Había vuelto la época oscura. Solo la luz plateada de la luna iluminaba los senderos del bosque. Todos los habitantes estaban destinados a abrazar las tinieblas e irónicamente era más seguro, pues en esta época, los hombres al mirar la luna, metalizaban sus nervios y alteraban sus sentidos y aullaban sin sentido, se convertían en lobos feroces con un solo objetivo: “devorar”.
Amelia, había visto el poder de los lobos. Los hombres de su familia habían caído en este terrible hechizo, su madre había sido una víctima más…
Por eso, Amelia se arrastraba por la orilla del rió. Gateaba sigilosa por la oscuridad, fue entre lágrimas que conoció a Vicente, un compañero de camino, que no pudo evitar enamorarse
-aun no nos vemos bien el rostro- dijo ella
-no hace falta, sé que eres tú la mujer indicada-
Era un amor veloz, sobreviente y lleno de brío. La meta era escapar del peligro. Solo bastaba con que se alejaran de los lobos y serian felices. Y así lo hicieron al cruzar el rió. Pero entonces, saltó la curiosidad, Amelia quiso ver el rostro de Vicente y lo arrojó a la luna…
-auuuuu….- se oyó en principio
-auuuuxilio- se escuchó después.
FIN