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Mi primera experiencia sobre votaciones ocurrió en 1963, tenía en ese entonces 7 años medio y el recuerdo es algo difuso por la distancia. Vivíamos en la casa vieja, al lado de mamaguela en la avenida 8b de Santa Rita, frente a los depósitos de un transporte de camiones y gandolas llamado FAGA. Estudiaba en el colegio Lucila Palacios, donde les tocaba votar a todos.
No existía tarjetón electoral ni mucho menos computadoras, todo era manual y le daban a cada votante un paquete de tarjeticas que identificaban a los partidos y participantes, había una tarjeta grande y otra pequeña, con la primera se elegía al presidente y con la segunda a los diputados al congreso. Eran los albores de la partidocracia que gobernaría por muchos años al país, tras la caída de Pérez Jiménez.
Para los niños de los sectores populares y de clase media, el evento era una fiesta, no por lo que representaba sino porque el mismo nos dejaba un montón de barajitas que nos servían para jugar “pared” mezcladas con otras de besibol u otro motivo que vendían o regalaban en las tiendas por la compra de algún dulce. El juego consistía en dejar caer desde la pared la barajita, la altura estaba marcada de acuerdo al máximo de distancia que llegaba el brazo extendido hacia arriba del jugador más pequeño. Esta con la fuerza del viento y la altura caía a variables distancias en el piso y de caer sobre otra entonces se ganaba esta o todas las que estaban el piso, de acuerdo a las condiciones impuestas previamente y se repetía el turno.
Para los adultos la fiesta estaba en reunirse a beber, hacer algún sancocho “en vaca”, o sea que cada quien ponía algo y jugar domino o bolas criollas, los hombres y cartas, las mujeres, en espera de un resultado que terminaba conociéndose muchas horas, a veces días, de efectuada la votación.
Había muchas vidas marcadas por la cercanía de la dictadura, tanto de los triunfadores como del otro lado y existía siempre tensión entre ellos. Rara vez se mezclaban o reunían, aunque en mi casa esto no era así, aunque mi papa fue empleado del consejo municipal en la época de Pérez Jiménez.
Recuerdo que en esa repartición siempre me tocaba la mejor parte, ya que era el único niño que vivía allí, ya que solo mi tía Regina tenía hijos y el varón era mucho mayor que yo y mi tía Graciela solo tenía un varón que era un año mayor, el resto eran hembras, incluida mi hermana que en ese entonces tenía solo dos años. Solo las tarjetas de mi papá y mi tío Alejo no pasaban a nuestras manos ya que ambos eran empleados públicos y a ellos le exigían que llevaran las que no usaban en un sobre para verificar que había votado por el candidato de gobierno que era Raúl Leoni, ya que en ese entonces el presidente era Rómulo Betancourt.
Como niño y la poca difusión comunicacional de la época, el conocimiento estaba sujeto a algún afiche o volante de los que lanzaban en la calle y que solo nos llamaba la atención cuando estos servían para ser usados en algún juego de los que nos inventábamos ante la poca oportunidad de comprar alguno. Fue en esa época que por primera vez escuché la palabra CAMBIO, como parte de una campaña electoral, ya que era el slogan de Caldera y esta por años pasó siempre a ser la forma más tradicional de hacer un llamado a los electores para que votaran por el aspirante que era oposición al gobierno de turno. Así pasó a ser esta palabra de copeyana a adeca, urredista, izquierdista y al final del periodo del bipartidismo siguió siendo usada por el llamado “Chiripero” que abanderó al creador de la misma y más tarde por ambos candidatos de las elecciones de 1998 y ahora por el candidato de la oposición.
El tiempo pasa y ya para nuestros hijos no existe la misma ingenuidad, pareciera que ha habido un desfase temporal entre los protagonistas y los voyeristas de otras épocas, ya que los primeros siguen repitiendo lo mismo mientras que los segundos incluso participan junto a sus padres en los eventos electorales.
Todos quieren cambios pero estos llegan y las cosas siguen igual. Existe una ninfomanía incontrolable de descontentos que ha ido llevando al ser humano a desprenderse de su verdadera identidad espiritual y ha ido olvidando que la vida es solo un suspiro que acaba cuando menos lo esperamos.
Quizás debiéramos meditar y comprender que para que el mundo cambie debemos comenzar cambiando nosotros y que para que este sea un entorno feliz debe ir acompañado del ejercicio de las enseñanzas que Cristo nos dejó. Cuando amemos realmente al prójimo sin importarnos su color, su estado, sus creencias, virtudes o defectos, entonces llegará el verdadero cambio que todos pedimos y nunca reconocemos.
Hablar de Simon Bolivar es dejar de mencionar muchas cosas, como por ejemplo que Bolivar trato de suicidarse tres veces. Saludos amigo
Efectivamente, Simón Bolívar fue el "pequeño" gigante de nuestra Venezuela. En la época de la independencia, con su mente maestra, el Libertador fue atando cautelosamente cada espacio para conquistar. Además de ello esta la parte donde nuestro Libertador decide ser mason por influencia de su maestra #SimonRodriguez.
Realmente hablar de simón Bolívar es hablar de heroismo.