Lo primero que hay que resaltar es que la ciudad, el poeta, el poema y la soledad (social y existencial) juegan un papel fundamental dentro de este poemario. Algunas veces, la voz lírica transita por las calles de la ciudad, interactuando con lo cotidiano; y otras, se aísla del mundo, dejando fluir su creatividad.
En ese vaivén entre el encierro y el viaje por la ciudad, el yo lírico escribe, interpelando al lector y a otros poetas, dando como resultado un conjunto de poemas que se relacionan de alguna u otra manera. En “versículo para vivir en la ciudad” (p. 65), por ejemplo, tres versos son suficientes para englobar toda una historia:
“nunca te sientes a comer solo
sálvate de consumir alimentos
contaminados en soledad”
La voz lírica interpela al lector, exhortándolo a dejar de lado aquellas cosas que, consciente o inconscientemente, nos apartan de los otros. Es una forma de llamar la atención sobre el lector que funciona anónimamente en la gran máquina de hacer hombres (Ortega y Gasset, s. f., c/p Álvarez, 1983). Es decir, aquel individuo que participa en la sociedad a la cual pertenece de una forma aislada, siendo siempre una cara desconocida para el resto de sus iguales.
Al leer el poema, sus breves versos nos permiten pensar en la ciudad; imaginar a alguien entrando en una cafetería, pidiendo algo de comer y luego retirándose al lugar más distante del local a consumir la orden. Nos hace preguntarnos cuántos recorremos las calles sin mirar al que va al lado, sin detenernos en sus acciones. Cuántos se ahogan en medio del río de gente que abarrota las calles de la ciudad, sumidos en sus pensamientos, desconectados del mundo que les rodea.
Lo anterior hace recordar lo planteado por Álvarez (1983) en su libro El hombre y su soledad, donde explica que las relaciones que se dan entre los individuos son especie de contratos, hechos con el único propósito de cumplir el rol asignado dentro de la sociedad. Así cada individuo con el que el hombre se relaciona es un completo extraño, pues, “el contrato vincula a personajes en funciones de negocio, que es lo opuesto del trato que vincula a personas en disposición humana” (p. 36), entendiendo que esta disposición humana es la que proporciona la capacidad de establecer lazos afectivos. Esta capacidad de establecer lazos afectivos es la que el hablante lírico quiere que desarrolle el lector al decirle: “sálvate de consumir alimentos / contaminados en soledad”.
De alguna manera, lo alienta a dejar de esconderse, a no aislarse, a conocer al otro, a ser consciente de aquellos que caminan a su lado y que directa o indirectamente, le ayudan a cumplir un rol dentro de la sociedad. Dicho de otro modo, que ya no sea otro ser anónimo dentro de la muchedumbre a la que pertenece.
Otro poema en el que se evidencia la soledad del ser sería “reiteración” (p. 32):
“a diferencia de las aves
tengo escasas técnicas para vivir
verbigracia
no puedo emigrar en manada
apenas me mudo
y esto es asfixia
no consagración”
El hablante expone su incapacidad para vivir (“tengo escasa técnicas para vivir”) y relacionarse con los otros (“no puedo emigrar en manada”), en comparación con la vida que llevan las aves. Hay que recordar que el hombre, al igual que las aves, forma parte de un conjunto dentro del cual cumple una función. Sin embargo, debido a la dificultad de establecer lazos afectivos con los otros, a veces suele desenvolverse anónimamente en su grupo social.
Hay aquí una opinión crítica sobre el modo en que funcionan los vínculos creados entre los integrantes de una sociedad. En especial, hay una autocrítica relativa al desenvolvimiento del hablante. Ahora bien, las aves en muchas culturas simbolizan la libertad del espíritu del hombre. Así pues, el hecho de que se compare con las aves resulta interesante. A diferencias de ellas −que son libres−, él está aislado, encerrado bajo el techo, inmerso en soledad. Para él, contrario a lo que cree el hombre moderno sobre la individualidad, como factor principal del progreso, la soledad es “asfixia/ no consagración”. Entendiéndola como el producto de su incapacidad para relacionarse con los otros.
