PLAN B
Me desperté gracias a la alarma de mi reloj de pulsera, para ser pequeño y poco sofisticado sonaba muy alto, eso para mí bastaba para conservarlo por años. El color azul en el metal ya se estaba perdiendo, y tenía muchos rayones por todas partes, pero igual seguía funcionando a la perfección.
Toqué los botones para apagar la alarma. Siempre la colocaba a las cinco de la mañana, me gustaba ver el amanecer y pensar por un momento que todo cambiaría... Bueno, eso cambiaría hoy según la ECC.
Me fijé que la puerta de mi habitación se abrió y entró la cabeza de mi padre, sus cabellos estaban despeinados y su cara de recién levantado se notaba aún con la luz apagada.
Levanté las manos y subí los pulgares en forma de juego para que mi padre supiera que ya estaba despierto. Él volvió a cerrar la puerta sin decir ni una palabra.
Desperté a Frank con unos ligeros toques en su hombro, entiendo que esté molido por casi las nueve horas de vuelo y todo lo que vivió en el avión para venir hasta acá. Pero ése chico cuando dormía era porque en realidad lo hacía, tuve que incrementar mis golpes en su hombro para despertarlo de su profundo sueño.
—¿Quieres ir a la ECC con mi padre y conmigo? —Le pregunté, su cara se veía confundida y somnolienta—. Al parecer se sabrá qué fue lo que pasó con los Antaños, pero sobre todo ¡La cura amigo!
Frank se sentó en la cama y se estrujó los ojos.
—Bien. —Logró decir entre un gran bostezo y luego se levantó de la cama.
Ambos nos empezamos a arreglar y realmente no me importó que él viera el desastre que tenía en la cara, ya le había dicho que éramos ahora familia y lo trataría como a uno. Tuve que prestarle una de mis chaquetas favoritas de cuero, una marrón con las mangas negras, ya que en la noche había caído una pequeña nevada y los grados habían descendido mucho.
Me coloqué un suéter que tenía un pasamontañas incluido, siempre me lo colocaba para cubrir mi cabeza y la parte de mis mejillas, aunque sí, lucía como un ladrón, pero con estilo. Encima de aquel suéter, me monté una chaqueta de cuero negra para que me diera un poco más de abrigo.
Frank también se coloco las sudaderas una encima de otras como había dicho antes, se colocó dos joggers de tela gruesa en sus piernas y unos zapatos deportivos color rojo.
Yo en cambio, tenía unos pantalones de tela gruesa y me coloqué las botas marrones claras que nunca me quitaba para salir.
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Bajamos a la sala de estar, donde estaba el televisor, lo encendí y vi que el mismo bucle se estaba reproduciendo.
Lo volví a apagar.
Me senté en el sofá en espera de mi padre, que se dignó en aparecer a los diez minutos.
—¿Listos? —preguntó, dándome la Glock 19, la noté más pesada de lo que estaba en la noche y supe que la había recargado.
No sólo me dio el arma a mí, también le había otorgado una a Frank, pero esta Glock era una modelo 17, igual era muy potente y podía matar a muerto viviente que se le atravesara.
«¿De dónde saca las municiones y las armas?» me preguntaba eso desde que me dio esa arma para defenderme, ya hace unos años atrás. Igual, gracias a mi padre no pasábamos tanta hambre, él conseguía muchas cajas de balas, pero nunca sabía de dónde.
Mi padre desde hace años tenía una pistola CZ SP-01 bajo el colchón de su cama, desde entonces él la sacaba, pero nunca la disparaba, dice que no lo hace porque le puede hacer recordar muchas cosas que quiere olvidar, así que me enseñó a disparar con una pistola de juguete antes de darme la verdadera que llevaba en esos momentos.
Al parece mi padre supuso que Frank sabía cómo controlar un arma, ya que si no fuera por él, yo sería hombre muerto.
Salimos hasta donde estaba la camioneta y nos subimos en ella con los puestos ya asignados. Mi padre de conductor, yo de copiloto y Frank en los asientos de atrás.
