LIMPIADORES
El humo blanco olía a cosas de limpieza. Recordé mucho cuando mi madre limpiaba mi habitación y siempre me regañaba por dejar los vasos en la mesa de la computadora, aunque no la utilizara, siempre me sentaba frente a ella y escribía como una especie de diario para matar el tiempo; y era ella quién tenía que llevarlos a la cocina, aunque siempre dejaba un gran olor a rosas, jazmines o margaritas cuando pasaba por mi aposento varonil. Pero, este humo era diferente, no era el humo de un incendio, el mismo que te deja ronco y con la garganta en llamas o con los ojos como la sangre y llorando. No, éste olía muy bien, aunque igual estaba aterrado y casi montaba los pies en los asientos.
—Calma, no es un terremoto y mucho menos un incendio. —Logré escuchar a mi padre a través del alboroto que había ocasionado esa cortina de humo—. Es humo, claro está, pero éste no trae fuego, sino que te limpia. Y bueno, el movimiento brusco es por el mismo elevador que no sólo sube y baja, sino que va hacia los lados.
Dejé de gritar.
Miré a todas esas personas, a las que habían sido seleccionadas y al bebé que aún con el alboroto, la chica había conseguido dormirlo. Estaban descompuestos, y quizás yo también lucía como ellos, pero no me daba cuenta. Miré el tiempo que estaba en cuenta regresiva arriba de las puertas del elevador y me fijé que sólo faltaban dos minutos de recorrido.
Suspiré, dejando que el humo limpiador hiciera su tarea. También inhale muy profundo.
Abrí los ojos cuando escuché una voz masculina ronca que decía:
—Oiga doc. —Era el chico que antes llevaba gafas de sol—. ¿Podría decirnos hacia dónde vamos? Ok. Sé que al CB12 o algo así, pero ¿qué es eso?
—Un laboratorio —comentó mi padre rascándose la barbilla. Él siempre hacía eso cuando estaba estresado—. Donde le darán la vacuna y se quedarán por un par de días para hacerles un seguimiento.
—¿¡Cómo que quedarnos!? —exclamó la chica con cabello castaño claro, tirando a rubio. Tenía un no sé qué que la hacía muy especial, no sabría decir si eran sus hoyuelos en las mejillas o sus pómulos rosados. La verdad era que lucía hermosa hasta con sangre seca en su cara y prendas de vestir.
—Uno o dos días. —Aclaró mi padre—. Luego se podrán ir.
La chica ahogó un mini chillido entre sus manos y prosiguió a hablar con mi padre.
—Pero mi hermana está en el anfiteatro. Necesito ir por ella.
Me sentí mal por la chica, ya que todos los que estaban en el anfiteatro para esos momentos eran unos Contemporáneos sedientos de sangre.
Mi padre la miró y creo que quiso llevarle un abrazo por medio de la mirada. A lo que la chica le respondió con un llanto ahogado, ya había captado lo que esa mirada significaba.
—El dolor lleva al crecimiento —esbozó mi padre levantándose de su asiento sin mirar a nadie en especial. Pero yo sabía que se lo decía era a la chica.
Escuché un sonido de campana y luego se abrió la puerta del elevador.
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Del otro lado había una especie de lona plástica trasparente donde pude notar varias figuras humanas con trajes algo grandes y extraños, parecían trajes químicos, no lograba diferenciar porque la lona difuminaba su imagen.
Mi padre entró hacia donde estaban esas personas y lo llevaron a otro lugar hasta que perdí contacto con él.
A los treinta minutos llamaron a todas las chicas.
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Treinta minutos más tarde, aún todos los chicos en el elevador no nos llamaban como a las chicas.
—Ha pasado una hora desde que estamos aquí —dijo el hombre que había llorado con Zoe. Sus ojos eran como un océano limpio, muy azules—. ¿Hacia dónde se llevaron a las chicas y al bebé?
Todos respondimos encogiendo los brazos.
