Erase una vez una cerdita de bronce llamada Graciela, ella era una buena niña, le gustaba leer el periódico, y cualquier libro que se encontrara en el camino, era ordenada y muy inteligente. Vivía con sus dos hermanos, papá y mamá en un pueblo llamado Kuummiut ubicado al oriente de Groenlandia. Esta princesita tenía algo poco común, y tan extraño que no tenía dinero, de hecho era pobre.
Su familia tenía tres generaciones siendo mercantes, y como resultado terminaban sumergidos en el lodo. Pero Graciela parecía ser diferente, ella quería cambiar la historia, pensaba en estudiar Derecho en los suburbios de Nuuk la capital de su país.
La pequeña cerdita como solía llamarla su padre Eugenio, desde que tuvo uso de razón soñaba con ser defensora de los menos privilegiados, pero algo se lo impedía: un hilo familiar que consideraba que “estudiar” y ejercer una carrera universitaria era perder el tiempo.
Aquella cerdita, cada vez que podía, jugaba a ser una gran juez. A los 12 años de edad comenzó a leer las diferentes leyes; y de hecho se ganó con sus buenas calificaciones un permiso especial en la biblioteca de la escuela, y así pudo obtener cualquier libro que deseara, adquiriendo cada día más y más conocimientos.
Con el transcurso de los años a Graciela se le presentó un gran inconveniente, no contaba con el apoyo económico de sus padres. “La cerdita de la justicia” gritaban sus primos y demás familiares en ritmo de burla, de hecho a veces se caían de carcajadas.
Al cumplir los 17 años, optó por una beca en la universidad principal del Estado, presentó una prueba de admisión donde participaron más de 300 alumnos de todo el territorio, siendo Graciela una de las privilegiadas. Cuando recibió la noticia, saltó de la emoción y no perdió un segundo en contarle a Eugenio y Marisela el resultado obtenido.
Sus padres no podían estar más felices:
-Hija, tu cambiarás la historia de la familia, échale ganas mi princesa- Le dijo Eugenio a Graciela.
Pasaron unos meses hasta que Graciela tuvo que marcharse a la capital para buscar un nuevo rumbo.
-Hermana recuerda siempre que eres bella e inteligente, puedes llegar hasta donde quieras- Dijeron Mauricio y Marcelo sus hermanos.
-Te estaremos esperando hija querida- Le dijo su mamá antes de irse
Después de muchas horas de viaje, por fin llegó a la facultad en donde de ahora en adelante sería el nuevo hogar de Graciela.
Maletas de un lado a otro se mecían:
-¡Bienvenidos!-
-Todos sean bienvenidos a su nueva vida-
-Los lobos que están vestidos de verde serán su guía-
-Bienvenidos, pasen adelante-
Gritaba en el megáfono Evelio la oveja parlanchina de la facultad de ciencias.
Graciela como era de esperarse, no se perdió ni en un momento, así que en un abrir y cerrar de ojos encontró su habitación N0810. Al ingresar, se consiguió con la compañera de cuarto:
-Hola, supongo que eres mi compañera-
-Mucho gusto me llamó Graciela- dijo.
-El gusto es mío me llamo Amanda- respondió su compañera de cuarto.
Amanda un gato domesticado la miraba extraño, de hecho pensaba: ¿Cómo alguien así pudo
ingresar a la universidad? No deberían dejarla entrar ni siquiera a clases.
Graciela intentaba no ofenderse por la extraña observación tipo escáner que le hacía de cada rato su compañera Amanda.
Luego de dos días, llegó el momento que tanto había esperado: el primer día de clases ya estaba a la vuelta de la puerta. Así que se levantó temprano, preparó su ropa más presentable e hizo el desayuno y lo compartió con Amanda.
-Gracias, no esperaba que fueras tan educada- dijo Amanda.
Sin ganas de sentirse ofendida Graciela continuó comiendo, y amablemente se retiró y se fue al salón b234 de la facultad de Derecho.
-Buenos días amigos- dijo al entrar, pero nadie respondió.
Y Prosiguió caminando hasta sentarse en su pupitre.
Se acomodó en el asiento, y se fijo que lobos, conejos, gatos, gacelas y monos estaban con sus propios grupos, excepto Jorge la Jirafa y María el camaleón, porque ninguno de su especie estudiaba la misma carrera.
-Buenos días a todos, bienvenidos a mi materia- dijo oso Bernardo el profesor.
-Como es el primer día de clases, deben levantarse uno a uno y presentarse para que el resto de sus compañeros los conozca- continuó diciendo el profesor.
-¿Quién comienza?- preguntó.
-Yo comienzo- gritó Rosario, la cerda de color oro que acababa de entrar a clases con una peluca colorada en su cabeza y un bolso gigante en una de sus patas.
Después de la presentación de cada quien, Graciela intento hablarle a Rosario, pues era la única cerda que estaba en esa clase, pero ella no les prestó la mínima atención.
Al finalizar la clase ya era hora de almuerzo, así que Graciela se sentó en el comedor un poco decepcionada de su primer día de clases, y se fijó que Jorge la jirafa y María el camaleón estaban comiendo solos y dijo:
-¿Puedo comer con ustedes?-
-Claro que sí come con nosotros- respondió María entusiasmada.