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Mi madre nos abrió el portón lo más rápido que puso y cuando vio que ya la camioneta estaba totalmente en la calle, lo volvió a cerrar con un tirón fuerte. La pude ver por los retrovisores persignándose y despidiéndonos, atrás de ella estaba Rudy con el dedo pulgar de su mano izquierda en la boca y con su otra mano también despidiéndonos.
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Mi padre manejaba muy rápido, nos obligó a colocarnos el cinturón de seguridad, algo que ya no se usaba en estos momentos, porque si teníamos que correr eso nos quitaría tiempo.
La sede de la ECC de Canadá, quedaba exactamente en el centro de Ottawa, era una de las más grandes ya que fue una de las fundadoras.
—No estaré con ustedes, tengo que estar con mis colegas para preparar todo. —Empezó mi padre sin quitar la mirada del camino y de los retrovisores.
A veces veíamos un grupo pequeño de Antaños estar cerca de lugares públicos como las urbanizaciones y hoteles que albergaban una gran cantidad de gente. También notábamos a los Contemporáneos salir disparados tras nosotros cuando pasábamos al lado de ellos, aunque ellos corrían más rápidos que los vivos, igual ellos no podían alcanzar a la camioneta que iba a más de cien kilómetros por hora.
—Permanezcan juntos sin importar el qué. —Siguió, dando un bostezo—. Tengan sus armas todo el tiempo a la mano, si algo se llega a salir de control, no duden en usarlas. —Me miró y luego vio a Frank por el retrovisor.
Ambos asentimos.
—No sé cuando acabe el evento, pero cuando lo haga no se muevan de sus puestos. Yo iré por ustedes...
—¿Ya tienen las vacunas con la cura lista? —preguntó Frank.
—No lo sé, espero que sí —dudó mi padre.
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Logré ver un edificio muy alto, en la cima se apreciaban tres letras: una E, y dos C. Las letras estaban acompañadas con un corazón hecho con un estetoscopio, debajo de todo esto decía:
"Encargos Con Corazón"
«¡Creo que el encargo más grande que han tenido es el de la cura de toda esta mierda!» me enojé cuando pensé lo que me había dicho Frank.
Esta compañía multimillonaria se encargaba de reunir a los mejores médicos, para la realización de nuevos avances en su área. Dichos profesionales eran de todos los países, sin distinción de raza o de creencia, si podías crear algo bueno para todo el mundo, ya trabajarías para ellos.
Uno de ellos era mi padre, que empezó a trabajar allí cuando tenía sólo veintisiete años. Él había dado con la cura contra muchos tipos de cáncer, pero no fue hasta que "La Milagrosa" salió a la luz y reconocieron su trabajo. El padre de Frank por su lado, había descubierto una cura para los Accidentes Cerebro Vascular.
Todos los que trabajaban allí eran como una especie de "dios", pero su reputación fue manchada por "La Milagrosa"
—Conté doce, ¿y tú? —Le pregunté a mi padre.
—Por los árboles hay dos más —me respondió señalando y estacionando su auto muy silenciosamente.
En las afueras del edificio. Catorce Antaños estaban deambulando, quizás atraídos por las voces que provenían de dentro.
—¿Qué hacemos? —cuestionó Frank colocándose un poco más adelante para que lo pudiésemos ver.
—Tengo una idea —comentó mi padre riendo y colocando una cara de loco.
«Sí, definitivamente faltó a la repartición de cerebros Maduros"» pensé al verlo actuar como un niño.
Escuché la idea y me pareció algo suicida, no lo dejaría hacer tal atrocidad.
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—No, definitivamente no te dejaré hacerlo. —Lo dije con tono serio, no estaba bromeando como él.
—Señor Thorp, algo podría salir mal, además podrían haber Contemporáneos cerca. —Me apoyó Frank.
—Yo. Soy. Tu padre... —Bromeó mi inmaduro padre viendo a Frank, el chico dejó ver una sonrisa incómoda y mi padre siguió—. No me llames señor, no me gusta. —Sus lados de su boca bajaron—. Si funcionará, confíen en mí. Además es la única manera...
