Luis tenía un hermano que se llamaba Pedro y que era un chico listo y responsable, pero muy miedoso. Luis era todo lo contrario, nunca tenía miedo a nada. No temía a nada de lo que por lo general asustaba al resto de los niños. Ni a las tormentas, ni a los ruidos extraños, ni a las sombras que aparecían por las noches. La cuestión es que el niño sentía curiosidad por saber qué era eso del miedo. Quería saber qué se sentía.
Con esa idea en la cabeza, Luis preparó su mochila y se lanzó a la aventura. Metió algo de comida y ropa de abrigo por si acaso y emprendió la marcha. Su primera parada fue en la tienda de la esquina. Los niños del barrio decían que bajando las escaleras se llegaba hasta un sótano oscuro y húmedo. Luis pidió permiso a la dueña para bajar y ver qué se sentía.
Nada, no notó nada. El espacio estaba lleno de muebles viejos, telarañas en las paredes y hasta vio una rata. Pero ni se inmutó. Ni siquiera un tímido escalofrío recorrió su espalda. Decepcionado, se puso a buscar un próximo destino.
Llegó hasta una tienda de animales en la que tenían todo tipo de insectos exóticos. Muchos niños de su cole saltaban y gritaban cada vez que aparecía una araña en clase. Así que le pidió al dueño de la tienda que le enseñase la araña más horripilante que tuviese. El hombre le mostró un ejemplar de largas patas y lengua viscosa. Luis, como le habían dicho que la araña no era venenosa, se la puso en la mano. Nada, tampoco notó nada.
Lo siguiente que probó el niño fue subir al edificio más alto de la ciudad y mirar hacia abajo. Nada. Después, fue a la parte más honda de la piscina y se lanzó. Por supuesto, con manguitos y bajo la atenta mirada del socorrista. La mayoría de los niños se asustaban en sus primeras clases de natación. Luis en cambio nunca había sentido miedo, siempre había sido el más valiente del grupo.
Acto seguido, se fue para casa en vista de que no había encontrado nada que le diese miedo. Al llegar, vio que sus padres estaban muy nerviosos porque su hermano no había vuelto aún de clase de inglés. Como ya tenía 12 años cogía solo el autobús y ese día se estaba retrasando mucho. Al final todo quedó en un susto, porque el niño se había entretenido ojeando unos comics en el quiosco de la esquina. Pero eso sí que le dio miedo a Luis. Durante la media hora que estuvieron buscando a su hermano por el barrio sí que supo qué era estar asustado.
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