El sábado casi fui víctima del hampa, pero por cosas del destino, la bendición de Dios y la protección del ángel que siempre me acompaña, salí ileso en el último momento.
Saber que haría eso me llenó de miedo e incertidumbre; un presentimiento rodeaba mi corazón y lo hacía palpitar fuertemente, sin embargo mi sentido de responsabilidad me hizo continuar para llegar a mi destino, a tiempo.
Luego de caminar dos cuadras, me detuve en una esquina para cruzar en el momento oportuno, debido a que los semáforos no funcionaban y los carros cruzaban a su antojo. En es momento vi al otro lado, a un hombre de edad promediada en 40, junto a un niño que le calculé no más de 13 años. Apenas los vi, mi miedo incrementó, y al no saber hacia dónde desviarme porque la calle se encontraba completamente sola -a excepción de los carros- seguí caminando a largos y apresurados pasos.
Enseguida pasé al lado de estos dos sujetos e incrementé la velocidad de mi caminata al máximo que daban mis piernas, pero el ritmo de mi corazón estaba 100 veces más acelerado. Temblaba, y sabía que venían detrás de mí.
De repente, un auto se detuvo frente a mí y una señora que estaba de copiloto comenzó a hacerme señas y, señalando hacia atrás, corroboró lo que sospechaba. El carro se detuvo y la señora me preguntó, o eso logré entenderle:
-¿Quieres subirte al auto?
-Señora, por favor, ayúdeme. Sí. Por favor, no me dejen aquí - supliqué con lágrimas asomadas en mis ojos.
Me subí al auto, donde estaban tres señoras de edades contemporáneas entre 40 y 50 años, acompañadas de un señor que manejaba el carro y deduje que no pasaría los 45. Les agradecí unas cinco veces antes de poder asimilar lo que acababa de hacer y suceder.
Por suerte, esas personas me salvaron y llevaron hasta mi lugar de destino. No sé cuántas veces más les di las gracias a ellos y a Dios por haberlos colocado en mi camino en el momento preciso.
Es la segunda vez que vivo un hecho así, y mi reflexión solo me deja a concluir que mi destino está fuera de estas calles llenas de vagabundos que se han convertido en pequeños órganos de vida para un monstruo que hace agonizar al país. Y no hablo solo de rateros como esos que intentaron robarme, porque su aspecto lo denotaba, sino todos quienes se aprovechan de la situación para robar de la manera más disimulada "negociando" porque "así están las cosas". No, así no estarían si no existiera la mentalidad tan mediocre que reina en sus mentes. Y me da dolor ser quien deba desistir por comodidad de otros que no merecen vivir en esta tierra tan bonita.Una de las peores experiencia que puedes tener a lo largo de tu vida, es estar al borde de un robo, de verdad la sensación es netamente catastrófica, sin embargo tenemos a un Dios que nos protege a cada momento y nunca nos abandona.
Estaba en una parada esperando autobús para dirigirme a un sitio que me quedaba a unas 9 cuadras -algunas llaneras-, pero luego de estar 25 minutos en el mismo sitio sin ver pasar ningún autobús, decidí irme caminando.
Saber que haría eso me llenó de miedo e incertidumbre; un presentimiento rodeaba mi corazón y lo hacía palpitar fuertemente, sin embargo mi sentido de responsabilidad me hizo continuar para llegar a mi destino, a tiempo.
Luego de caminar dos cuadras, me detuve en una esquina para cruzar en el momento oportuno, debido a que los semáforos no funcionaban y los carros cruzaban a su antojo. En es momento vi al otro lado, a un hombre de edad promediada en 40, junto a un niño que le calculé no más de 13 años. Apenas los vi, mi miedo incrementó, y al no saber hacia dónde desviarme porque la calle se encontraba completamente sola -a excepción de los carros- seguí caminando a largos y apresurados pasos.
Enseguida pasé al lado de estos dos sujetos e incrementé la velocidad de mi caminata al máximo que daban mis piernas, pero el ritmo de mi corazón estaba 100 veces más acelerado. Temblaba, y sabía que venían detrás de mí.
De repente, un auto se detuvo frente a mí y una señora que estaba de copiloto comenzó a hacerme señas y, señalando hacia atrás, corroboró lo que sospechaba. El carro se detuvo y la señora me preguntó, o eso logré entenderle:
-¿Quieres subirte al auto?
-Señora, por favor, ayúdeme. Sí. Por favor, no me dejen aquí - supliqué con lágrimas asomadas en mis ojos.
Me subí al auto, donde estaban tres señoras de edades contemporáneas entre 40 y 50 años, acompañadas de un señor que manejaba el carro y deduje que no pasaría los 45. Les agradecí unas cinco veces antes de poder asimilar lo que acababa de hacer y suceder.
Por suerte, esas personas me salvaron y llevaron hasta mi lugar de destino. No sé cuántas veces más les di las gracias a ellos y a Dios por haberlos colocado en mi camino en el momento preciso.
Es la segunda vez que vivo un hecho así, y mi reflexión solo me deja a concluir que mi destino está fuera de estas calles llenas de vagabundos que se han convertido en pequeños órganos de vida para un monstruo que hace agonizar al país. Y no hablo solo de rateros como esos que intentaron robarme, porque su aspecto lo denotaba, sino todos quienes se aprovechan de la situación para robar de la manera más disimulada "negociando" porque "así están las cosas". No, así no estarían si no existiera la mentalidad tan mediocre que reina en sus mentes. Y me da dolor ser quien deba desistir por comodidad de otros que no merecen vivir en esta tierra tan bonita.