FARGO LA SERIE: MUERTE EN LA NIEVE

in #spanish6 years ago

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FARGO, la serie (2014-2015), repite a FARGO (1996) la película. El bien contra el mal. Policías buenos, comunes y hogareños; diríamos que pueblerinos, se enfrentan contra el mal: asesinos truculentos y mafias escabrosas. Esta dicotomía reduccionista conforma el ciclo de FARGO, la serie. La violencia se banaliza y la lucha por salvar la decencia sucumbe ante la picardía y la doblez, aunque al final, siempre al final, se imponga la lógica de la moraleja feliz con sabor amargo. FARGO reivindica la anomalía humana desde un regodeo por lo macabro con una sonrisa de por medio cuyo cinismo filosófico es su carta de presentación. Ya en la película original éste engranaje liderado por Frances McDormand fue exitoso. Y la serie: no sólo se regodea, sino que lo profundiza. En la temporada uno el epicentro de la trama queda sostenida por Billy Bob Thornton como el sicario hierático que maneja los hilos de una conspiración múltiple de asesinatos y extorsiones explotando el enanismo humano cuya vulnerabilidad genera enojo y rencor. Detrás del rastro de la sangre en la nieve se conforma un ballet coral de hermosa factura fotográfica que convierte a los humanos en fantasmas hostiles de identidad incierta. Los actos de valentía y cobardía se van alternando: igual los más repulsivos ya sean asociados a crímenes a quemarropa o las faltas y delitos de carácter y templanza. La segunda temporada empieza parsimoniosa y va levantando vuelo delineando la batalla entre pandillas de mafiosos, unos excéntricos, otros chabacanos, con una policía impotente aunque revestida de la noble causa del bien. La ventaja de ésta segunda parte respecto a la primera, es que apartando los cadáveres que son muchos, hay el detalle nada secundario por cierto, de un acercamiento a la psicología del sociópata. Sobre todo en el personaje femenino excelentemente interpretado por Kirsten Dunst. Peggy, es una mujer cuya inseguridad personal es patológica. Su mente la lleva al menosprecio y éste a una duda perenne respecto a sus habilidades, y de paso, su capacidad para distorsionar la realidad hace de los manicomios una anécdota. (“La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo”, Nietzsche). Este arquetipo desdichado alrededor del auto/engaño y las expectativas insatisfechas junto a un transitar sonámbulo conforman la población de FARGO, la serie. A esto hay que agregar todo tipo de disfunciones: desde la sexual hasta la afectiva. La normalidad es terrorífica, y en el caso de FARGO: kafkiana. El barroquismo y el absurdo se dan de la mano en ésta comedia negra en que la tragedia es una forma de rutina repetida mil veces aunque banalizada. Hasta Camus es refutado desde la paradoja de su planteamiento. Moribundos vitalistas ponen de cabeza la tesis del francés y su elogio a una vida sin sentido porque todos nos conducimos a la muerte. En realidad, más que la muerte, inevitable destino humano, lo que importa es el tiempo que se nos ha concedido y que debemos aprovechar para producir obras que nos justifiquen y nos permitan vivir desde una angustia que uno supone resguardada. Y luego está la solidaridad de los afectos, algo que en FARGO, la serie, es más evidente que en FARGO, la película. Ante el abandono de Dios y el transitar en el desierto está la familia y sus haberes, una especie de medicina que para el americano promedio termina siendo una auténtica tabla de salvación. Aun así, en FARGO, todo el protagonismo se lo lleva una muerte indolora, aséptica.

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