Un automóvil negro pasa veloz por la carretera rugosa y pedregosa mientras levanta una nube de polvo leve, por más elegante y lujoso que pueda ser el interior de este, no es la mejor opción para este tipo de terreno, y a pesar de lo turbulento del viaje no era posible disminuir la sonrisa de la joven que iba de pasajera mirando con emoción los matices de colores de la villa que recordaba desde su infancia.
Apenas bajar un poco la ventanilla hacia que los aromas de las flores y las uvas inundaran el interior del vehículo, llenando de alegres memorias y nostalgia el corazón de la joven, pero lamentablemente no duraría la emoción ya que el conductor cerraría la ventanilla desde su posición, sin intención de desanimar a su pasajera, alegaría que el polvo también podría entrar, pero que podría disfrutar del paisaje y los aromas una vez este en la casa.
Tras unos kilómetros podría por fin divisar esa bella joya desgastada enmarcada en un anillo de colores y aromas dulces, en la entrada le esperaba una cuadrilla de sirvientes de la casa, amas de llave, los viticultores, los perfumistas, cocineros, y justo en medio, la señora de la casa, su amada abuela. Sin prisa, nerviosa, y emocionada, poso sus pies en la tierra una joven de cabellos castaños y ondulados, algo corta de estatura, de piel suavemente acanelada, con suaves curvas marcadas por su vestido blanco, salió del auto con una maleta en mano, y con la otra sostenía su vestido que hondeaba un poco con la dulce brisa, paso a paso se acercó a todos los alegres rostros que la recibieron con júbilo. A pesar del tiempo la joven de 19 años aun recordaba los nombres de cada uno de los rostros que veía y la saludaban como si aún fuera la niña de 12 que se marchó al final del verano.
Paso a paso, entre besos, abrazos, risas, caricias y chistes, se abriría camino la joven para llegar hacia una hermosa anciana que dejaría su bastón colgado del brazo de su mayordomo, he ignorando cualquier dolencia por los años, caminaría erguida, elegante, y feliz a los abrazos de su nieta.
_ Cuánto tiempo sin verte abuela - dijo contenta ignorando todo, como si nada en el mundo existiera más que ellas dos.
_ Más del que debería estar una anciana tan lejos de su nieta mi niña. - dijo la anciana tomándola del rostro y acariciando suavemente sus mejillas.
Ambas, tomadas una del brazo de la otra caminarían contentas a la casa, mientras el fiel mayordomo solo tomaba el bastón de su señora y la maleta de la recién llegada tratando de ocultar una ligera sonrisa mientras todos se retiraban, no sin antes de que una joven sirvienta tocara suavemente el hombro del ignorado muchacho.
Los ecos de los pasos de aquel muchacho sonaban por los viejos pasillos, mientras llevaba sin problema las maletas de la joven a su respectiva habitación, correría las cortinas dejando entrar la luz, abriría las ventanas para dejar pasar los diversos aromas de cada flor cultivada, rosas, tulipanes, lavanda, orquídeas, de este a oeste, y las famosas uvas del viñedo, viniendo de norte a sur, todos los finos aromas perfumaban la habitación recién aseada mientras el joven no podía evitar voltear su atención a un cordero de felpa que yacía en el marco de la ventana. De inmediato los recuerdos de un último verano llegan a su mente, uno tan radiante como el presente, hacia 7 años que no sentía el sol brillar de esa forma, como si el mismo manifestara su alegría al regalarle como bienvenida a la señorita un día brillante, pero sin calor sofocante.
_ ¿No estas algo grande para los juguetes Nico? - dijo una joven sirvienta que traía el vestido de cama y las sabanas.
_ Era su favorito, y en su ultima estancia, lo dejo atrás, nunca se despegaba de él. Siempre me pregunte si ella pasaría noches difícil sin él, si lloraría, si estaría triste… Pero al verla hoy estoy seguro de que todo eso paso, lloro, luego seco sus lágrimas y siguió adelante, fuerte, y decidida, para convertirse en… - dio una pausa al oír a la distancia el galopar de los cascos de un caballo, no necesitaba verlo, él sabía que era Plata, la yegua favorita de la joven.
_ Hablas de eso como si perder un juguete la hubiera vuelto una super mujer. - dijo la sirvienta mientras vestía la cama.
_ No sé si será una super mujer, Francesca, no sé qué ha vivido estos años, puede que ya no sea la pequeña que recuerdo. - dijo mirando aquel animal de felpa. – La señorita Albertina no perdió tiempo, fue directo a los establos. -
_ ¿Cómo lo sabes? No fuiste a verla. - dijo la sirvienta colocándose al lado de Nico en la ventana, que ve a lo lejos como la señorita doblaba en la esquina de la casa
_ Tengo un buen par… - decía mientras veía pasar a Albertina, por un momento sentiría como sus miradas se cruzaban y el mundo parecía ir más lento hasta que ella pasaría de largo -… de oídos. - dijo mirando a lo lejos como la señorita seguía su camino.
_ Y un buen par de ojos… mirón - dijo Francesca retirándose no sin antes darle una palmada en el trasero a Nico quien se estremecería un poco.
¿Era caso mirar, un pecado? Se dijo a si mismo Nico para luego posar el animal de felpa en la ventana y retirarse para seguir con sus quehaceres, ya que podía oír a la distancia esa brillante campanilla, no le extrañaba ya que había dejado a su señora sola y sin su bastón.
Era hora del almuerzo, y en la terraza estaban ya listas sus patronas para la comida, pero ahora era el turno de los encargados de la cocina y las sirvientas el servirles, mientras nieta y abuela reían entre historias, habían muchos años perdidos que debían compensarse la una a la otra, y como una niebla tibia, suave he imperceptible, Nico dejaría el bastón de la anciana posado junto a un carrito que transportaba la comida, y en silencio y con bajo perfil se marcharía sin alertar a nadie, ni a la servidumbre, ni a su ama, como siempre, no más que a la recién llegada que por el borde del ojo notaria un fugaz movimiento bastante familiar.
Finalmente, llegado el alba, cuando el radiante sol culmina su exitosa jornada, y se permite un momento de comunión con la luna y las estrellas, antes de dejarles por completo el escenario, y deslumbrar a su audiencia con el espectáculo del millar de luces que solo pueden ser apreciados lejos de las ajetreadas y tumultuosas ciudades, el joven mayordomo se permite un respiro, apreciando la delicada belleza de una flor que bajo perfil adorna las enredaderas de la vieja casa, una delicada flor de Belladona, para luego acercarse y apreciar su aroma.
_ Durante estos años me pregunte siempre el por que ¿De todas las flores de esta casa, esa es la única que he visto que te acercas a oler Nico? - dijo la joven Albertina que casualmente doblo en la esquina.
_ S-señorita Albertina - dijo guardando la calma, pero sin poder ocultar su sorpresa aquel joven pelinegro
- ¿Así que si te acuerdas de mi?- dijo acercándose - Sabes, me he preguntado todo el día si habías olvidado mi cara -.
_ Eso jamás señorita Albertina - dijo con las manos en la espalda y bajando la cabeza dejando que unos mechones de cabello cayeran en su frente.
_ Por supuesto que si… me has olvidado Nico…- dijo con mucha seriedad y una ligera presión en la garganta parándose firme frente a el.
_ Perdóneme señorita Albert…- dijo bajando más la cabeza y posando la mano en el corazón, pero sin poder terminar su disculpa al oír repentinamente “Tina” de la boca de la joven.
_ Si me recordaras… me llamarías, “Tina”- dijo muy seriamente esperando que el joven alzara por fin la mirada.
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