AQUEL HOMBRE
Ya había pasado más de media hora desde que la muerte me había pisado los talones. Mi herida estaba siendo curada por mi padre, quién con los utensilios de una caja de primeros auxilios estaba intentando extraer una bala de mi hombro. Sin anestesia.
Por otro lado a Frank le habían vendado el brazo que había sido masticado por un Contemporáneo. El chico estaba pálido e hiperventilado. Balbuceaba unas cosas, pero Hanny lo calmaba acariciándolo suavemente y diciéndole:
—No va a pasar nada, no te vas a convertir. Tranquilízate. —Su voz era la típica voz de madre que te hacía ver el mundo de mil colores con sólo enseñarte un gris oscuro. Tenía una especie de don maternal esa mujer, podía decirlo por la forma en la que André no había llorado desde hace mucho, pero ahora lo tenía en brazos Kath, la chica pelirroja, y no paraba de llorar.
No sabía si era porque lo mecía con mucha fuerza, o estaba asustado por las caras graciosas que hacía Alan para calmarlo, uno de dos, o inclusive las dos.
De mi boca salió una queja de dolor cuando mi padre empezó a extraer la bala. Pero fue opacada por un pañuelo en ella, que evitaba que mis sollozos salieran sin control, y además morderlo cuando el dolor era insoportable.
—Duele. —Pude decir a través del pañuelo, esperaba que mi padre me entendiera y dejara de hacer lo que hacía, para descansar un poco.
—Falta poco, si la suelto dolerá más —comentó acomodando sus gafas con su mano libre, una gota de sudor le corría por su frente. Las pinzas que tenía en la mano eran casi diminutas, pero igual hacía un dolor atroz al tocar mis nervios—. Aguanta, ahí viene...
Mordí el pañuelo y cerré los ojos con mucha fuerza. Hice un gruñido como si fuera una bestia o un Contemporáneo, pero luego sentí un alivio enorme en mi hombro. Abrí los ojos nuevamente y giré mi cuello hacia mi hombro izquierdo, el que había recibido el disparo. Lo primero que noté fue un río de sangre color escarlata, daba gracias a Dios que no tenía Hemofobia, o sea, miedo a la sangre y a cualquier otro tipo de heridas.
Toda mi bata estaba llena tanto de mi sangre, como la de los Contemporáneos. Creo que había perdido un total dos litros de sangre. Estaba débil, mi piel estaba más pálida de lo normal y sentía que me estaba derritiendo.
—Esto te va a arder, pero no vas a sangrar más —esbozó mi padre y yo le asentí para que siguiera.
Echó como una especie de polvo, que venía de un sobre azul muy pequeño por cierto, en mi herida. Al instante sentí el mundo arder en llamas, o bueno... Sólo mi brazo. No dolía tanto como la extracción de la bala, pero igual dolía.
—Déjeme vendarlo por usted señor —comentó Vanessa que estaba sentada en una silla ejecutiva, al instante se colocó de pie y se me acercó.
—¿Sabes cómo hacerlo? —preguntó mi padre.
—Es una experta. —Afirmé quitándome el pañuelo de la boca.
—No se diga más, ven —comentó mi padre levantándose del suelo y entregándole las vendas que había en la caja de primeros auxilios—. Chico, ¿qué ocurre? —cuestionó mi padre yéndose hasta donde estaba Zeon, Zoe y el desmayado señor Vicenzo.
El hombre se estaba moviendo. Se estaba despertando.
****
Vanessa había hecho un estupendo trabajo con el vendaje de mi hombro. Tuvo que romper mi bata por la parte de las mangas para dejar al descubierto mi pecho. Sentí el rubor subirse a mis mejillas cada vez que me tocaba, sus manos estaban tibias, algo que me relajaba bastante.
—Listo —comentó al terminar de hacer un nudo en la parte del pecho para que no se moviera el vendaje—. Déjame remendar ese delantar de carnicero. —Rió e hice lo mismo porque de verdad parecía a uno de esos, por toda la sangre pegada a ella.