Ok, admitía que la idea era ingeniosa, pero podría salir muchas cosas mal y muy MAL.
—¿Y si la puerta está cerrada? —preguntó Frank tomando el hombro de mi padre.
—En ese caso hay que correr al sótano.
Decidimos que lo intentaríamos. Yo no estaba muy seguro, pero iba a darle un voto de confianza al hombre, si algo salía mal, ¿qué pasaría? Lo mínimo era morir y revivir en una de esas cosas, nada en especial.
—Sin desteñir en el camino, corran con sus vida porque ellos la querrán. —Alentó mi padre.
El colocó la camioneta muy cerca de una de las paredes del edificio, con la puerta del copiloto de ese lado. Ya los Antaños habían notado nuestra presencia y habían empezado a caminar hacia nosotros. Mi padre sin previo aviso empezó a tocar la corneta del auto y los que no nos habían notado, ya lo hacían por todo ese escándalo.
Tuvimos que esperar unos cinco minutos para seguir con la fase dos del plan.
Mi corazón empezó a galopar muy rápido.
—¡Ahora! —Medio gritó, medio susurró.
Presioné un botón en el tablero y el quemacocos de la camioneta se empezó a abrir despacio.
¡Esa cosa se estaba tomando su tiempo para abrirse por completo!
Mi padre seguía tocando la corneta, sólo se detenía para que no se quemara y nos dejara la tarea por la mitad.
El primero en salir y colocarse en el techo fue Frank, yo lo seguí moneándome por el pequeño espacio que el quemacocos me otorgaba. Mi padre aún continuaba tocando repetidas veces la corneta atrayendo a los Antaños.
—Bien. —Empecé, mi voz se escuchaba agotada y asustada—. ¿Por dónde?
—Todos están en la parte de adelante, es mejor que saltemos por la parte de atrás y los rodeemos —dijo Frank.
—¡Apresúrense! —Escuché a mi padre gritar dentro de la camioneta.
Tomé mi arma y Frank hizo lo mismo.
Fui el primero en saltar, esperé a Frank y corrimos por al lado de los Antaños, ellos ni nos notaron, el sonido les atrajo más que el olor a carne viva.
Llegamos a la puerta del edificio y como había dicho Frank, ¡estaba cerrada!
Le hice una seña a mi padre que nos veía desde dentro de la camioneta y éste acelero hacia nosotros.
—¡Nos chocará! —exclamó Frank.
«¡Mierda!» pensé y me coloqué pegado de la puerta para que pasara. Tomé a Frank por el hombro y lo obligué a que hiciera lo mismo.
—¿Cerrada? —Nos dijo cuando llegó.
La puerta de la camioneta estaba justo enfrente de la puerta del edificio.
La cara de mi padre cambió en una milésima de segundo.
—¡Contemporáneos! —se alarmó y salió del auto, desenfundó su arma y se agachó con nosotros entre la puerta del edificio y la camioneta.
Escuché las carreras que se aproximaban a nosotros.
Eran ellos.
Frank empezó a tocar la puerta con desespero.
Yo le seguí.
Tocamos esa puerta como si un humano víctima de un su propio capricho, con sed de sangre y ganas de comer carne humana, estuviera a segundos de hacer su sueño realidad.
Mi padre estaba alerta con su dedo en el gatillo de la CZ SP-01.
Escuché como saltaron en el aluminio de la camioneta.
Llevé mi mirada y la miré. ¡Una Contemporánea! Su cabello era negro, llevaba unos jeans pero su camisa no estaba, como tampoco lo hacía parte de su pecho y cuello.
La escuché gruñir y otro Contemporáneo se le paró al lado, y así llegaron tres más.
Mis piernas estaban como una gelatina, mis ojos estaban abiertos de par en par y había empezado a sudar por el terror que mi sangre quería dejar escapar. Lo único que escuchaba eran los toquidos que Frank daba a la puerta y los gruñidos que los Contemporáneos hacían para hacernos saber que pronto nos comerían.