“Supe que nunca sería la misma persona otra vez después de contemplar aquellas manchas de sangre.”
¿Has sentido dolor?
Precisamente de dolor es de lo que trata ésta historia. De dolor y amor. Porque, queramos o no, todo en esta vida se trata de amor.
Era el día de nuestro encuentro, finalmente iba a conocerlo cara a cara. Finalmente después de tanto tiempo iba a verlo, a saber cómo y quién era en realidad.
Tendría al fin la dicha de tocarlo y abrazarlo, moría por hacerlo desde hace tanto. Lo nuestro siempre fue como una relación online, nos amábamos pero sin habernos visto jamás.
El día de nuestra primera cita, nuestro primer encuentro, llegó de pronto, sin avisar y no me quedó otra opción que acceder, después de todo estaba ansiosa.
No hubo mucho tiempo de ponerme hermosa como había planeado, sin embargo hice lo que pude y me fui feliz a encontrarme con él. Sabía a lo que iba, estaba perfectamente informada de las consecuencias de esa clase de amor.
Muchas personas me lo advirtieron, me dijeron lo que pasaría si me entregaba a este tipo de amor: sufriría. Sufriría niveles inimaginables de dolor porque el amor es así, te hace sufrir.
Ninguna de las personas que me lo advirtió se equivocó. Sufrí, sufrí por su amor. Sufrí su tardía llegada y sufrí después de nuestro encuentro.
Él me hizo daño.
Él me hizo sufrir dolor que me pudo llevar a despreciarlo para siempre, a alejarme, pero no.
Lo amo. Lo amo irrefutablemente. Incomprensiblemente. Simplemente lo amo. Porque así es el amor, lo sigues intentando aunque duela, sigues amando aunque te dañen.
¿Qué nivel de dolor es necesario para dejar de amar? ¿En qué punto el sufrimiento justifica el desamor?
Al final de nuestra cita, cuando estaba tumbada con la mirada perdida en el techo lo oí llorar. Lloraba y lloraba y su llanto era fuerte, decidido a que lo oyeran. Mi cuerpo, al igual que mis emociones, estaba desecho, desgarrado, partido en dos y quebrado, ciertamente lo había sufrido todo por él.
Pero su llanto me obligó a voltear a verlo, a hacer un último esfuerzo en levantar mi cuello, mi amor por él me ayudó a hacer un esfuerzo más… y fue ahí cuando lo vi por primera vez: mi bebé.
Aun con todo el dolor de mi cuerpo, sonreí. Aun sintiendo todo el dolor correr por mis huesos y músculos, sonreí al verlo. Finalmente nos encontrábamos cara a cara, al fin nos conocíamos en persona. 9 meses de amarlo sin verlo llegaron a su fin en una accidentada cita en la que terminé mirando al techo de la sala de partos.
El techo estaba curiosamente manchado de sangre, como si alguna persona hubiera explotado y sus restos hubieran ido a parar al techo y a los bombillos de las lámparas. Pensé en mi bebé, en el dolor que sufrí para tenerlo y sonreí nuevamente porque ya no importaba para nada haber llorado, ya no importaba todo lo que dolió, ahora solo me importaba él.
Ese momento de nuestra cita era el instante en que aceptaba que estaba perdidamente enamorada de él y que ya no podría hacer nada solo por mí, de ahora en adelante viviría para amarlo y mi corazón hizo la promesa silenciosa de amarlo para siempre.
La mejor cita de mi vida.
Sabía las consecuencias de un amor así, sabía lo que pasaría si me arriesgaba a amarlo. Volví a mirar al techo y entonces supe que nunca sería la misma persona otra vez después de contemplar aquellas manchas de sangre.
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