Hoy, mi vecindario amanece con un aire gélido, el sol esboza una sonrisa tímida que ilumina la espléndida arquitectura de dos mundos: la entrada del distrito financiero de San Francisco marcada por la imponente presencia de la Transamerica Pyramid Center y The Sentinel Tower, esa dragón verde coppolina que vigila la entrada de North Beach y ChinaTown.
En fin, ayer por la noche, en una pequeña cafetería que está un poco más lejos de estos dos portales - llamada Caffe Trieste, por si es de su interés y alguna vez quiere ir a chusmear - tuvo lugar un encuentro casual que derivó en una conversación que se extendió al menos por cuatro horas, y es mi intención hacerles un resumen de esa interacción que fue de lo más productiva.
Estaba en el celular cuando ví a mi amigo Max sentado en una mesita reservada para aquellos que quieren leer en calma y disfrutar las vistas a través de los ventanales. Alcancé a ver que estaba leyendo la traducción al inglés de la novela 2666, escrita por el chileno Roberto Bolaño, y el se percato de mi presencia casi al instante, saludándome con una sonrisa y haciendo un ademán con sus manos, me instó a entrar a saludarlo como corresponde.
Luego de preguntas informales sobre la vida cotidiana, y una breve conversación con otra amiga en común que pasaba por su habitual taza de café, nos sentamos a compartir una taza de té mientras afuera comenzaba a llover.
Creo que podría decir, sin faltarle respeto a la verdad, que la conversación comenzó por Bolaño, por su forma de escribir, por su narración y la autenticación de esa narración por medio de los ilustres traductores. Rápidamente esa conversación tomó el camino de las formas del buen escribir, del amor a las letras y de la búsqueda incesante del agua del poeta, esa que pudiese saciar nuestra sed de una vez por todas.
Entablamos una conversación decididos a aprender de un poeta a otro. Divagamos sobre las diferencias del lenguaje, las voces individuales, y en última instancia blasfemamos en contra del sistema académico de la escritura. En alguna parte del diálogo asomaron sigilosas las estructuras de autores que fueron radicales en su época e ídolos de la nuestra. Faulkner, Dostoyevsky, Ginsberg, Márquez y Llosa, entre otros que formaron la institución irregular y retórica de muchos otros escritores.
¡Vaya que era una conversación!, un tira y encoge entre el aspecto argumentativo de la escritura académica y la espontaneidad sin sentido aparente con la que todo poeta sufre, pero que al final, termina por aceptar y declamar. En aras de definir lo que es o no una argumentación en la poesía. Otro tema salió a relucir, y nos vimos embarcados en la estética de la misma.
Desde la relación entre la prosa, el verso y la poesía hasta las estructuras de la filosofía estética que conforman la visión contemporánea de Lacan sobre la cultura visual, Max hizo una comparación extraordinaria con mi punto sobre el esquema de Lacan y las posiciones de la audiencia, el autor de la obra y la obra misma, argumentando que el producto de una interacción constante entre el texto y el escritor, y todo lo que pasa en la abstracción de ese diálogo es lo que, en última instancia, se convierte no solo en el texto final sino también en la actualización del pensamiento del autor, dando así validez a la visión laconista de, lo que en este caso es, la posición del autor de la obra.
Mientras escuchaba su argumento, mi mente conectó con su definición inmediatamente, podría haber completado sus ideas si hubiera querido, pero Max tiene unas formas de hablar que superan en creces las mías cuando hablamos en su idioma materno. Así que, ¿porqué no disfrutar del espectáculo dado de buena gana por un amigo poeta, especialmente cuando se tiene en tan dadas circunstancias?
Debo rescatar que más adelante, yo intervine argumentando que la definición de la estética del arte es terriblemente arbitraria, subjetiva y lamentablemente necesaria, salvando así al pobre Max de admitir hasta cierto punto lo absurdo que es estudiar en una Academia de Arte - como lo es en su caso, cosa que aplaudo y veo imperativa para ganar agencia en el mundo del arte en los Estados Unidos - más allá de los aspecto técnicos que se podría adquirir de la interacción entre alumnos, y los contactos adquiridos.
