Él estaba contento y emocionado porque había sido seleccionado entre los nuevos músicos de la orquesta sinfónica nacional, ya tenía 4 años estudiando el violín, ahora pensaba como distribuir el tiempo para estudiar y poder ayudar aún más con los quehaceres del día, puesto que los planes de ir a la Universidad se habían esfumado, tras la debacle económica que estaban viviendo en su casa provocado por la inflación acelerada que vivían en su país, y ahora asumir el reto de proveedor principal, su papá falleció una semana atrás, luego de una larga batalla contra el cáncer de próstata, que tristemente perdió, por no tener las armas completas, se acabó el tratamiento y nunca llego la nueva dosis para concluir el ciclo. Fue una partida inesperada para un hombre fuerte que supo llevar con sabiduría su hogar, a pesar de tener solo el 3er grado de primaria aprobado.
Mientras nadaba en dirección al bote, lanzando cada brazada con fuerza para llegar y salir presuroso del frío mar que le arropaba, en su mente iban la esperanza, la duda y el discernimiento peleando el lugar central de la atención, solo se escuchaban las ondas del oleaje golpear el bote, incrementándose el sonido en la medida que se acercaba.
Una vez cerca de la embarcación, se pasó la mano por su rostro para quitar el exceso de agua salada de sus ojos, con sus manos se aguantó del borde del bote, y con una fuerte patada de delfín se abalanzó para subirse al peñero, la brisa de la mañana golpeó su delgado pecho, provocando la piel de gallina tras su paso. Al levantar la mirada hacia el horizonte, pudo ver el sol mordiendo la fina línea que separaba el cielo azul del frío mar. Se sentó en la primera tabla, inclinándose para comenzar a recoger por el borde del barco la cuerda que se unía a la pequeña red, sentía el contraste de la fría brisa con el calor cálido y suave del sol que acariciaba su espalda, y subía lentamente despidiendo el horizonte.
A medida que subía la red, sentía que aumentaba el peso del botín marino, sus manos comenzaban a temblar, poco a poco aumentaba dolor en sus manos por las quemadas que provocaron los hilos del nylon al rozar su delicada piel.
Pudo ver que la carga era buena, los peces chapoteaban desenfrenadamente y con desesperación por sobrevivir, haciendo fuerza contraria hacia abajo, se veía una lucha constante de sobrevivencia entre el humano y el animal.
Augusto escuchaba en su mente la voz de su papá Perucho Blanco; así lo llamaban los pescadores de la costa: -¡Jala hijo, Jala con fuerza que tú puedes! ; hasta que pudo subir con todas sus fuerzas el peso de la red, solo con la ayuda de Dios, después de soltar la red en el bote y recuperar el aliento, se sentó en la segunda tabla a contabilizar lo que había obtenido.
Una variedad de especies, 6 catalanas, 4 jureles, 2 atunes como de 3 kilos cada uno. Y un pargo que devolvió a la mar porque lo encontró muy pequeño. Apresurado se dispuso a meter los pescados en la cava, para luego acercar el bote a la orilla usando la soga que estaba amarrada a la palmera en la costa. Cuando logró acercar el bote, se dispuso a saltar a la orilla y seguidamente se llevo al hombro el peso de la cava con la mercancía marinera.
En casa y con ayuda de su hermana, escogieron las catalanas para el almuerzo y la cena, y se dispuso a llevar el resto de los pescados al puesto del mercado en donde se encontraba su mamá. Con la venta de los pescados podría obtener una ganancia adicional, pues el puesto del mercado era de las verduras del conúco del abuelo.
Augusto tenía la esperanza de obtener una buena cantidad de dinero en efectivo para poder solucionar el pago de transporte de su hermana y de él mismo por lo menos para los próximos 4 días.
Se regreso a su casa luego de haber vendido el pescado, se ducho y aún quedaba el olor a pescado en su cuerpo, esto no le preocupaba a él, pero sí a su hermana. Se colgó el violín al hombro, y salió rumbo a la parada de buses a esperar por el primero que pasara, en ocasiones esta espera llegaba a las 3 horas, y debía retornar su caminata a la casa con la desilusión en su rostro por no llegar a su destino final.
Así pues, es la historia de algunos venezolanos hoy en día, quienes pierden su sueño por llevar adelante la cotidianidad presente y más que vivir, sobrevivir.