¿Saben cual es la forma más efectiva de anular por completo a una persona y, al mismo tiempo, darle excesiva importancia en nuestras vidas? Idealizándola. La idealización de una persona es algo tan frecuente, y tan destructivo. Idealizamos a las personas que no aportan nada a nuestras vidas más que un falso sentimiento de bienestar. Es un todo, junto a un invisible nada. Qué es, que le gusta, qué le disgusta, que odia y qué no, si maltrata a los animales, cómo es, cómo trata a las demás personas, cómo nos trata frente a las demás personas y cómo nos trata en privado, cómo actúa delante de sus amigos y sin ellos cerca, si se aprovecha de las personas y, más importante, cómo nos hace sentir. Reemplazamos las cosas importantes y esenciales en una persona con un “cómo creemos que es y cómo creemos que nos trata” que no es más que nuestra burda imaginación superpuesta a una realidad palpable para los demás que no queremos aceptar. A fin de cuentas, podría decirse que “aceptamos el amor que creemos merecer”, citando la famosa novela juvenil escrita por Stephen Chbosky (“The Perks of Being a Wallflower”). Pero las cosas se complican un poco y se turbia cuando sabemos perfectamente, es decir, estamos plenamente conscientes de cómo es la persona; sus pocos lados buenos, sus muchos malos y, aún así, la idealizamos. Sabemos que somos la peor versión de uno mismo cuando estamos en su compañía; engreídos, cobardes, maliciosos, malintencionados, ruines, cómplices de malas acciones... todo mal. Y todo eso lo tenemos muy en claro, pero aún así creemos que puede cambiar con nuestra compañía, que podemos mejorarlo. ¿Qué ilusos podemos llegar a ser a veces, no?Días, meses, años pasan y esa persona sigue siendo la misma basura de persona que era cuando la idealizaste, o hasta peor... solo que ahora lo ves diferente, solo que ahora tu universo interno se expandió, solo que ahora tu no eres la misma persona que lo idealizó y, poco a poco o de un sólo golpe, vas colocándole límites y esa persona se harta de ello. Le colocas límites hasta que, un día, ya no recuerdas el sonido de su voz, ni la calidez de su piel, ni su distintivo aroma, ni sus temas de conversación... ni siquiera te acuerdas de su sonrisa; pero recuerdas lo bien que te sentiste a su lado, las risas, los helados, algunas conversaciones a las dos de la madrugada y sabes que, durante su tiempo juntos, fuiste efímeramente feliz. Aún no te explicas en qué punto comenzaste a idealizarle y en cuál volviste a verle como realmente era, ni qué influyó en el proceso. Agradeces las experiencias vividas y, en lo que puedas o cómo puedas, sigues reconstruyéndote de a poco de esa terrible demolición.