He aquí cuando la pena me embargo ¡Pobre de mi interlocutor!, tuvo que escuchar mi perorata sobre los sistemas educativos de principio a fin y sería mentir si digo que la conversación fue algo más que un soliloquio, a excepción de algunos comentarios de Max que daban a entender que me escuchaba con atención y que en su mayoría compartía mi punto de vista, solamente abrió la boca más de treinta segundos para darme a entender que consideraba seriamente varios puntos que eran completamente nuevos para el.
Entre el silencio y mi propia voz, hablé por al menos tres cuartos de hora sobre la Instituciones maltrechas que nos hacen entrar en un falso diálogo con la realidad, de las consecuencias de la falta de humanidad en las mismas y de cómo afectar inmediatamente ese discurso para lograr un cambio inmediato.
Debord y su Société du Spectacle entró en la primera escena, le hablé sobre la representación de la realidad de las sociedades modernas que sirven a los medios de producción, como el principio de Debord es compatible con el de Marx y que la interpretación del mismo se debe llevar con mucho cuidado. Le comente como de pasada, la posición sobre la transformación de esa representación en otra realidad más tangible, que la misma es validada por las sociedades que viven para ser entretenidas y que olvidan entrar en un diálogo de interacción real en búsqueda de sentidos más humanos en respuesta a la existencialidad de la mente, el cuerpo y el alma.
Así mismo, hablé sobre cómo ese principio puede ser aplicado una y otra vez a otras propuestas filosóficas y como ellas aprenden una de otras, conformando un diálogo recíproco y constructivo, y como aquél principio responde a la relación de la existencia y la busqueda del sentido a la misma. Mi conclusión fue sobre el espectáculo de las instituciones educativas, de la educación concebida como medio de producción y de la producción como engranaje principal de progreso en contraste con el progreso concebido como impulsor de la productividad.
Los actores del segundo acto fueron Rancière y Freire, de su similitud en propuestas y los diferentes problemas que las mismas plantean. Por un lado tenemos a estudiantes oprimidos y por otro a estudiantes que deben emanciparse, pero la conversación rondó más sobre la aplicación de estos modelos a la vida real; el problema de la practicidad de las propuestas ¿Como es posible que tan brillantes conclusiones, nos dejen así sin más?, sin método, solos en un mundo que necesita que esos conceptos tomen una forma más concreta.
Abrumados por esto, yo finalicé mi momentum dando a entender que depende de nosotros aprovechar las herramientas de nuestros tiempos para generar una conversación real de estos problemas, y encontrar alguna pequeña rotura en las barreras que nos impiden llegar a estas conversaciones para encontrar la posibilidad de generar un cambio, pequeño o grande.
Terminamos la última hora del debate hablando sobre temas políticos, de los cuales no entraré en detalle pues sus implicaciones son muy extensas, sobre problemas que necesitan ser resueltos, pero que son casi imposibles de medir debido a la magnitud global que tienen y a la falta de autoridad o elemento común que nos permita actuar como un ente social global más que sociedades individuales.
Cuando nuestro amigo en la barra nos indicó que habíamos excedido el límite de nuestra charla hasta tal punto que estaban por cerrar el sitio, nos despedimos sin antes acordar - y aquí traduzco las palabras de Max - por azar o por intención volver a encontrarnos y charlar de estas cosas que nadie quiere ver, de las implementaciones y consecuencias de los argumentos y de las enramadas grietas del alma de un poeta.
Salí a la calle y me dirigí a Columbus Avenue, bajo la lluvia, caminando y cavilando sobre la magia de la vida. Nunca me había percatado lo bella que puede ser una ciudad bajo el susurro del agua que cae. Me perdí en la oscuridad, entre mis ideas y sin rumbo alguno, por las calles de San Francisco.