El freelanceo tiene sus ventajas. Ya sé. Van a pesar que soy otra más justificando la precariedad del desempleo. Pero si alguna vez pusieron atención en Filosofía General -y vaya que a los millenials nos hace falta filosofar-, comprenden que la mirada filosófica puede ser muy útil para darte cuenta por qué llevás tanto tiempo tropezando con las mismas piedras. El ser humano es un error biológico. Es la única especie que camina hacia su propia destrucción, dice Chomnsky. Te hacés mil preguntas. Como cuando estabas chiqui. Te lleva en rieles con forma de caracol hasta la infancia. En tus sueños más puros e inocentes de cambiar el mundo y pensar que todo tendrá un final maravilloso como en El Rey León o en María la del Barrio.
Cuando te vas haciendo más grande te vas olvidando de esos cuentitos para aprender otros cuentitos peores, como cuando el capitalismo se inventa monstruos creadores de esos cuentitos tipo Televisa. Pensar que la acumulación de riquezas, poder y reconocimiento son la vía hacia el propio bienestar o para alcanzar el tan añorado “equilibrio” de vida.
Y más allá de nuestras deformes construcciones sociales sobre la felicidad, quisiera referirme al equilibrio en su concepción más espiritual. Es decir, ese estado de consciencia capaz de trascender el sufrimiento o el placer. Lograr que el cordero y el león duerman apaciblemente. Los pies en la tierra y la cabeza en el cielo. Lo que pensamos vibra en sintonía con lo que decimos y lo materializamos en nuestras acciones. En nuestra triste millienitud comprendimos que ese cuento de la casa, los hijos, el perro y el carro último modelo, está descartado de nuestro catálogo pesimista de la felicidad. En realidad, sólo queremos que nos dejen en paz. Sobre todo, a las mujeres.
También, según algunos pensadores posmodernos, el equilibrio puede sintetizarse como la buena gestión interna del aprendizaje basado en el ensayo y error de lo externo. En palabras simples, es la capacidad de volverte a reponer después de una gran cagada en tu vida. Resiliencia, dicen los psicólogos, que, por cierto, son a quienes más dañados están. Algunos pensarán que es simple valeverguismo. Y podría ser, pero en este caso, al menos en lo personal, quisiera vivir esta experiencia como si viviera en una especie de nave espacial. Pero soy yo quien comandará esa nave. Quiero estar despierta por eso. Enamorarme de la vida. Disfrutar lo poco que va quedando y cuidarla, pero sobre todo, cuidarme. Hay quienes lo han alcanzado, sin duda. Pero cada vez veo menos los interesados en querer lograrlo y peor, cada vez más quienes fingen, consciente o inconscientemente haberlo alcanzado. Los jiposos de la newage le dicen el despertar de la consciencia. Yo creo que es autopajazo mental. El aumento sin precedentes de suicidios lo demuestra. Crece la apatía. Disminuye la confianza. Vivir de la apariencia se volvió la norma. Somos felices, somos bellos y empoderados en tanto las redes sociales lo aprueben. Nunca estuvo tan oscura la humanidad entre tantas lucecitas.
No sólo los grupos extremistas neonazis se están poniendo de moda. También hay una especie de movimiento “hipie”, que para pertenecer (casi por regla) se debe cargar en las venas desde el menú variado de psicodélicos, la maría, obviamente, honguitos mágicos, ayahuasca o yhagué, DMT y sin olvidar a la que sigue siendo la reina de la fiesta y se ha inmiscuido como una metástasis incurable en cada órgano del monstruo, hasta de los que propagan amor y paz y el amor de Jesús: la todapoderosa cocaine.
Todos tenemos un amigo o amiga perico’s and pshychodelics lover. -Si al caso no sos vos ese amiguito.- Y lo más curioso de todo es que puede ser cualquiera. El oligarca que nunca ha trabajado en su vida pero fue criado desde la cuna para mandar. Se inhala motivación por las mañanas para gobernar a toda una nación. Se periquea tu compañero de trabajo que no le alcanza para comprarle leche a la niña, pero también se periquea la prostituta transexual del centro para aguantar los golpes de sus clientes.
