El laberinto de Virginia

in #spanish7 years ago

Virgina Wolf, -en la forma de Nicole Kidman-, me hizo replantearme esa y otras preguntas más. ¿Realmente soy feliz? ¿De verdad quiero vivir esa vida? ¿De dónde vienen esas certezas? ¿Estoy donde quiero estar? Si cambio de opinión despues, ¿lo sentiría como una derrota o como otra lección más?

Tantas cosas han pasado por mi cabeza últimamente. El oleaje de mi vida se puso intenso desde hace un par de años. Los cambios continúan y con ellos, mi despertar a cosas que yo no sabía estaban ahí, latiendo como un corazón enardecido, excitado.

Para contestarme a mi misma ya no tengo que observar afuera. Está claro que la vida, como me la hecho ver el universo, es maravillosamente hermosa. Insólita e infinita. Me maravilla lo que veo, hasta lo que no me gusta. Ya no me asusta vivir en Honduras, aunque por ratos se vuelve agobiante, pero igual me sentía en Sudamérica cuando miraba a alguien discriminar y golpear a otro por su color de piel. Entonces prefiero vivir ese agobio en mi casa, en mi corral. Tratando de ayudar -con toda mi voluntad- a ordenarlo para que al aire se sienta menos denso.

Estoy donde quiero estar porque sigo aquí. Es simple. Hace unos meses fantaseaba con volver a irme. Como si los rezagos de aquella locura de dejarlo todo e irme a lo desconocido, seguían flotando por ahí. Luego entendí que todavía falta resolver cosas conmigo y no creo que esa tarea acabe algún día. En ese momento subiré al cielo en carroza de fuego. Mientras tanto sigo cayendo de narices y sigo aprendiendo. Que cuando más sabia se cree una, más ganas tiene la existencia de enseñarte que no sabes ni mierda y que el ego sigue bailando a su ritmo, la canción que se le antoje.

Los rastros del amor romántico, el apego, los celos, el machismo. Todas esas pendejadas que nos reducen el mundo. La felicidad ficticia. La casa, el carro, la familia y el perro. Los cuadros en la sala con sonrisas fingidas. No, eso no quiero. Tuve la fortuna de crecer en una familia medianamente normal, integrada por personas buenas, trabajadoras y decentes, aunque afectadas por los estragos del neoliberalismo. No tengo porque ser lo contrario a eso, pero tambien quise salirme del molde tradicional. Sin serlo a totalidad, me sentí libre e hice lo que me decían las voces, las mismas que me dictan cuando escribo, las que me dicen que le debo una disculpa a mi madre, por todas las veces que me aguanta la desesperación. Todos los días pierdo la paciencia pero ahora la rescato mas rápido. No se si será eso madurez o resignación, o una encerrada en la otra, pero me funciona y duermo tranquilamente. Sin embargo, también quiero aprender a sembrar y para eso me estoy preparando.

La ansiedad no me gobierna pero sigue visitándome como una amante frustrada, viene y se va. Me interesa más hacer lo que que me gusta, trabajar en mis proyectos, cocinar algo rico, sentarme dos horas a ver la muerte del día. Aunque la rueda gire más rápido que nunca. Prefiero “perder” el tiempo en mi que pelearme con el que me debe plata que luego será del banco. Las buenas acciones a veces terminan en lecciones, por no decir en enemistades. Pero de todo se aprende, nada ocurre sin un plan. Yo no tengo más enemigos, de hecho nunca los tuve, ni siquiera los que mataron a mi padre o los que me partieron en dos. El universo mismo se encarga de cobrar facturas y nada tiene que ver el dinero y el poder en ese trámite, para fortuna de nosotros, los pobres y para condena de ellos, los ricos.

