A veces, la velocidad es todo, a veces es nada. La velocidad, con las que puedas ejecutar las tareas, más monótonas, escapar de ellas, con el mínimo esfuerzo y poder dedicar más tiempo a no lo que realmente te interesa, entendiendo el yo, como algo voluble que necesita una idea y tiempo para implementarla. Dedicar tiempo no a lo que te interesa, que viene sesgado por el devenir del tiempo en el que estás, si no dedicar tiempo a lo que merece la pena.
Eso que merece la pena, intentar que no sea subjetivo, que sea lo más objetivo posible, conforme a tu línea clásica de proceder a lo largo de tu vida. Yo en mi caso, que poco me gustando tanto yo yo yo, siempre de las cosas clásicas me gustaron el deporte, la cocina, la lectura y el deleitarme con la música. Pues volver a eso, que ya es tarea suficiente.
Lo audiovisual, me fascina, pero eso es algo posterior, algo adquirido con el devenir a mejor de una salud, que no me dejaba disfrutar de la experiencia. Aun así, a día de hoy me gusta, pero me cuesta. Me es más grato y sencillo, proyectar esos mundos leyendo.
Un ejemplo de ello, es mi reciente de nuevo oscilante y recurrente fascinación por lo asiático, dentro de ellos, los más obsesivos y cuidadosos de lo clásico, al menos en apariencia, lo japonés. Saco el hilo de esto, porque ayer vi un video de un chico japonés que se graba en una habitación clásica de los sesenta es decir de hace sesenta años y bueno, no es tan romántico verlo que leerlo.
Cuando lo lees y sobre todo de manos de autores como Tanizaki o Kenzaburo, tiene olores, colores y texturas, digámoslo así que cuando lo ves en la práctica mundana, te das cuenta, que te sería muy difícil practicar en tus modos y hábitos occidentales. Una cosa, es que yo tienda al minimalismo y otra es eso. No obstante, seguiremos en la práctica de lo mínimo, lo leve y lo diferente.