Y de la maría ni qué decir. No pertenecés a esta generación “despierta” si no has probado la purple o lemon haze. No falta el chavalo que intenta asaltarte con los ojos estallados, con olor a resistol y a guaro. O hay quienes diversifican sus adicciones, como la fresa fullmindess de Las Lomas que se aprendió toditas las posturas de yoga y los mantras en la India pero no es capaz de mandar a la mierda a su novio infiel. Se ha convertido todo en una competencia por aparentar una vida equilibrada y feliz en un mundo cuya psiquis colectiva está altamente jodida.
Para algunos la espiritualidad se ha convertido en otra droga que suple el sufrimiento por un estado de constante placer. Pero en este saco no van sólo los fanáticos religiosos o hípsters sin identidad. Incluso querer ser más intelectual, más sabio y más espiritual es lo más antiespiritual que existe. Es la trampa del león. Nuestro ego está para acompañarnos, no para gobernarnos. Eso que los luchadores de la vida han resignificado: la dignidad, no es otra cosa que el alma negándose a tener dueño. Por eso habrá siempre quien inevitablemente termine rebelándose a su opresor.
En nuestro afán por querer ser libres, sólo logramos cambiar de amo. Ponerle adornos a las cadenas no las hará menos pesadas. Hay quienes no pueden iniciar su día sin un litro de café, y hay quienes no pueden terminarlo sin un cigarrito. Hay quienes se aferran a sus relaciones enfermizas y hay quienes romantizan la soledad detrás del egoísmo y el miedo. Y aunque algunos nos creamos más “puros” que otros, de esa cadena depredadora nadie se salva. Lo que nos queda es aceptarla. Y continuar.
En este mismo feeling pesimista-realista, y aunque estemos en los portales de nuestro propio fin, todavía me cuesta creer en santos o en mesías. Pero sí estoy segura que existen y han existido seres que lograron dominar la ira del felino y el miedo del corderito de Dios. La denominada “iluminación” puede estar al alcance de cualquiera, eso sí. En las leyes del universo, del universo conocido, no existen las jerarquías. Lo más pequeño y la más grande se complementan. No existe uno sin el otro. Y en esa relación, más que una adoración, esa coexistencia demanda respeto, de ese que se fundamenta en el amor y no en el temor. Es un principio tan simple que mal enseñan en la escuela y que se nos olvida todos los días. Si venimos de la misma madre, ¿por qué habría de sentirme superior a la otra? O por el contrario ¿por qué habría de sentirme inferior al otro? Cada día lucho por tener fe en una especie que cava felizmente drogada su propia tumba.
Necesitamos un jefe que nos de instrucciones para continuar nuestras vidas. Pero un día, por decisión propia o por cosa del destino, ese jefe o dueña, deja el timón libre. Una vez que rompemos con ese mandato de dueñidad, al que refiere la antropóloga Rita Segato, y tomamos el mando del barco, pueden pasar dos cosas. O nos cagamos del miedo y nos ahogamos en un pantano, pues si algo nos ha demostrado repetitivamente el capitalismo, es que su crueldad no da tregua. O soltamos el papel de víctima y reconstruimos el guion. Retomamos el control del barco. El maestro Yoda decía que el sufrimiento lleva al lado oscuro. Y ese sufrimiento se origina en la ira y el miedo. Una buena manera de empezar a retomar el terreno que las mujeres, en parte, hemos cedido, es dejar de invisibilizarnos y hacernos a un lado nosotras mismas. Dejar de pensar que los hombres son nuestros enemigos o, por el contrario, que son nuestros superhéroes. A superar esos Edipos y Electras. A soltar los amos y amas. En esta nueva guerra, nosotros seremos nuestros los únicos de rescatarnos de un eminente final. No les permitás que ellos que sigan comandando tu nave. ¿Cuándo te animarás, entonces, a despertar?