El ego fue y sigue siendo el verdugo. Las dudas y el miedo, como banderas de la oscuridad ausente nos hacen retroceder al mundo material. Y hay que replantearse todo y nos ponemos en la cuerda floja de la indecisión. En Las Horas, Virginia vive al paso de sus personajes, de sus historias, tal como lo hacia yo al observar otras personas y no dejaba de escribir. Como retratista sin retrato propio. Ella lo hacía porque no soportaba el aquí y ahora del mundo físico. Estaba casada con un hombre que no amaba. Una vida llena de comodidades que no le daban plenitud. Ella quería vivir, salirse de la jaula, ver, sentir, amar, escribir. Lo peor que se puede hacer con las aves es encerrarlas. Por eso fantaseo con la muerte hasta que la encontró. La mayoría de las crisis existenciales de los seres humanos es por la incapacidad de decidir el rumbo de sus vidas.

Por alguna pócima secreta o designio del cosmos o simple rebeldía yo quise siempre elegir mi destino, o más bien, seguir las pistas que conducen hasta ahí. Y en esas ando. Así ha sido, así espero sea siempre. Sino, habría que elegir entre la jaula o la muerte, que es lo mismo.

Recién descubrí que quiero ser madre. Que estoy en el tiempo y espacio correctos. Me lo dicen la tierra y el sol todo el tiempo, que confíe aunque por ratos pienso que exigen más de lo que soy capaz. Me entusiasma el camino. Se me llenan de mariposas y flores la panza al imaginarme ese amor encarnado en mis brazos, sin que en ellos se figure una obsesión. Si algo me ha enseñado la Madre es a disfrutar el paisaje, mientras llegan las bendiciones, en cascada o mientras se van, en boomerang. Todo lo nuevo es fascinante y más cuando viene en nombre del amor. Yo camino y abro los brazos. Si la vida espera tanto de mí, no veo porqué no esperar espero todo de ella.

El amor, mi única certeza. Mi amor que ya no es arrebatado pero sigue entregándose como si no hubiera ayer ni mañana. Esa es mi carta divina, mi buena estrella, al menos la única que he descubierto y con ella encontré paz, mi camino a casa. Ese paraíso prometido.

No puedo estar segura de que algún día se irán las dudas, las cuerdas flojas, al menos en este plano, sin embargo, una casa sólida no la derriba el viento. Y esa casa, -ahora-, es la certeza del amor que yace dentro, encarnado o no. Entregado en una cama y en mis oraciones. En el sabor de los besos y la fuerza de un abrazo. El océano sigue fluyendo y con él, mi Fe.

La felicidad, entonces, no es efímera. Los efímeros somos nosotros en el mundo carnal. Nadie te la arrebata, ni siquiera los dolores inevitables. La duda nos hace ver corto el horizonte y largo el camino. Por eso nos aventuramos a cagadales descomunales y los vacíos aparecen. El hoyo, la tortura, los antidepresivos, los ansiolíticos, los pactos con el mal y el arrebato.

Por eso Virgina eligió, entre todos los males el peor: el miedo. Luego de tener la valentía de contarlo todo. De describir a profundidad el dolor y los huracanes que no podemos controlar. Esos que nos aplastan y nos reaniman al unísono. Una vida infeliz desemboca en un triste final si no enfrentamos ese miedo. Esa fatiga de sentirse sola, estorbo. Que nunca me visite otra vez la ausencia y si llega, que me siga acompañando el amor como linterna para no perderme en la oscurana.

Por mientras, con las preguntas resueltas, seguiré leyendo a esta escritora fascinante, aprendiendo, esperando que, cualquiera sea su dimensión, haya encontrado finalmente la paz necesaria para seguir construyendo, diciendo lo que las almas cobardes no se atreven a decir -escribir-.

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Post votado por @teamgirlpowa

Las almas cobardes no se atreven a decir -escribir-. Realmente tu alma es muy valiente. Una explicación majestuosa, profunda y a la vez entretenida de este complicado tema :smiley: Para estos temas de feminismo siempre puedes etiquetar #teamgirlpowa para mayor visibilidad!

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