Ariadna
Para A. Czerwonca.
Las llamas del camino
[cuando llegaron me estaba incendiando.
Se prendieron las sirenas
[cortando aletas y me estaba quemando.
Lagrimales de gasoil
[yo con suspiro de fuego.
Mi boca encendió las velas
[de muchos altares partiendo laureles blancos.
Al final del terremoto
[chillan mis pechos incinerados.
Boté tanto humo que
[los volcanes me gritaron:
¡vente, dragona!
En cuanto a la historia detrás de este poema:
Se lo escribí a una mujer casi desconocida, pero a quien también conocía muy bien: como artista, como ninfa, como alma perdida. Esa mujer, antes que nada, es una niña. Y como es bien conocido por el que lleva mucho tiempo en el oficio escritural, el arma más potente es el robo. Ariadna, con sus variados demonios y sus humos encima, con sus tardes de sopor y sus noches de desencuentro, me dijo los tres últimos versos, y se autodefinió por siempre como Dragona. Este poema estuvo incluido en una colección que envié a la editorial Monte Ávila Editores, de quienes recibí respuesta de parte de un editor, que me dijo: El poema llamado Ariadna, es para mí perfecto. Jamás sabré por qué.
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