Esa incógnita me viajaba por la mente desde que salieron, pero no podía responder la pregunta ya que no sabía la respuesta.
El hombre trataba de romper el hielo con el grupo de jóvenes que estaban con él, pero a su tercer intento no insistió más y se quedó callado como los demás. Él era el más viejo de todos dentro de ese elevador, pasaba los treinta de eso estoy seguro.
En cambio el más chico de todos, lucía confundido, parecía no saber donde estaba y no había abierto la boca desde que... ¡No lo sé, no lo había oído hablar!
Frank estaba a mi lado jugueteando con sus uñas, mordisqueándolas y escupiendo lo que cortaba al suelo. Los demás estaban recostados de sus asientos en una posición que decía por todos lados aburrimiento. Pero una interferencia se hizo eco en los parlantes de ese elevador, tal y como se había escuchado cuando las chicas fueron llamadas por el mismo parlante.
—Pueden pasar —comentó una voz femenina.
Todos nos colocamos de pie y esperaba poder ver a mi padre otra vez, no quería estar lejos de él una vez más, así que caminé de primero hasta la lona de plástico, pero me detuve cuando vi a las personas con esos trajes tipo astronautas.
Éramos seis hombres y ellos eran sólo dos, no sabría decir si eran hombres o mujeres, porque sus caras estaban tapadas con una máscara de vidrio ahumado.
El parlante se encendió nuevamente y esbozó:
—Los Limpiadores los llevaran hasta una sala donde quitarán todos los microorganismos, partículas y piel muerta que tengan en su cuerpo. Ellos están autorizados a manipularlos, por favor no queremos que piensen que estamos invadiendo su espacio personal y su intimidad. Sólo lo hacemos para prevenir cualquier otro virus que pueda estar alojado en su cuerpo —explicó la voz del parlante, haciendo una pausa y cerró diciendo—. Todo sea por la cura.
Al no recibir más información del parlante, las dos personas con esos trajes pasaron con una especie de detector de metales de bolsillo, que rápido colocaron en mis ojos.
Una luz verde se encendió en aquel dispositivo y la persona que lo llevaba pasó a la siguiente hasta que los seis se les iluminaron la luz verde. Por otro lado, mientras que la primera persona pasaba ese artefacto, la otra tecleaba una cosa en una tablet.
Al finalizar nos llevaron hasta una sala blanca como el papel, con un piso muy extraño. No era un piso común, éste tenía rejillas entrecruzadas creando cuadros perfectos. Presté atención a ese piso y logré entender rápido que sólo se trataba de un desagüe muy grande, en otras palabras, el piso era un desagüe ya no era más el linóleo negro que estaba acostumbrado a ver en las instalaciones de la ECC.
—Quítense toda la ropa. —Me costó entender lo que había dicho el hombre con el traje químico.
«"Obedezcan cada orden que les den"» recordé lo que mi padre nos había dicho a Frank y a mí, en camino.
Le asentí al hombre, supe que era uno por su voz.
Primero quité mi chaqueta, luego el suéter y por último la camisa que llevaba debajo de todo eso. Dejando a la vista la cicatriz en mi pecho, no le di importancia y seguí despojándome de mis prendas de vestir. Estaba tan apenado, tan vulnerable que hasta sentí el rubor subirse a mis mejillas, pero rápido aparté toda esa pena y bajé mis pantalones.
Estaba en bóxers, esperando cualquier otro pedido de los Limpiadores. Miré a mi alrededor notando a los demás también desvestirse sin pudor alguno, pero al parecer los pioneros fuimos Frank y yo.
—Todo. —Volvió a hablar el hombre detrás de la máscara—. Inclusive los calcetines.
Todos estábamos en ropa interior, el pudor y la pena habían ganado una ronda, pero teníamos que obedecer a cualquier orden que nos dictaran ellos. Primero, quité mis calcetines y de un tirón quité mi bóxer quedando completamente desnudo delante personas desconocidas. No era para nada un exhibicionista.
