no sabía leer, me lo creyó a pies juntillas. Por la tarde le ayudé a recoger las ovejas desperdigadas, con Blanco y sus mastines. En su cabaña tenía de todo. Parecía un bazar de Constantinopla: reliquias de todos los santos que vendía a los peregrinos, ungüentos de grasa de serpiente para los dolores de muelas, plumas afiladas para los más instruidos caminantes, especias y la más variada quincalla.
Al día siguiente me encaminé hacia los montes Aquilanos, pero el camino de los franceses estaba muy frecuentado por peregrinos, campesinos y soldados que veía desde lejos, y tuve que desviarme alejándome.
Con cautela, me acerqué a Peñalba, muy cerca del monasterio de San Pedro.
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En cada curva del camino había un soldado con lanza y espada. No pude acercarme más, y, entre los árboles, fui subiendo a una colina desde donde divisaba todo el monasterio. ¡Allí estaba mi hijo! Me pregunté cómo se llamaría. ¿Le habrían puesto Martín?
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Roderico u otro fraile se habría hecho cargo de él. A pesar de mi confianza en los benedictinos del convento, una pesadumbre inundaba mi cabeza, y sólo podía imaginarlo en el gallinero en el que lo había abandonado a su suerte lleno de mocos y lágrimas, con la cara embadurnada.
Cuando contemplaba el panorama desde arriba, llegó un regimiento de soldados en caballos y carretas. Aquella noche la pasé en un árbol. Era imposible acercarme El trasiego era tremendo, y subir a la cabaña me lo desaconsejé de inmediato al ver que en aquella dirección también marchaban varios pelotones. Me introduje en los montes cruzando los valles y montañas hasta que llegué al pueblo más apartado. Tardé varios días pero no recuerdo cuántos. Se llamaba como yo, por eso decidí quedarme cerca, por si el santo sentía compasión y decidía protegerme: San Martín de Primout, un pueblo muy pequeño en el que nunca había estado.
“Aquellos valles no los había frecuentado” —le comentaba a un colmenero analfabeto al que le conté el mismo cuento que al pastor de Argañoso.
Lo de ser mensajero parecía que no extrañaba a nadie, así que tenía que explotarlo en adelante cuando estuviera en apuros. Con un buen caballo como Blanco, era lo propio para que todo el mundo lo creyera a la primera. “A mí, no me pican — se reía dándole un manotazo a las abejas que se posaban en su brazo—, por eso me llaman y me pagan por sacar la miel de todas las colmenas”.
Le pregunté de dónde era y me dijo que de otro valle donde los antiguos sacaron muchas piedras de oro en el río. “Cuando no ando a las colmenas por los distintos pueblos, todavía saco oro de entre las arenas del cauce en los ratos libres” —me decía—. “Adiós, buen hombre —se despidió—, que Dios te proteja por los caminos.” No sé por qué, me pareció que era otro templario camuflado. Pero no estaba yo para hacer indagaciones.
En el fondo del valle, al lado de la corriente, había una casita de piedra sin techo, pero con las paredes sanas y un tabique en medio que separaba la cocina de llar, del dormitorio. Tuve que darle una buena limpieza. Me quedó más lustroso que la patena. Un lujo asiático. Necesitaba descansar la mente y decidí quedarme. Lo reteché con palos y, de una meda en la era de otro pueblo, tuve que robar unos haces de paja. No quería comprar nada para que nadie me viera merodear por las aldeas. En Ribas de Sil hay mercado todas las semanas, pero no me he acercado ningún día, aunque tengo bien localizado el puesto en el que venden capas y mantas porque las noches ya se van poniendo frías y hay que abrigarse. Tendré que bajar un día al amanecer y comprar ropa cuando la estén tendiendo para exponerla, antes de que le dé tiempo al comerciante a fijarse demasiado en mi persona.
El río está plagado de truchas, de lo que fundamentalmente me he alimentado. La selva intensa y enmarañada hasta llegar a la casa dificulta el acceso. La casita se encuentra estratégicamente colocada, pues cualquier ruido lejano lo oigo con tiempo para ponerme en guardia; por eso, aquí me quedé hasta hoy, en que termino este relato, para proseguir mañana en forma de diario. Escribir estos pergaminos ha devuelto el descanso a mi cuerpo y a mi espíritu.
El final del verano y el comienzo del otoño han transcurrido con una placidez que no imaginaba. Vamos a suponer que es cierta la sentencia que tanto nos repetía el Maestre antes de salir a las batallas: “Dios aprieta pero no ahoga. Confiemos en Él y en nuestra fortaleza”
Sólo un percance he tenido y fue ayer, que llevé un buen susto: al despertarme, sentí un resuello que nunca había oído. No se me ocurrió, imprudente de mí, mirar primero por la ventana y abrí la puerta. Me encontré con un oso olisqueando alrededor de la casa. Cerré de nuevo la puerta, esperé dentro a que se marchara, y tardó un buen rato, pero al fin, me dejó tranquilo sin necesidad de hacer nada más que tener la santa paciencia de no salir afuera. Yo no sabría defenderme de un oso de aquellas dimensiones que, levantado de manos, doblaría mi estatura.
El río viene muy lleno, acercándose el agua a la entrada de la casa, porque ayer cayó una buena tromba de agua. Para comer tengo arándanos y castañas asadas. El agua ya viene demasiado fría de las montañas como para estar mucho tiempo descalzo pescando truchas con las manos. Mañana temprano intentaré comprar la ropa cuando abran el mercado y acercarme al monasterio a ver si ya está limpio de soldados del rey y autoridades locales.
muy importante tu enigma espero sigas publicando mas
espero me sigas para que veas mis publicaciones y me des tu opinion
https://steemit.com/@sandovaha
Sin duda. Hasta terminar la novela.
Excelente narracion, quede con ganas de seguir leyendo, aun cuando no indicas si continuara esta historia, estare pendiente para leerte si asi fuera te felicito una historia bien contada que despierta el interes durante toda la lectura
Es una novela histórica que vengo publicando regularmente para steemians porque en papel es cara. 24 euros. Es novela histórica sobre los tres últimos templarios del castillo de Ponferrada, León, España. Anteriormente publiqué otra novela "El BACO" finalista del premio planeta del año 1993. Claro que seguiré publicando hasta el final
espero llegue al monasterio..ya me enteraré siguiendote.. ;)
Muy bien. Ya le he dicho a otros lectores que es una novela histórica, enmarcada a principios del siglo XIV
Excelente post, buen trabajo,me gusto mucho. Gracias por compartir.