Tomó las mangas y las pegó con, nada más y nada menos que con cinta adhesiva. Reí cuando lo hacía, porque era muy rústico el resultado que quedaba. Preferí eso a que todos me vieran desnudo cuando me levantara y la bata se cayera.
****
Me levanté del suelo porque mi padre me ordenó a que fuera a su lado. Dijo que tenía algo muy importante que decirnos, lo noté nervioso y asustado, pero apartando eso lo noté seguro de lo que iba a decir.
—Bien, como se dieron cuenta esto se volvió una mierda embarrada. —Empezó con tono serio y sin nada de bromas que lo caracterizan—. Estoy tan agradecido que los diez estén con vida... —Prosiguió secándose el sudor con su camisa—. Debo decirles que fue un fracaso total la cura.
Miré la cara de todos y sin duda alguna estaban igual que la mía: con una expresión de perplejidad. Me sentía decepcionado.
—¡¿Cómo que fracaso?! —exclamó el señor Vicenzo que ahora estaba sentado en la silla ejecutiva. Kath lo ventilaba con un pedazo de cartón que estaba en el suelo de esa oficina.
Miré a Zeon y éste tenía su mano en un puño. Abriéndolo y cerrándolo repetidas veces, él quería golpear a algo o a alguien.
—No pudieron implantarles la cura, mejor dicho —comentó mi padre—. Les explicaré lo que pasó, pido suma atención no quiero interrupciones...
Todos asentimos.
—Resulta ser que después de que se los llevaran a la sala de pruebas, una alerta de terremoto sonó en toda la ciudad. Nadie le dio la importancia que se merece un desastre natural, porque aquí en Canadá no ocurren dichos espectáculos. —Mi padre se cruzó de brazos, pero antes se acomodó los anteojos—. Yo también creí que era una falsa alarma, pero diez minutos después de que sonara. Una sacudida estropeó todo el plan que teníamos para ustedes.
«¿Un terremoto?» pensé y de inmediato mi cerebro creó una imagen con dos personas en ella «Ruddy y mamá» me alerté.
—¿Y eso qué? —Se hizo voz Alan—. Recuerdo perfectamente que nos inyectaron la cura.
—Creo haber dicho que nada de interrupciones. —Mi padre miró al chico rubio—. Pero tomaré la tuya para seguir con la explicación —esbozó y prosiguió con—. Eso no era la cura.
Me quedé sin aire al escuchar tales declaraciones de mi padre. Sabía que no estaba mintiendo, y menos con un tema tan delicado.
—Eso era un cóctel de vitaminas y un elemento que crearon los asiáticos para ayudar al cuerpo a estar en forma y satisfecho por un tiempo determinado. Fue creado para las poblaciones más pobres y necesitadas del planeta, funciona como los esteroides, pero con muchos más beneficios, los cuales están desde la sensación de sentirse lleno, estar en forma sin hacer nada y reparar cosas en su cuerpo que estaban estropeadas. —siguió mi padre.
—Conjuntamente a "Devonne" así es como se llama dicho complemento, se les implantó una anestesia poderosa, haciéndolos dormir plácidamente en sus camillas —explicó erguido, ahora caminaba de aquí para allá mirándonos uno a uno—. Al momento de llegar al tercer complemento y el más importante: La cura. El terremoto empezó. Un terremoto de 9.8 en la escala de Richter. El más potente del que se tiene registro.
Mi garganta estaba cerrada completamente. Quería decir algo, pero las palabras no se creaban. El sonido que hacían los zapatos de mi padre era lo que me mantenía cuerdo.
—Desde ese momento la Prueba fue cancelada, no por orden, sino porque el edificio se derrumbaba. Algo que me sorprendió porque el edificio es aprueba hasta de tsunamis y eso que estamos bien alejados del mar. Todo el mundo huyó, pero se encontraron con los Contemporáneos del anfiteatro que habían entrado y se hicieron con todo el edificio. No digo que algunos hayan huido, pero alguien... —El hombre suspiró fuerte—. Alguien, no sé quién, los sacó de la Sala de Pruebas y los llevó a la morgue del edificio. Alguien muy inteligente por cierto. Alguien quien les habla en estos momentos...