Caminé hasta donde uno de los hombres nos llamó, éste era diferente de los dos que nos habían traído hasta aquí. Dentro de esa sala había como diez personas más con esos trajes.
Eran más personas que me iban a ver desnudo y eso no me gustaba para nada, tenía la cara roja y caliente de la pena, y sin ropa era más vulnerable al frío, estaba temblando y no podía guiar bien mis pies hasta donde mi cerebro les indicaba que fueran.
Como en una especie de mesa, habían seis vasos con un contenido azulado en su interior. Los Limpiadores nos dieron uno a cada uno y nos pidieron que por favor lo tomásemos. También a cada uno nos dieron una cubeta gris.
Cerré los ojos y aguanté la respiración mientras tomaba esa cosa. Mis papilas gustativas detectaron un sabor agrio, mientras esa cosa bajaba por mi garganta sentía como ésta se expandía y caía en mi estómago generando algunos retorcijones.
A los tres segundos vomité.
Mientras sacaba lo poco que me quedaba dentro, ya sea la bilis o un pedazo de lasaña que se quedó por ahí alojada en mis paredes estomacales, veía como los demás estaban de rodillas vomitando, otros estaban sobre sus traseros abrazando la cubeta. Pero el chico con gafas, dejó caer la cubeta y empezó a vomitar al suelo. Quizá por cosas como esas los ingenieros diseñaron este piso así.
Cuando vi salir jugo amarillo verdoso producido por el hígado de mi boca, pude levantarme del suelo y encarar a los Limpiadores. Ya casi todos estábamos de pie, excepto Frank que daba arcadas muy seguida, eso ya me lo esperaba, ya que el comió más que yo; y el chico de doce años que parecía un dragón con todo el vómito que expedía.
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Nos llevaron hasta donde habían unas equis marcadas en el suelo pintadas de negro. Cada uno se paró en una, pero sobraron otras cuatro. Quizá sean las de las chicas, pero por cuestiones de sexualidad nos separaron de ellas.
Seis Limpiadores se posicionaron frente a nosotros seis. Llevaban como una especie de arma alargada con mangueras unidas éstas y unos grandes tanques de al centro. El que estaba frente del mayor de todos los varones seleccionados, empezó a tocar botones en una pantalla que estaba encima de un mesón.
Se escuchó una máquina se encenderse y empezó un chorro color verde con una potencia considerable impactando todo mi cuerpo, y no sólo a mí, también a los demás los estaban acribillando con ese chorro por todo el cuerpo. Trataba de proteger mis genitales con mis manos, pero sentí algo frío y metálico apoderarse de mis manos y de mis pies, convirtiéndome en una X humana. Abrí los ojos cuando el chorro cesó por unos instantes y noté fue que unas manos robóticas no sólo me había agarrado las manos y los pies, imposibilitándome protegerme, sino que todos tenían sus esposas esclavizándolos.
Sentí que el piso se movió y di la vuelta, dejando mi espalda a la espera de ser lavada con esa cosa, que si no eran cosas mías, quemaba.
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Así pasaron cuatro chorros más y todos de distintos colores. También nos rociaron con una espuma que picaba y ardía, desde la punta de la cabeza, hasta la planta de los pies.
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Cuando terminaron con esa tortura. Sí, así es como se debería llamar: Tortura, nos llevaron hasta unas duchas. Y nuevamente sin nada de privacidad.
—¿No sientes que te quitaron tres capas de piel? —preguntó el menor de todos abriendo su ducha, caminando extraño.
—Siento como si me hubiesen quitado la piel, la fueran puesto en una sartén con aceite hirviendo, la frieron y luego la volvieron a colocar en su sitio. —Bromeé, pero de verdad así se sentía.
Escuché una pequeña risa a mi otro lado, era Frank, y a su lado estaba el chico que recordaba con el corte mohicano, vi su pierna y noté que no estaba una de ellas, en su lugar estaba una prótesis de metal.
Mis sospechas de que él era militar habían sido correctas.
—¿Qué? —Miré a Frank que aún se reía.