-Eres la primera en hablarnos desde que llegamos- dijo Jorge.
-¿De verdad, y eso por qué?- preguntó Graciela
-Seguro es que somos los más raros de aquí- expresó María.
-Desde que llegué me miran extraño, no los entiendo, pero no importa- comunicó Graciela
-Pero hay varios cerdos aquí- continuó Jorge
-Sí, ya lo sé- respondió Graciela
Jorge, María y Graciela siguieron hablando hasta entrar a una nueva materia, y en poco tiempo se hicieron amigos, compartiendo trabajos en equipo, anécdotas y hasta salidas de fin de semana a los centros comerciales de la ciudad.
A menudo estos tres animales recibían rechazos por parte de sus compañeros de clases por ser diferentes, pero con el tiempo demostraron ser los mejores en la facultad de Derecho obteniendo un excelente promedio de calificaciones en todas las materias.
-Hola-
-Hola amigos, ¿cómo andan?-
-Miren, allí están los mejores-
-Mis hermanos, los mejores que he conocido-
Decían algunos animales en voz alta y otros tiraban flores, objetos valiosos y dulces cuando Jorge, María y Graciela pasaban entre los pasillos de la facultad.
Pasaron los años y aquellos tres que antes fueron ignorados, ahora eran venerados por su inteligencia, continuamente eran invitados a las fiestas que hacían las distintas facultades de la universidad por lo reconocido de sus nombres, pero ninguno asistía.
Después de muchas estaciones, el momento de la añorada graduación estaba a punto de iniciar.
-Estamos orgullosos de ti hija, sabíamos que lo ibas a lograr- dijo con lágrimas de felicidad Eugenio.
-Si es verdad prima también lo sabía, siempre has sido muy estudiosa - dijo un primo de Graciela que estaba en la ceremonia de graduación.
Luego de un largo discurso, aplausos y lágrimas Graciela lucía una hermosa medalla y su título universitario.
Posteriormente a ello, decidió pasar un verano con sus padres, hermanos y demás familiares, quienes al verla volver con honores, celebraron con vinos, whisky y comida que danzaba de una mesa a la otra como si no hubiera un mañana.
Al terminar las vacaciones, Graciela regresó a la capital para intentar conseguir un trabajo de acuerdo a su profesión, y se encontró con la sorpresa de que sus amigos Jorge y María se fueron del país por una oferta de empleo que encontraron ambos mucho antes de culminar el verano.
Graciela se sintió muy triste y sola, ya que sus únicos amigos nunca le mencionaron nada al respecto. Sin embargo, el percance nunca la detuvo así que, tomando el periódico todos los días por un mes entero, empezó la búsqueda de trabajo.
Luego de varias semanas, una oferta era evidente, -¡esta es mi oportunidad! Se dijo a sí misma.
Al día siguiente de leer el anuncio, saltó de la cama casi en una pata, preparó el desayuno y se vistió, anotó la dirección en una libreta que siempre traía en el bolso, y salió simulando guarridos de la emoción.
Cuando Graciela llegó a la empresa fue atendida por Karla la asistente, quien le dijo:
-Cerdita de bronce, espera por allá a que llegué el gerente-
Graciela se sentó y esperó pacientemente.
Mientras esperaba, vio que un grupo de hienas obreras de la compañía se asomaban constantemente en la puerta principal, y de pronto se dijeron unas a las otras: -allí viene-.
En el instante entró Rosario la cerdita de oro, elegante, luciendo su cabellera colorada, pero ahora con las uñas pintorreadas y con pantalones del mejor cuero, con las llaves de un carro recién elaborado colgadas del cuello.
Todas las hienas salían al compás de los pasos de Rosario, y hacían todo lo que la cerdita de oro les pedía.
Pasaron varios minutos y Timoteo el gerente, hizo pasar al despacho a Graciela, hablaron un poco sobre el trabajo, y la cerdita fue sometida a varias pruebas obteniendo resultados positivos en todas.
-Eres muy buena en todo Graciela, pero aun te falta algo, y es lo más importante- dijo Timoteo.
-¿Qué me falta?- preguntó Graciela.
-Aquí y en cualquier empresa debes cumplir con esta última prueba, ¿estás dispuesta a hacerla?- continuó diciendo sarcásticamente el gerente.
-¿Pero cuál es la prueba?- volvió a preguntar Graciela.
-Un poco de tocino no cae mal para la cena de esta noche- respondió Timoteo.
Después de muchas entrevistas y pruebas, Graciela obtenía el mismo resultado. Así que, la linda cerdita se rindió luego de un tiempo decidió regresar a casa y se dedicó a ser mercader.
Luego de varios años, Rosario la cerdita de oro compró los negocios del pueblo de Kuummiut, y fue la jefa de Graciela y toda su familia.
Esta es mi participación perteneciente al 2º concurso de la editorial 4cuentos, si también deseas unirte y crear tu propia fábula puedes ingresar aquí y conocer todas las bases del concurso.
Gracias a @chaggy32 por la ilustración de la imagen, creada especialmente para la competición.
Espectacular la crítica... y la moraleja, que cada lector decida. ¡Estupendo relato @luisangela! ¡Demasiado real, jajajajaja! ¡Suerte en el concurso!
Gracias @valki, saludos!