Lloro por tu suave brisa marina,
lloro por el sol inclemente que abrasa tu tierra,
lloro por tu gente y por tu fuerza de atracción;
por la magia que te envuelve y atrapa a quien se te acerca.
Lloro por tu forma de enamorarme:
lento y silencioso...
lento y con detalles...
lento y sin que me diera cuenta.
Con cariño, con calidez,
con formalidad...
Lloro porque siento miedo de perderte,
de quedar ciega de tu encanto
y, finalmente, pensar que hay algo mejor que tú.
Lloro por la incertidumbre,
por el no saber de un regreso a futuro.
Debo reconocer que lloro porque temo no volver a ver
tu silueta dibujarse en el horizonte
mientras mi corazón da un vuelco de emoción.
Lloro por la despedida.
Un "adiós" siempre será difícil mientras se ame,
siempre será un puñal con espinas
si eres tú quien se aleja como te alejas ahora.
Mi temor crece...
Lloro porque sin lugar a dudas, te extrañaré.
A tus calles, a tus avenidas, a tu gente,
a tu aroma a playa
e incluso, a tu calor abrasador.
Lloro porque me acostumbré a ti.
¿Cómo no hacerlo?
Eres tan fácil de amar
que la rutina, si es contigo, es cotidianidad agradable:
un día suave, relajado y seguro.
Lloro porque, además, soy débil
y me cuesta desprenderme de ese encanto mágico que detilas.
Lloro por la necesidad que de ti siento al estar lejos...