Existen personas que dicen «estoy bien» respondiendo a sí mismo, para reponerse a la paliza cotidiana, para olvidar el dolor. Al igual existen personas que asumen diciendo que «están bien» porque repitiéndolo mil veces se abren nuevas oportunidades, para expresar buena vibra. Pero también existen personas que lo dicen por decirlo, con un dejo de sí, pero no. Y sin duda alguna, hay quienes si están bien.
Es peligroso para una sociedad, (para los que estudian e investigan estos casos, pueden aportar más a esto) que la generalización de quienes dicen «estar bien» sin distinguir entre estarlo o estar mal, están con la mirada perdida enterrando su fe, y camina en la escena apocalíptica del film catastrófico; hacia el lugar -que no importa si existe-, con el suicidio a su lado.
En Venezuela el futuro nos mira a los ojos para enseñarnos esa misma forma de estar bien, que es el no estar: que es el abismo.
La angustia que produce el fondo de una fotografía, que no es puesta en escena, porque este hecho sucedió en una calle, donde una mujer tuvo un ataque epiléptico. Mostrando un silencio sostenido por dos brazos que auxiliaban el último respiro, la vajilla en el aire, el suelo roto, y la mente entregada. Aquí se muestra dos seres, que quizás sean de alguna barriada, o viven en el cerro. O que a lo mejor se conocieron en la escuela, en el lugar de trabajo o en la cola del banco. Ambos estaban vestidos con marca vieja, y huesos pintados. Fue el grito callado que arrastró los pies por la acera que da a un mismo lugar: la caída.
Mientras tanto, los que usurpan la nación se miran al espejo, vistiéndose de rojo, con sus manos llena de sangre, haciendo un gigante esfuerzo para meterse en sus pantalones, y cuando respiran; se atragantan en su opulenta figura de gula y odio.
Mis queridos lectores, estás son las manos que sostienen la caída del que recibe el toque de las manos que asesinan.
Reflexionemos sobre de cómo nos estamos sintiendo para asumir la mejor opción; el estar vivo.
Escrito por Jhon A. Romero.-