—Pareces un tomate —rió Frank.
El chico a mi otro lado también lo siguió.
Llevé mis brazos hasta mi campo de visión y sí, estaban en todo lo correcto de reírse de mí, ya que parecía todo un tomate. De verdad nos habían quitado unas tres capas de piel, o quizás hasta más.
—Bueno, al menos toda mi piel combina con mi cicatriz.
—¿Qué cicatriz? —inquirió el chico.
Busqué en mi pectoral derecho para mostrársela y no vi nada. Busqué en el izquierdo para ver si me había equivocado y tampoco vi nada. Había desaparecido de mi cuerpo.
—Juro que tenía una esta mañana —comenté impresionado al no encontrarla.
Frank y el chico volvieron a reírse del tomate recién horneado.
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A los quince minutos dos Limpiadores entraron con una caja donde había batas, de esas las que usan las personas al momento de ser operadas, con una tela suave. Nos entregaron una a cada uno. Yo rápido me lancé a colocármela, sin secarme el agua dulce que aún me corría por el cuerpo.
No es que me avergonzara mi cuerpo, ni que me sintiera menos que los demás. Todos teníamos un cuerpo trabajado, no porque quisiéramos, sino porque las circunstancias lo ameritaban. Antes, según mi padre, todas las personas comían todo lo que quisiesen y estaban con sobrepeso; pero en estos tiempos eso cambió para mal. La comida que se consigue se tiene que estirar por hasta dos meses, el agua igual y las medicinas no se encuentran rápido. Por eso, casi todo el mundo, si no estaba desnutrido, estaba en forma porque supo cómo administrar su alimentación, o en el mejor de los casos tenía unos kilos de más porque era familiar de alguien importante que se le hacía fácil conseguir las cosas.
Además de que todo el mundo estaba corriendo para escapar de los Contemporáneos, es otra opción válida para que estemos en forma.
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—Pasen por acá —esbozó un hombre, ésta vez lo entendí perfectamente ya que no tenía la máscara que le hacía eco a su voz.
Era un cuarto con una cámara en todo el medio.
—Toma —comentó el mismo hombre dándole un papel con un número al chico menor de todos—. Muéstrelo a la cámara dejando ver su rostro y diga: Nombre, apellido, edad y fecha de nacimiento.
El chico esperó que una luz roja se encendiera en la cámara y empezó a recitar lo que el hombre le había pedido con cordialidad.
—Hugo Guedes. Catorce años. Veinte de enero de 2031.
«Bien, tiene catorce y ya sé su nombre.»
Así sucesivamente pasamos todos a dejar nuestros datos grabados frente a una cámara, como si fuésemos unos convictos que estaban entrando por primera vez a la prisión.
El siguiente en pasar era el hombre de corte mohicano.
—Zeon Simoens. Veintiséis años. Quince de noviembre de 2019.
Le siguió el primer seleccionado, el mayor de todos, según yo.
—Vicenzo Renzo. Cuarenta años. Veinticinco de octubre de 2005.
Frank pasó.
—Francisco Espinoza. Dieciocho años. Dos de diciembre de 2027.
Tocó el turno del chico que llevaba gafas.
—Alan Navarro. Diecisiete años. Treinta y uno de diciembre de 2028.
Por último fui yo.
—Ethan Thorp. Diecisiete años. Diecisiete de junio de 2028.
El hombre apagó la cámara y nos encaró diciendo:
—Síganme, ya están listos para recibir la cura...
El corazón me empezó a palpitar muy rápido, no sabía qué esperar en esa habitación a la cual nos llevaban.
«¿Y si la cura no se acopla a mi sistema?»
«¿Y si no funciona?»
«¿Y si muero inyectándome esa cosa?»
Hermano tienes talento sigue adelante
¡Gracias! Valoro tus palabras. Un saludo.
Muy bueno tu trabajo. Gracias por compartirlo.
Muchísimas gracias a ustedes por valorar mi talento, un fuerte abrazo para todo el equipo!