Recientemente tuve la oportunidad de vivir una experiencia que realmente me marcó: un viaje misionero a Yaguapita, un lugar bastante aislado, con un grupo de amigos con los que comparto mi fe. Nuestro objetivo principal era llevar un mensaje de esperanza basado en las enseñanzas que hemos recibido de Jehová en su palabra la biblia, y realmente fue una aventura que cambió mi forma de ver muchas cosas.
Desde que nos planteamos la idea de ir a Yaguapita, supe que íbamos a enfrentar varios retos, principalmente por lo remoto del lugar . Pero eso no nos detuvo; al contrario, nos motivó aún más a continuar . Éramos un grupo grande y cada uno de nosotros estaba comprometido a compartir nuestro mensaje con quien estuviera dispuesto a escucharnos.
La mañana estaba un poco fría , los hermanos y yo estábamos contentos por ir de nuevo a yaguapita . Todos queríamos asegurarnos de que no olvidáramos nada importante porque sabíamos que en Yaguapita no tendríamos las comodidades a las que estamos acostumbrados. Las horas en el camino se pasaron rápido, con las pláticas sobre lo que esperábamos del viaje y, por supuesto, alguna que otra broma para mantener el ánimo.
Al llegar, lo primero que nos sorprendió fue la receptividad de las personas. A pesar de ser un lugar aislado, las personas de Yaguapita nos recibieron con los brazos abiertos. Su hospitalidad fue algo que me tocó profundamente; casi cada casa a la que nos acercábamos, nos invitaban a entrar, ofreciéndonos algo de comer o simplemente un lugar donde descansar a la sombra. Esto era algo nuevo para mí, ver cómo personas que tienen poco, están dispuestas a compartir tanto.
Pasamos todo el día moviéndonos por diferentes sectores de Yaguapita. En cada uno, el mensaje era recibido de manera diferente, pero siempre con respeto y curiosidad. Fue increíble ver cómo, a pesar de las diferencias, el deseo de escuchar y aprender era algo común en todos los rincones del área. Las conversaciones fluían, y con cada diálogo, sentía que no solo estábamos compartiendo nuestro mensaje, sino que también estábamos aprendiendo mucho de cada persona que nos dedicaba su tiempo.
Uno de los momentos más emotivos para mí fue cuando un señor mayor, después de escucharnos hablar, compartió con nosotros su gratitud. Nos dijo que en lugares como Yaguapita, a menudo se sienten olvidados y que nuestro esfuerzo por llegar hasta allí significaba mucho para él y para sus vecinos. Fue entonces cuando realmente comprendí el impacto de lo que estábamos haciendo, no solo en términos de nuestra fe, sino también en hacer sentir a las personas valoradas y escuchadas.
A medida que la tarde pasaba ,, nos reunimos para comentar la jornada. Cada uno de nosotros compartía sus experiencias, los rostros sonrientes que vimos, las historias que nos contaron, y, sobre todo, cómo cada uno de esos momentos nos había tocado el corazón. Fue una conversación llena de emociones y reflexiones que nos unió aún más como grupo.
El viaje de regreso fue diferente. Aunque estábamos cansados físicamente, dentro de cada uno de nosotros había una sensación de satisfacción y alegría que solo este tipo de experiencias puede dar. Sabíamos que lo que habíamos hecho ese día era algo pequeño en el gran esquema de las cosas, pero significativo para cada persona que tuvimos el privilegio de conocer.
Esta aventura en Yaguapita me enseñó el poder de la hospitalidad, la importancia de escuchar y, sobre todo, reafirmó mi deseo de seguir participando en actividades que promuevan la esperanza y el amor al prójimo, principios fundamentales de mi fe. Estoy agradecido por haber sido parte de esto y ansioso de ver cuándo voy otra vez