En “meditaciones de una escultura cuyo autor es anónimo” hay una analogía entre la voz lírica y el objeto inanimado. Ambos viven en soledad y perciben al mundo casi de la misma forma a tal punto que sus voces se entrelazan, volviéndose una. Dice el hablante:
“a veces un hombre pasa frente a mí
balbuceando una vida que siempre me sorprende
por inédita y deseada”
Se advierte la autoconciencia que tiene este sobre sí mismo y el mundo que le rodea, en el cual el otro posee aquello que anhela. Más adelante continúa:
“lo miro sentarse en un banco cercano y diagonal al mío
jamás frente a mí
jamás a mi lado”.
De alguna manera hay una crítica de cómo el hombre suele vivir su vida de tal modo que no es capaz de reconocer a quién camina a su lado. Siempre está aislado emocional o físicamente, sumido en sus pensamientos, en esa vida que lleva y que el hablante desea en un afán de establecer un vínculo y de redimirse por sus propio aislamiento:
“y pienso que puedo vivir lo que su boca pronuncia
como queriendo llenar de vergüenza mi semblante”.
En los versos que prosiguen, reitera cómo ninguno de los otros individuos se percata de la presencia del hombre sentado cerca de él, de su condición, de su soledad, de su vida y todo aquello que por una u otra razón quiere dejar abandonado allí en donde, al igual que el hablante, medita sobre su vida:
“nadie ha visto venir un reflejo a sus ojos
nadie ha visto los pasos que una vez lo dejaron
porque estaba lleno de anécdotas
nadie ha visto el despojo que sus manos inútilmente
procuran dejar casi por olvido en unos bancos
nadie ha visto en la curva de su cuerpo la estética del silencio”.
Es así como es percibido el hombre aislado. Nadie lo observa realmente. Nadie se detiene -como lo hace el hablante lírico- a considerar quién es y sobre qué piensa. Solo lo miran de lejos como un cuerpo más del que salen palabras “sin sentido” para quien las oye. He aquí una consciencia, además, de que este ser no solo está socialmente solo, sino que también está sumido en una soledad existencial. Una soledad que, como diría Álvarez (1983, p. 39), lo acompaña por el simple hecho de ser hombre; y en medio de la cual piensa y reflexiona sobre su vida, su realidad.
En síntesis, Romero –como muchos otros– hacen de la soledad, y lo que esta simboliza, un elemento predominante en su obra. En ella, a veces la soledad se encuentra bajo el techo, y otras, en el interior del yo lirico. A veces sirve para acercarnos a la ciudad y sus mini-universos, y otras para reflexionar sobre el quehacer poético propio y ajeno como veremos en el próximo punto a desarrollar.
*Alexis Romero: nació en Ciudad Guayana (Venezuela) en 1966. Es Licenciado en Ciencias Pedagógicas por la Universidad Católica Andrés Bello, donde ha realizado estudios de maestría en Filosofía de la Práctica, profesor de Gerencia del Conocimiento, poeta, librero, editor y crítico literario y político en revistas nacionales e internacionales. Asimismo, es autor de los poemarios Poemas de la terquedad (1994); Lo inútil del día (1995); Que nadie me pida que lo ame (1997); Santuario del verbo (1997); Los gestos mayores (1997); Los pájaros de la fractura (1999); Los tallos de los falsos equilibrios (2001); Cuaderno de mujer (2002); Demolición de los días (2008); y La respuesta de los techos (2008).
Referencias bibliográficas
- Álvarez Turieza, S. (1983). El hombre y su soledad: una introducción a la ética. [Libro en línea].
- Montero, M. y Sánchez, J. (2012). La soledad como fenómenos psicológico: un análisis conceptual. Salud mental [Revista en línea], vol. 24, pp. 19-27. Disponible: http://www.medigraphic.com/pdfs/salmen/sam-2001/sam011d.pdf[Consultado: 01/07/2015]
- Paz, O. (1950). El laberinto de la soledad. [Libro en línea]. Fondo de Cultura Económica. Disponible: http://www.hacer.org/pdf/Paz00.pdf[Consultado: 01/07/2015]
¡Hasta la próxima y, una vez más, gracias por leer!
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Un buen trabajo interpretativo de la soledad en esas dos modalidades (social y existencial) en los poemas del escritor venezolano Alexis Romero. La soledad que nos acompaña y, a la vez, nos desconoce. Atento a tu otra entrega. Un abrazo.