¿Que tan inocente a de ser uno, para creer ciegamente en algo? ¿Que tan débil para necesitarlo? Y que tan soberbio como para postularlo como la verdad absoluta. Dichosos aquellos crédulos que se dejan abrazar por el manto de la ignorancia y viven felices en el tibio cuento de la salvación.
Me pregunto, cuánto tiempo perdido y cuánto camino truncado nos dejará, ese íntimo y cobarde pacto de fe.