—Ese mismo hombre los ocultó en las cajas metálicas que estaban en ese cuarto. También les inyectó unas siete dosis de "Devonne" a cada uno para que aguantaran hasta que los vinieran a rescatar. Pero luego se dio cuenta que había dejado algo importante y se regresó a la Sala de Pruebas en medio de todo el caos. Recogió las curas y tomó otra tanda de "Devonne." —Se quitó los lentes y se estrujó los ojos—. Cuando quiso regresar hasta donde estaban los beneficiarios, vio que el paso estaba cerrado y subió unos cuantos pisos. Notó que lo acorralaron unos compañeros, ahora Contemporáneos, y se encerró en un Cuarto de Vigilancia por cuatro semanas.
Estaba sorprendido por todo lo que mi padre había hecho. Sabía que habla de él.
—Él no sabía cómo manejar las cámaras del edificio, pero a la segunda semana pudo hacerlo. Temió que la energía se cortase, bueno, lo hizo algunas veces pero regresaba a las horas. —Le sonrió a nadie en específico—. Buscaba con desespero la habitación donde había dejado a los elegidos, pero no fue hasta la cuarta semana que pudo dar con ellos.
«¿Cuatro semanas?» medité y al momento de abrir la boca para hacer la pregunta, otro me la quita.
—¿Tenemos cuatro semanas aquí? —Era Hanny, estaba igual o más perpleja que yo.
—Es correcto. —Afirmó mi padre—. Y eso no es lo único. Aquí tengo las curas.
El hombre sacó de atrás de unos monitores una pequeña caja blanca larga, la abrió y había once jeringas con un líquido verdoso. Sin duda alguna era la cura.
—Aquí están, listas para ser usadas, aunque ni hayan sido probadas... Pero aquí están —dijo el hombre y aseguró que todos las vieran—. Pero hay un pero.
Se detuvo en seco y cerró la caja.
Realmente no me importaba la maldita cura. Lo que me rondaba la cabeza, después de que dijera lo del terremoto y la cantidad de días que habíamos permanecido aquí, sólo eran dos cosas.
La primera era si mi madre y mi hermana estaban bien.
La segunda era saber cómo salir de allí para asegurarme que la primera era correcta.
—¿Cuál es ese pero? —preguntó el señor Vicenzo.
—Tiene que irse lo más pronto de Canadá. A cualquier ECC del mundo, preferiblemente una que esté en un país poco poblado, pero tienen que hacerlo ¡Ya! —Se escuchaba preocupado, y eso me hacía preocupar a mí.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué la prisa? —preguntó Alan.
—Porque el terremoto casi exterminó a la población de nuestro país. —Se le quebró la voz—. Ahora hay el triple de los que había.
—¿Cómo sabe eso si ha estado encerrado acá? —inquirió Zoe.
Mi padre giró en sus talones y se dirigió hasta los monitores. Apretó un par de teclas y dos monitores enfocaron las calles de las cercanías al ECC. Eran tomas aérea, quizá esas cámaras estaban en los últimos pisos del edificio.
Mis ojos no podían creer lo que veían.
Esa imagen era como estar viendo una gran cantidad de hormigas en azúcar. Pero no era nada de eso.
Eran millones de Contemporáneos caminando sobre la nieve de las calles, cubrían hasta donde podía llegar el lente de la cámara y juraba que después de los límites habrían miles más.
—Oh por dios. —Logré escuchar a mis espaldas.
Estaba hiperventilado, el corazón me empezó a latir a mil kilómetros por segundo, comencé a sudar y a temblar por culpa de la pregunta que suelté:
Miré a mi padre y le musité:
—Mi mamá y Ruddy están bien, ¿verdad? —Un nudo se me subió a la garganta.
—Eso espero hijo. —Me abrazó—. Eso espero...
¡Ohhh! muy bien es una sorprendente historia realmente me ha atrapado, me sentí en empatía con los personajes. Muchos saludos éxitos y felicitaciones :D
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